Disuasión

La disuasión es un concepto tan viejo como el hombre. Tiene un componente de amenaza, pero es mucho más sutil: obliga al otro a negociar, a aceptar condiciones, a no tirar la primera piedra

Ahora nos preguntamos cómo disuadir las nuevas amenazas tanto terroristas como cibernéticas. Para destruir las Torres Gemelas no se necesitaron armas de destrucción masiva»

Por supuesto las hinchadas argentinas del River y del Boca tienen su mérito. Lo que fueron incapaces de consensuar en Buenos Aires lo consiguieron en Madrid el pasado domingo 9 de Diciembre. Como factor de apoyo añadiría la ponderación de la amplísima colonia argentina que vive entre nosotros, entre los cuales hay conocidos deportistas, entrenadores y comentaristas deportivos. Todos contribuyeron a pacificar el entorno, sin entrar a valorar vencedores y vencidos que en materia deportiva pronto se devuelven tornas, se reaniman. Los españoles debemos agradecerles que se acordasen de Madrid como recurso, como tierra hermana, como territorio neutral. Imagino que en Barcelona alguien ha sentido sana envidia, admitiendo que la capital catalana no está ahora en condiciones –a pesar de tener a un extraordinario Messi– de ofrecer hospitalidad y neutralidad, como lo hizo en el 92.

BARRIO

Pero estoy obligado a resaltar el enorme mérito de nuestras autoridades de Interior –Policía Nacional y Municipal en primera línea– con su estrategia disuasoria y su buena táctica sobre el terreno. Es difícil movilizar cuatro mil efectivos policiales en diez días. Pero el mero anuncio, ya disuadía, invitaba a dejar violencias para otras ocasiones.

La disuasión es un concepto tan viejo como el hombre. Tiene un componente de amenaza, pero es mucho más sutil: obliga al otro a negociar, a aceptar condiciones, a no tirar la primera piedra. Militarmente ha sido una herramienta común. La Roma Imperial nos legó una máxima que hoy se puede leer en la escalera principal de la Academia General Militar de Zaragoza: «Si vis pacem, para bellum». Es decir si quieres la paz, prepara la guerra: demuestra tu poder, disuade a posibles enemigos interiores y exteriores. Mal entendida, la máxima puede ser interpretada como una incitación a la guerra. De hecho uno de los «sublimes políticos» que pasaron por Defensa quiso eliminarla, como intentó –y durante un tiempo consiguió– eliminar el «A España servir hasta mori» que presidía la Academia de Suboficiales de Tremp en el Pirineo catalán. Para nada la máxima romana está reñida con la definida en el siglo XX por la Escuela de Polemología que impulsó Gastón Bouthoul, añadiendo un «conoce la guerra», que profundiza en sus raíces sociológicas, en sus causas, e intenta, analizándolas, que se pueda evitar. Nada que objetar. No hace falta proscribir de una academia militar la palabra guerra, si los que allí enseñan y se preparan para la carrera de las armas tienen claro que lo importante es evitarla, precisamente porque la conocen.

El concepto de disuasión ha estado muy unido modernamente a las experiencia nucleares de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 y del largo período de guerra fría que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La disuasión nuclear fue objeto de amplios estudios en centros estratégicos de poder y en escuelas militares. La «Doctrina para el empleo de Armas y Servicios» de nuestro Ejército (1) ya citaba que «la capacidad de disuasión quebranta la voluntad de lucha del adversario por la simple amenaza del empleo de estas armas». A las potencias vencedoras –a URSS, EEUU, Francia y Reino Unido se unieron pronto otras como Israel– que siempre consideró a la disuasión como aspecto esencial de su defensa –India y Pakistán, Corea del Norte e Irán tras el acuerdo de 1956 entre Eisenhower y el Sha Reza Pahlavi–. Después, tras la desmembración de la URSS, Ucrania, Kazajistán y Bielorrusia accedieron con limitaciones al club nuclear. Y hay que reconocer que gracias a una indiscutible actividad internacional bajo la batuta de Naciones Unidas, se ha obligado a las potencias a respetar determinantes normas y a limitar su uso, superando momentos de crisis como las dudas de utilizarlas en Vietnam o recientemente las provocadas por Corea del Norte. Con ello se ha evitado otro Hiroshima y el acceso a ellas –por ahora– de organizaciones terroristas. No se han podido evitar en cambio accidentes en instalaciones y centrales nucleares.

Modernamente nos preguntamos cómo disuadir las nuevas amenazas tanto terroristas como cibernéticas. Para destruir las Torres Gemelas de Nueva York no se necesitaron armas de destrucción masiva; y para asesinar y crear el terror en las Ramblas de Barcelona hace poco más de un año bastó una furgoneta de alquiler. No es imposible que accediendo a claves informáticas se puedan abrir compuertas de presas, se dirijan vuelos comerciales a rumbos de colisión, se contaminen aguas, se deje sin energía eléctrica a millones de usuarios, o se colapsen oleoductos o compuertas de canales en Suez o Panamá. ¿Podemos vivir, dicen los expertos, un Pearl Harbour cibernético? ¿Cómo se disuade? ¿A quién? ¿Dónde?

Los romanos tenían claro quiénes podían ser sus enemigos. ¿Sabemos nosotros por donde andan –tierra, mar o nube– los de hoy?

  • 13 dic. 2018    La Razón    Luis Alejandre- General (R)