EL FIN DE LA “GRAN ILUSIÓN”: NORMAN ANGELL Y LA FUNDACIÓN DE LA OTAN

En la primera parte del siglo XXI el excesivo racionalismo, las ideologías radicales y un aislacionismo equivocado sumergieron a Europa en dos guerras enormes que incendiaron a medio mundo. Hoy, cuando esa tendencia resurge nuevamente, es instructivo recordar cómo un pacifista idealista llegó a la conclusión de que el único modo de mantener la paz era un pacto de defensa colectiva entre países con ideología similar.

Cuando doce ministros de Asuntos Exteriores de Canadá, EEUU y diez países de Europa Occidental se reunieron en Washington el 4 de abril de 1949 para firmar un tratado de defensa mutua, no todos los observadores cogieron el significado del acontecimiento. El Washington Post bromeó con que la ceremonia puede resultar “más espectacular que el acto en sí mismo”. Irónicamente, la banda de música del State Department, en honor a la primera dama Bess Truman, interpretó un popurrí del musical “Porgy and Bess” que resaltaba “no tiene por qué ser necesariamente así” y “Cogí muchísimo de nada”.

Otros, no obstante, entendieron la importancia histórica de la ceremonia. El Conde Sforza –ministro italiano de Asuntos Exteriores que se había negado a trabajar para Mussolini- comparó el pacto con la Carta Magna Inglesa: “de un lado intangible, de otro una continuada creación”. De modo semejante, el conocido comentarista político de EEUU Walter Lippman afirmó que “el tratado reconoce y proclama una comunidad de intereses que es mucho más antigua que el conflicto con la Unión Soviética y llega lo que puede y quiere sobrevivirla”.

Aparte de los comentarios el nuevo pacto de defensa tuvo todavía otro defensor preeminente: Sir Norman Angell (1872-1967), economista, periodista, activista de la paz, autor conocidísimo y Premio Nobel de la Paz en 1933. Su apoyo a una comunidad de defensa de las democracias occidentales para contener a la Unión Soviética marcó el final de un viaje de toda una vida dedicado a prevenir la guerra por medios extramilitares.

La vida política de Angell –durante la cual pasó de pacifista idealista a creyente en esquemas de seguridad colectiva y, finalmente, defensor de una alianza trasatlántica de defensa colectiva- es, en muchos sentidos, un reflejo de la turbulenta primera mitad del siglo XX. Testigo de dos guerras mundiales y de la violencia infligida por los excesivos nacionalismos e ideologías totalitarias, el mejor activista de la paz conocido del mundo se dio cuenta de que el mejor modelo que ofrecer es una alianza entre las democracias occidentales.

 

 

De pacifista idealista…

Ralph Norman Angell (Lane), políglota británico que había vivido en Francia y EEUU, alcanzó la fama con su libro “The Great Illusion”, publicado en 1911. En él, que luego le valió el Premio Nobel de la Paz, sostenía que el coste de las guerras se había vielto tan grande que superaba cualquier posible beneficio. Los países, decía, se habían vuelto demasiado económicamente interdependientes como para hacer de la guerra entre ellos un negocio lucrativo. Los argumentos de Angell recibieron mucha atención. Como las grandes potencias de Europa parecían tender poco a poco cada vez más a la guerra, Angell parecía demostrar por la vía de un argumento económico racional por qué una gran guerra sería una locura.

“The Great Illusion” fue traducido a más de 15 idiomas y se vendieron casi dos millones de ejemplares. W. M. Hughes, premier de Australia, lo calificó como “un libro impresionante para leer… repleto de la más brillante promesa para el futuro del hombre civilizado”. En las principales universidades los entusiastas “angellistas” extendieron el mensaje del final de la guerra. Lord Esher, presidente del Comité Imperial de Defensa, sostuvo la opinión de que la guerra “se hace cada día más difícil e improbable”. También estaba convencido de que Alemania “se muestran tan receptivo como Gran Bretaña a la doctrina de Norman Angell”. Esto se daba claramente de bruces con la realidad política en Alemania –tal y como un turbulento viaje de declaraciones de Angell por todo el país en 1913 debería haber puesto de manifiesto-, pero muchos liberales británicos creyeron que las advertencia sobre el militarismo alemán eran exageradas.

La tesis de Angell estuvo lejos de ser aceptada. Alfred Thayer Mahan, líder principal pensador en EEUU de la estrategia naval, criticó a Angell por haber ignorado factores no cuantificables. Coincidía con él sobre la ratio coste-beneficio cuestionable de las grandes guerras pero advertía de que no se originaban justamente por razones económicas: “Los países no se hacen ilusiones sobre lo nada rentable de la guerra en sí misma, pero reconocen que diferentes puntos de vista de lo correcto e incorrecto en las transacciones internacionales pueden provocar colisiones en contra de las cuales la única salvaguarda es el armamento”. Mahan coincidía con Angell en que la quiebra del sistema económico internacional por una guerra también debería volverse contra el agresor. Pero, incluso esto no significaría el fin de la guerra, porque “… la ambición, el propio respeto, el resentimiento por la injusticia, la simpatía hacia el oprimido, el odio a la operación” eran razones más que suficientes de por qué no desaparecerían las guerras.

“The Great Illusion” supuso el intento de Angell de usar argumentos racionales en su lucha contra el extendido fatalismo de una guerra “inevitable” con Alemania. No obstante, su magnífica prosa no pudo ocultar el hecho de que su argumento apenas supusiera una interesante recopilación de hechos y reflexiones. Con respecto a las relaciones angloalemanas, Angell trabajó también mucho sobre las semejanzas culturales entre las dos naciones, subestimando sus diferentes intereses estratégicos.

Peor aún; aunque Angell no afirmó nunca que la guerra se había vuelto imposible, sólo irrentable, se convirtió en víctima de su propio periodismo por hipérbole. En octubre de 1913 la revista “Life” le citaba diciendo: “El cese del conflicto militar entre potencias como Francia y Alemania, o Alemania e Inglaterra, o Rusia y Alemania <…> la llegado ya. <…> la Europa armada se encuentra ahora comprometida en pasar la mayor parte de su tiempo y energías ensayando una representación que todo los concernidos saben que probablemente no va a ejecutarse”.

… a pacifista realista.

A ojos de muchos observadores el estallido de la Primera Guerra Mundial desacreditó completamente a Angell y sus seguidores. Los argumentos económicos no habían impedido esta masiva conflagración. Sin embargo, la devastación sin precedentes por esa guerra también afirmó la tesis de Angell de que la guerra había dejado de tener sentido económico. Consecuentemente, los intentos de Angell sobre la semántica de la guerra y su petición de un estado ilustrado siguieron vigentes. Continuó su lucha por la paz internacional y la detente entre las grandes potencias y siguió siendo una celebridad –en los años treinta  “The Great Illusion” había  tenido seis ediciones y Angell obtenido unos resultados literarios enormes-. Fue nombrado caballero y en 1933 recibió el Premio Nobel de la Paz. No obstante, los años treinta le hicieron aprender amargas lecciones para su fe en la racionalidad humana. El crecimiento del fascismo y el comunismo le preocuparon. También se dio cuenta de que, al apaciguar a los preparados para el uso de la fuerza militar para lograr sus objetivos, las democracias europeas estaban reduciendo efectivamente el coste de la agresión.

Frente a estos antecedentes, el pensamiento político de Angell experimentó una importante evolución. Dejó de indagar sobre el poder de la interdependencia económica para prevenir la guerra. En vez de ello prestó más atención al principio de seguridad colectiva –un sistema que incluía el posible uso de la fuerza contra la violación-. De este modo Angell pasó de ser un pacifista idealista a otro realista. Advirtió contra la beligerancia de Hitler y apoyó el rearme de Gran Bretaña. En 1914 fundó precipitadamente una “Neutrality League” para mantener a Gran Bretaña fuera del conflicto. A comienzos de la II Guerra mundial, en contraste, apoyó la causa de su país.

Angell sabía perfectamente que la victoria británica era en gran parte el resultado de la participación de EEUU. En consecuencia, en la inmediata posguerra fustigó el antiamericanismo que crecía en la izquierda política británica, pero también el creciente aislacionismo de EEUU. Con la presencia de la Unión Soviética como otro desafío totalitario a las democracias occidentales Angell consideró la unidad de los países de habla inglesa como requisito previo para la paz en Europa.

Por ello, cuando comenzaron las negociaciones para un tratado de defensa colectiva entre Norteamérica y Europa, las apoyó. Un North Atlantic Security Pact, sostenía semanas antes de la firma del Tratado de Washington, podría ser una barrera al expansionismo soviético. Si Alemania hubiera sabido la fuerza de la alianza que se le opondría probablemente no se habrían producido las dos guerras mundiales. De modo semejante, si la Unión Soviética hubiera sabido la resistencia efectiva a la que se enfrentaría, posiblemente se habría evitado una tercera. Este desvergonzado argumento en pro de la paz mediante la disuasión militar estaba muy lejos de sus anteriores creencias pacifistas.

La preferencia de Angell por un sistema inclusivo de seguridad colectiva, que había patrocinado tras la I Guerra Mundial, continuó inalterable. No obstante, precisamente porque Alemania no podía ser incluida en tal sistema durante los años treinta, no esperaba mucho de la incorporación de la Unión Soviética en tales acuerdos a finales de los cuarenta. Tal sistema, creía, sólo podría funcionar entre potencias con parecida mentalidad. Al reunir a las democracias más importantes la naciente comunidad trasatlántica de defensa se acercaría a su ideal de sistema de prevención de la guerra. Aunque aún mantenía su punto de vista sobre las devastadoras consecuencias de las guerras modernas, si bien su anteriormente optimismo sobre el progreso intelectual de la Humanidad había sido sustituido por un profundo escepticismo.

Norman Angell podrá ser recordado eternamente por algo que nunca dijo realmente: que la guerra se había convertido en algo imposible. Sin embargo, justo como los académicos le consideran como un pionero de la teoría de las relaciones internacionales. También debería ser recordado como alguien que hizo lo posible para reconocer que preservar la paz en un mundo cambiante significa abandonar dogmas obsoletos.

Michael Rühle es director de la Energy Security Section de la NATO’s Emerging Security Challenges Division.

NATO Review, 14 de enero de 2019

Por la trascripción:

Leopoldo Muñoz Sánchez

Coronel de Intendencia ET (R)