ABC publica varios articulos sobre el tema “ACOSO A LA GUARDIA CIVIL”

El diario ABC publica en sus ediciones impresa y digital, varios artículos documentados sobre el acoso que la Guardia Civil sufre en  distintos lugares de España, especialmente en Cataluña. Las autoridades responsables del gobierno y aplicación de la Constitución y Leyes concordantes, tienen la obligación por juramento/promesa de hacerlas cumplir. El acoso a las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado y a miembros de las Fuerzas Armadas es intolerable en un estado de derecho, en el que además existe regulación orgánica suficiente para terminar de una vez con esta ataque sistemático a las entrañas del Reino de España.

Se reproducen los artículos citados del diario ABC, agradeciendo  este tipo de informaciones  que, sin duda, permiten  difundir actitudes y hechos , todos incursos en el Código Penal,para que la sociedad y las autoridades responsables tomen nota y ejerzan sus atribuciones sin caer en un “dejar hacer”, que derivaría en una “dejación de funciones” también incursa en el Código penal.

Pagina 4 del diario ABC:
ACOSO A LA GUARDIA CIVIL EN CATALUÑA
Las medidas del artículo 155 de la Constitución no han llegado a los pueblos de Cataluña, donde la Benemérita representa la última presencia del Estado.

LA vida cotidiana en Cataluña se ha transformado en opresión para las familias de los guardias civiles destinados en esa comunidad autónoma. La citación judicial para esta semana de varios profesores por un posible delito de incitación al odio entre alumnos es la punta del iceberg del clima de marginación que, mientras se incrementa incesantemente, rodea a los agentes de la Benemérita y sus familias, sobre todo a los hijos en edad escolar. El reportaje que hoy publica ABC recoge testimonios dramáticos, que describen situaciones más propias de lo que uno de los entrevistados califica como «pequeño País Vasco». La fractura social provocada en Cataluña por el proceso separatista es prácticamente irreversible para estas familias de guardias civiles, porque está alimentada con mensajes de crispación y de enfrentamiento lanzados en las aulas en las que se forman –o se deforman– las futuras generaciones de catalanes. Las medidas del artículo 155 de la Constitución no han pasado del Parlamento catalán y de la Generalitat, es decir, de la vida política organizada en torno a Barcelona. Nada, ni un eco, ha llegado a los pueblos donde la Guardia Civil representa la última presencia del Estado y, por tanto, de la Constitución. Ese caldo de cultivo municipal sigue nutriendo la movilización separatista.

La sensación de abandono es común entre las personas que han dado su testimonio a ABC, y algo se está haciendo mal para que sea ese su sentimiento en una etapa histórica en la que todos los representantes de las instituciones del Estado en Cataluña –jueces, fiscales y Fuerzas de Seguridad del Estado– deberían sentirse especialmente arropados, tanto por sus sacrificios por el interés nacional, como por el acoso que los rodea a diario. Los tribunales llegarán hasta donde les permita la ley con las investigaciones sobre delitos de odio en las escuelas, pero los jueces no son, tampoco en este caso, los responsables de actuar sobre las causas sociales y políticas de ese «escrache» –más o menos intenso, más o menos explícito– que sufren los guardias civiles y sus familias en Cataluña. La patente de corso de los nacionalistas en el sistema educativo y en la televisión pública catalana garantiza conflicto para muchos años. Y mientras el concepto de normalidad democrática en Cataluña se limite a celebrar elecciones con cargo al 155 que, además, podrían volver a ganar los separatistas, seguirán intactos los fundamentos que han permitido al separatismo poner en jaque al Estado y sembrar el miedo y el desasosiego entre las familias de unos guardias civiles que se sienten injustamente abandonados. En muchos pueblos son ellos el último y único rastro que queda de un Estado en retirada.

Pagina 18, del Diario ABC:

«Ya no merece la pena vivir aquí. Es irrespirable»

Los agentes destinados en Cataluña y sus familias describen una atmósfera de aislamiento. Los secesionistas señalan con odio a sus hijos pequeños.

Un cartel en Solsona (Lérida) relama la libertad de los exconsejeros catalanes en prisión

Traslado Laura y su marido han pedido el traslado a Ceuta, para «ver si se calma el ambiente» Escuela Los guardias civiles relatan las humillaciones y adoctrinamiento de sus hijos en el colegio.

«Mamá, ¿a ti qué bandera te gusta más la estelada o la española?, le pregunta a Lorena su hijo, que aún no ha cumplido 6 años, bajo la sombra de la que preside el cuartel en el que viven en Solsona (Lérida). «La que a ti te guste, cariño, pero ya sabes que somos españoles», le responde su madre con el entusiasmo justo para satisfacer la curiosidad del niño. «Son muy pequeños, no tienen por qué entrar en ese discurso en el colegio», cuenta disgustada. Lorena es catalana –ahí nació y ahí vive– y está casada con Pedro, guardia civil y padre de sus dos hijos. Ni las banderas ni el secesionismo se sientan a la mesa de esta familia que volvió a la tierra de ella desde la de él (Canarias) para que sus padres les echaran una mano con los críos.

«Presume de su papá»

La menor tiene 2 años y su mayor interés se concentra en las andanzas de Peppa Pig, pero el de cinco ya entra machaconamente en la competición de banderas a fuerza de discurso aprendido. El primer día de clase tras el referéndum ilegal –el lunes 2 de octubre del año pasado– lo sacaron al patio del colegio junto a sus compañeros de infantil (de 3 a 6 años) para contarles que la Policía había pegado a la gente. «Mi niño presume de que su papá es policía, para él es un orgullo y no quiero que nadie le arrebate su inocencia».

Solsona ronda los 9.000 habitantes, está gobernado por ERC y en el pequeño cuartel solo viven cuatro familias: dos con hijos y dos sin. «No nos limpian ni la calle por orden del Ayuntamiento», cuenta Pedro Jesús Rodríguez, su marido, que nació en la isla de La Palma y mira a su alrededor con escepticismo y asombro. «En 50 kilómetros a la redonda del cuartel es la única bandera de España que se puede ver». Es el secretario general de la Asociación Unificada de Guardia Civil (AUGC) en Lérida y le asoma el carácter reinvidicativo. «Se han vuelto locos. Los pueblos pintados de amarillo, las carreteras, los plásticos por todas partes…» Describe una atmósfera asfixiante, de pueblo, de aislamiento, de tolerancia ejercida en una sola dirección. «Mi mujer catalana, de padres catalanes, no se siente integrada. ¿Alguien cree que eso es normal?».

El agente Pedro y su mujer Lorena, en el cuartel de la Guardia Civil en Solsona (Tarragona)

Hace tres años se difundió un cartel del Carnaval de Solsona con el reclamo «ven a matar a españoles» y la imagen de una mujer empuñando una pistola. Ese es el ambiente de partida. A la pregunta de si se ha sentido odiado, Pedro no lo duda. «Por algunos es evidente, que sí».

«Los guardias civiles son unos animales, solo saben dar palos»; «parecen perros rabiosos»; «¿estarás contento con lo que hizo ayer tu padre?». Son tres de las expresiones con las que profesores de un instituto de Sant Andreu de la Barca (Barcelona) se dirigieron a hijos de guardias civiles tras el referéndum y que han acabado esta semana con la denuncia de la Fiscalía por un delito de incitación al odio.

El hijo de Laura (nombre ficticio porque le preocupa que la señalen con el suyo) volvió del colegio y le soltó a su padre: «He visto vídeos en clase de tus compañeros pegando a la gente». El niño tiene 7 años. Su padre, guardia civil en el puerto de Tarragona, le recordó que a él también le regañaba si no obedecía… «La directora del colegio es independentista. Tienen pancartas colgadas dentro del centro, pegatinas pidiendo la libertad de los políticos encarcelados, un muñeco vestido de amarillo…», enumera Laura, que oyó los gritos contra la Guardia Civil procedentes del patio mientras paseaba a su perro. «Soy catalana para mi desgracia a día de hoy, pero también soy española y no me respetan».

Cuenta Laura, que atraviesa un momento vital complicado, que empiezan eliminándote en la red social Facebook y acaban sin dirigirte la palabra por la calle. «Eso son los “indepes”, los que el otro día le chillaron a mi hermana que dónde iba con esa mierda de pulsera (una de España). Yo no quiero explicarle a mi hijo cosas que no le corresponden por edad ni forman parte de nuestra vida, pero tengo miedo de que tomen represalias contra él por ser hijo de un guardia».

Viven en un pueblo de Tarragona –«ni se te ocurra poner el nombre tampoco»–, advierte; un pueblo tomado por el amarillo, que se ha convertido en la llave para no ser un apestado y estar en el círculo en determinados ambientes.

«Me dicen los profesores que le ponga TV3 para que vea los dibujos en catalán, pero esa es mi pequeña venganza», resume esta catalana cuya familia es de origen madrileño. Ella y su marido tomaron una decisión drástica: él ha pedido el traslado a Ceuta. No se lo han dado. Van a insistir y eso que el cambio le supone a Laura cambiar sus revisiones médicas oncológicas. «Ceuta, porque nos permite seguir manteniendo nuestra casa aquí, a ver si se calma el ambiente».

El artículo 155

El cultivo de esta fractura social ha sido lento, macerado y no parece que el 155 esté enmendando plana alguna. «Mi hijo no me dijo nada, pero un amigo suyo llegó a casa con un papel muy bien doblado: “Mami, traigo una cosa muy importante aquí”. Era la estelada que la habían dibujado en clase, ¡con 5 años!», explica Lorena noqueada aún por la fractura social que ha reducido de forma progresiva su círculo de amistades.

«Yo me llevo bien con mis compañeros de trabajo pero el grupo de amigos se ha roto y otros nos hablan a la fuerza. Las relaciones se han enturbiado, son falsas. El otro día me preguntaron qué opinaba de los detenidos por los CDR. Mi respuesta fue: yo no opino nada que luego todo se sabe». Trabaja en un supermercado y vive en un cuartel. Lo normal, si no fuera por el enrarecimiento que se ha adueñado de la normalidad. Lorena es la segunda generación de catalanes que hunden sus raíces en Cádiz y el mar de olivos de Córdoba. Dice que no se ha enfrentado cara a cara con familiares aunque las redes sociales sí han sido escenario de batalla entre la parentela. «Me han dolido comentarios, insultos a la Guardia Civil. Pedro es el padre de mis hijos y no lo tolero».

«Estamos creando un pequeño País Vasco, el aislamiento y el silencio se empieza a parecer». Son palabras de Francisco Javier Favorecido, de la Unión General de Guardia Civil (UGC) en Tarragona. Ha pasado 25 de sus 45 años en Cataluña. A este pontevedrés le queda un rastro poco evidente de su acento gallego y soslaya el discurso de medias tintas. «Tengo que comerme la bandera independentista en la plaza del pueblo con el 155 vigente y no pasa nada. Los independentistas se han crecido porque nadie les ha rebatido y ahora nos vemos así».

Él no tiene hijos y esa circunstancia le ahorra el trago de muchos compañeros porque es claro que el caso denunciado por la Fiscalía no es único. Su mujer, que trabaja en la recepción de un gran hotel, es una empleada anónima en ese entorno. «Todos nos sentimos mal, sobre todo el que no vive en un cuartel». Sin rastro de provocación, reflexiona: «Si mi mujer o yo nos dedicáramos a forrar la plaza de plásticos rojos, sería vandalismo. Como son amarillos, y son ellos, se mira para otro lado».

Amarillo y verde

 

Pedro y Lorena describen el día a día. Ellos sí viven en un cuartel, en el de Solsona, donde el amarillo y el verde son enemigos declarados. «El fin de semana pasado estuvimos en un cumpleaños de un niño de clase. Los castellano hablantes nos sentamos en unas mesas y los que hablan catalán en otras. Solo nos juntamos para la tarta», describe con resignación Pedro Rodríguez. Responde rotundo a la pregunta de si es tan evidente la fractura social después del día 1 de octubre. «No sé si el nacionalismo feroz y más radical lo despertó TV3 o nuestra actuación, pero es un hecho».

«Yo esto no lo había vivido nunca», le da la razón su mujer. «Cada uno pensaba como pensaba pero eso no rompía las relaciones. Nosotros hemos perdido muchos amigos». Su marido lo confirma. «Me han llegado a decir barbaridades: “Abre los ojos, sois unos asesinos, de qué lado estáis”. Todo el mundo cree que la Guardia Civil es el PP y obviamente hay de todo».

Este agente, al que le encantaría regresar a su tierra, lo tiene claro: «Estamos abandonados por las instituciones y al no tener la Guardia civil competencias aquí nos ven como una policía residual». Lorena lo lleva a su día a día. «Es un trago muy difícil. Solo lo puedes entender si vives aquí. ¿Tú crees que un crío de 5 años puede decir que no se junta con niños que hablan castellano? Esto es lo que llevo peor. No soportaría que se metieran con mis hijos».

«Nos vamos»

La hija de Claudia (también nombre ficticio) es demasiado pequeña para sufrir escarnio, humillación u odio en sus carnes, pero sus padres no. La niña tiene 2 años y asiste a la guardería, ajena a la deriva totalitaria y excluyente en la que se han sumido muchos de sus vecinos. Su madre es guardia civil en un pueblo de Tarragona. Su padre trabaja como vigilante. Ambos son gallegos y llevan ocho años afincados en Cataluña. «Nos vamos. Esto ha sido la gota que colma el vaso. En cuanto salgan vacantes nos marchamos», cuentan a dúo.

«Me he sentido odiada solo por decir que soy guardia civil e incluso sin decirlo». Su marido asiente: «Gente con la que tenía trato se cruza de acera para evitar saludarme». La agente marca el 3 de octubre del año pasado como uno de los peores de su vida. «He tenido miedo por mí, por la nena y por mi marido. Eran más de mil personas delante del cuartel (las conocíamos a casi todas) y dentro estábamos seis».

Cuenta Claudia que el día 1 fue complejo, aunque no tuvieron una participación activa ni salieron del cuartel. «Sufrimos una tensión y unos nervios horribles por qué no sabíamos cuál iba a ser nuestra actuación, pero el día 3 fue mucho peor. Había 40 o 50 tractores delante del cuartel además de gente de toda la comarca. El alcalde estaba a la cabeza, con los bomberos. Yo tenía que recoger a mi niña de la guardería y no podía salir. Mi marido tuvo que ir a buscarla y llegó varias horas tarde al trabajo».

Francisco, que tampoco se llama

Francisco, pero sí es su marido, completa el relato: «Tuve que pasar entre la gente, claro, y allí estaban las profesoras de la guardería, el frutero, el farmacéutico… ya casi no nos hablan». En su pueblo adoptivo tampoco luce la bandera de España, solo esteladas: en el Ayuntamiento y en el hospital, en las rotondas de las entradas, en las ventanas… En el balcón del consistorio cuelga también la pancarta de apoyo a los «presos políticos».

Los balcones y las plazas recuerdan a otros tiempos y otras latitudes; sin muertos pero con un silencio parecido que arrincona a la minoría. Las banderas han cobrado un protagonismo extemporáneo y definitivo, pero aun así la oficial permanece desaparecida. «Si no piensas como ellos, estás solo. A nosotros nos queda una pareja de amigos y algunos conocidos», cuenta Francisco. «Ya no merece la pena vivir aquí. La gente antes era cerrada, ahora es irrespirable». Palabra de Claudia. Palabra de Guardia
LAURA MUJER DE UN GUARDIA CIVIL
«Soy catalana para mi desgracia a día de hoy, pero también soy española y no me respetan» «Esos son los independentistas, los que el otro día le chillaron a mi hermana que dónde iba con esa mierda de pulsera (una pulsera con la bandera de España)» «Yo no quiero explicarle a mi hijo (de 7 años) cosas que no le corresponden por edad ni forma parte de nuestra vida, pero tengo miedo de que tomen represalias contra él por ser hijo de un guardia civil»
FRANCISCO JAVIER GUARDIA CIVIL EN TARRAGONA
«Tengo que comerme la bandera independentista en la plaza del pueblo con el artículo 155 vigente y no pasa nada. Se han crecido porque nadie les ha rebatido» «Estamos creando un pequeño País Vasco, el aislamiento y el silencio se empieza a parecer. Todos nos sentimos mal, sobre todo el que no vive en el cuartel» «Si mi mujer o yo nos dedicáramos a forrar la plaza de plásticos rojos, sería vandalismo. Como son amarillos, y son ellos, se mira para otro lado»

 

Lorena , la mujer de un Guardia Civil

«Mi hijo presume: mi papá es policía, para él es un orgullo y yo no quiero que nadie le arrebate su inocencia y le diga que pega a la gente» «Son muy pequeños, no tienen por qué entrar en ese discurso», reflexiona, tras relatar que su hijo le preguntó si prefería la bandera española o la estelada «Yo me llevo bien con mis compañeros de trabajo, pero el grupo de amigos se ha roto y otros nos hablan a la fuerza. Las relaciones se han enturbiado, son falsas»
CLAUDIA GUARDIA CIVIL EN TARRAGONA
«Me he sentido odiada solo por decir que soy guardia civil e incluso sin decirlo. Gente con la que tenía trato se cruza de acera para evitar saludarme» «He tenido miedo por mí, por la nena y por mi marido. Eran más de mil personas delante del cuartel (las conocíamos a casi todas) y dentro estábamos seis» «Nosotros ya hemos decidido irnos. En cuanto salgan vacantes nos marchamos. Ya no merece la pena vivir aquí. La gente antes era cerrada, ahora es irrespirable»
PEDRO GUARDIA CIVIL EN SOLSONA (LÉRIDA)
«Estamos abandonados por las instituciones y al no tener la Guardia Civil competencias aquí nos ven como una policía residual» «Mi mujer catalana, de padres catalanes, no se siente integrada. ¿Alguien cree que eso es normal?» «El fin de semana estuvimos en un cumpleaños de un niño de clase. Los castellano hablantes nos sentamos en unas mesas y los que hablan catalán en otras »
ACOSO A LOS NIÑOS
Algunas de las expresiones que los profesores dirigieron a los hijos de los guardias civiles en un instituto de Sant Andreu de la Barca (Barcelona) tras el 1-O y que han acabado en una denuncia de la Fiscalía: «Los guardias civiles son unos animales, solo saben dar palos» «Parecen perros rabiosos» «¿Estarás contento con lo que hizo ayer tu padre?»