Dies irae

Hoy, 24 de octubre de 2019, memoria libre de San Antonio María Claret, obligaciones profesionales me impiden acudir a Mingorrubio a rezar por el alma del Generalísimo el día en que se consuma la profanación de un cuerpo físico y apenas comienza la del Cuerpo Místico que peregrina en España. Es probable que en los oficios religiosos que se llevan hoy a cabo no se escuche la secuencia del Dies irae que antaño se cantaba en las honras fúnebres, hoy relegada a la forma extraordinaria del rito romano. No por ello dejará hoy de ser, ante la profanación sin luz pero con taquígrafo de notaria mayor del Reino, un día de la ira, día de cuyos actos se lleva cuenta en el Juicio Final que esa secuencia evoca.

No tengo palabras para el Consejo de Ministros, pues no nos es dado echar perlas a los cerdos (Mt 7, 6). Operare sequitur esse, luego no cabe sorpresa ante el hecho de que los canallas sean fuertes con el débil y débiles con el fuerte. Tan sólo evocar que los jefes de los pueblos los tiranizan (Mt 20, 25), y que hasta los pelos de la cabeza tenemos contados (Lc 12, 7), y que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última iota de la ley (Mt 5, 18). Sí tengo palabras para otros.

A la Sección Cuarta de la Sala Tercera del Tribunal Supremo, más os valdría haberos colgado una piedra de molino al cuello y arrojado al mar (Mt 18, 6), pues con vuestra denigrante sentencia habéis escandalizado a los pequeños, a quienes os claman justicia y ya no podréis jamás dispensársela. Habéis declarado conforme a Derecho que un Gobierno dicte una ley de caso único, bajo condición de la ‘extraordinaria y urgente necesidad’ (art. 86.1 de la Constitución) de profanar los restos de un muerto enterrado hace cuarenta y cuatro años, sin que sus familiares puedan decidir ni tan siquiera a dónde deben ser trasladados, suplantando la voluntad de la autoridad eclesiástica a la que un tratado internacional le otorga la inviolabilidad de los lugares de culto (art. 1.5 del Acuerdo Iglesia – Estado sobre asuntos jurídicos), convalidando la discriminación y la persecución ideológica fundadas en el hecho de apellidarse Franco (arts. 14 y 16.1 de la Constitución). Con vuestra ignominiosa sentencia ha quedado desvanecida la poca persuasión que pudiera restarle a esa asignatura llamada Derecho Constitucional que vosotros, ratione tempore, no tuvisteis la suerte o la desgracia de padecer. Vuestra sentencia se estudiará en las mejores facultades como paradigma de la prevalencia del poder sobre el derecho, de cómo la fuerza doblega a ley cuando hay jueces que convierten su potestad en un flatus vocis al servicio del gobernante. Desconozco lo que os habrán prometido a cambio de tamaña infamia, pero como prevaricadores de la justicia, del derecho y de la decencia, habéis caído en la fosa que vosotros mismos habíais cavado para sepultarnos (Sl 57, 7).

Al arzobispo de Madrid y a la Conferencia Episcopal Española, vuestra deserción constata que los pastores de la piel de toro carecen de juicio (Jr 10, 21) y que la sal hispana se ha vuelto sosa, no sirviendo ya más que para arrojarla fuera y que la pise la gente (Mt 5, 13). No es, en realidad, nada nuevo; sí el epítome de la mayor persecución de la Iglesia que no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la misma Iglesia (Benedicto XVI, viaje apostólico a Fátima), de la apostasía silenciosa (San Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 16) que como guías ciegos encabezáis filtrando el mosquito y tragándoos el camello (Mt 23, 24). Es vuestro silencio, cómplice y cobarde a un tiempo, el me impele a hablar, pues si vosotros calláis hablarán las piedras (Lc 19, 40). Habéis deliberado, quizás, que la causa del cadáver del Jefe del Estado que fuera llevado bajo palio por vuestros predecesores no merecía la pena. Habiendo puesto la lámpara bajo el celemín (Mc 4, 21) no sea que a alguien pueda incomodar deslumbrándole, no atisbáis a entender, sin embargo, que bajo esa misma causa subyace esa otra de la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Hb 8, 21) de la que habéis abdicado a cambio de treinta plateadas casillas de aguinaldo anual en la declaración de la renta. Tras la ‘exhumación’ del cadáver viene la ‘exhumación’ de los monjes benedictinos y de la Cruz gigantesca y gloriosa que a todos abraza. Olvidáis, tal vez, que el Señor vomita de su boca al que no es ni frío ni caliente (Ap 3, 16). Porque a quienes mucho se confió más aún se exigirá (Lc 12, 48), los simples fieles oramos para que el Maestro os recuerde delante del Altísimo en la hora del juicio, pues vosotros le negasteis delante de los hombres (Mt 10, 33), en Su Basílica Menor del Valle de los Caídos que dejasteis profanar impunemente.

A los nietos y bisnietos del Generalísimo, a la abadía benedictina del Valle de los Caídos y su prior, a los innumerables españoles de bien y a todos los cristianos que, de una u otra manera, sufren por causa de esta tropelía, quiero recordaros unas palabras del Cardenal Sarah en su última obra (Se hace tarde y anochece, 2019): «Vuestra misión no consiste en salvar a un mundo que muere. Ninguna civilización posee las promesas de la vida eterna, Vuestra misión consiste en vivir fielmente y sin componendas la fe que habéis recibido de Cristo. Así, sin ni siquiera daros cuenta, salvaréis la herencia de tantos siglos de fe. ¡No tengáis miedo de ser pocos! No se trata de ganar elecciones ni de influir en las opiniones. Se trata de vivir el Evangelio: no de pensar en él como en una utopía, sino de vivirlo de un modo concreto. La fe es como el fuego: para poder transmitirla tiene que arder. ¡Cuidad ese fuego sagrado! Que sea vuestro calor en medio del invierno de Occidente».

El Dios verdadero no es de muertos, sino de vivos (Lc 20, 38), de quienes como Francisco Franco, cristiano ejemplar, viven eternamente en la morada celestial que Jesucristo les preparó (Jn 14, 2), donde ni la polilla o la carcoma o las conferencias episcopales los roen, ni los ladrones o los consejos de ministros o los tribunales supremos abren boquetes y los roban (Mt 6, 20). Lacrimosa dies illa, será aquel un día de lágrimas, dice la secuencia del Dies irae. Lloramos la ’pérdida de España’ una vez más en nuestra historia, mas no debemos dejar de amar y de aspirar no «a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora, sino a la eterna e inconmovible metafísica de España» (José Antonio, Discurso sobre la revolución española).

Blas Piñar Guzmán

Fuente:

https://revistahispanica.com/2019/10/24/dies-irae/