Entrevista Aleksandr Solzhenitsyn en 1976

Buenas y suficientes razones tenía el entrevistado para poder hablar con conocimiento de causa sobre el terrible y brutal régimen comunista. En la Unión Soviética y en cualquier nación por ella ocupado o de su ideología

-El 20 de marzo de 1976, cinco meses después de la muerte de Franco, el periodista José María Íñigo, recientemente fallecido, entrevistó para el programa «Directísimo» en TVE al premio Nobel ruso Aleksandr Solzhenitsyn. Según contó el mítico presentador, el escritor ruso no cobró por su intervención, únicamente pidió ir a una corrida de toros. En la entrevista se sorprendió de que la izquierda española colocara a la dictadura de Franco en el mismo lugar que el régimen de terror que se vivía en la URSS. He aquí algunas de sus declaraciones.

– “Vuestros círculos progresistas se complacen en llamar al régimen existente de Franco  «dictadura». Yo, en cambio, llevo diez días viajando por España, desplazándome de riguroso incógnito. Observo cómo vive la gente, lo miro con mis propios ojos asombrados y pregunto: ¿saben ustedes lo que quiere decir esta palabra, conocen ustedes lo que se esconde tras este término?

Voy a proponerles algunos ejemplos.

Un español cualquiera no está vinculado a un lugar determinado, a una ciudad o a un pueblo donde tiene forzosamente que residir. Puede desplazarse de un lugar a otro según le plazca. Nuestro ciudadano soviético, en cambio, no lo puede hacer: estamos encadenados a nuestro lugar de residencia por la famosa propiska, el visado de la policía.

Las autoridades locales deciden si puedo cambiar de residencia o no. Estoy totalmente en sus manos, pueden hacer conmigo lo que quieran.Luego me entero de que los españoles pueden salir libremente de su país. En la Unión Soviética esto no existe. Desde hace poco, bajo la presión de la opinión pública mundial, y especialmente de los Estados Unidos, se está dejando salir a una pequeña parte de los judíos. Pero la otra parte y todos los demás pueblos que habitan la URSS están privados de este derecho.

Nos encontramos en nuestro propio país como en una cárcel.

Paseo por Madrid, o por otras ciudades españolas, de las cuales he visitado doce, y veo que en los quioscos se venden los principales periódicos europeos. En cambio, si en mi país apareciera un periódico extranjero a la venta, se alargarían diez manos para agarrarlo.

Veo, otro ejemplo, que aquí funcionan libremente las fotocopiadoras, cualquiera por cinco pesetas puede sacar libremente una fotocopia. En nuestro país tal cosa no sólo está prohibida, sino que es delito: toda persona que utilice una copiadora para fines particulares y no para el Estado, para la Administración, será condenado por actividades contrarrevolucionarias.

En su país, puede que con algunas limitaciones, están autorizadas y tienen lugar algunas huelgas. En nuestro país, en sesenta años jamás fue autorizada una sola huelga. En los primeros años del régimen, los huelguistas cayeron bajo ráfagas de ametralladora, o fueron encarcelados como contrarrevolucionarios, aunque sólo exigían mejoras de carácter económico.

Hoy día, ya a nadie se le ocurre, a nadie se le pasa por la cabeza, la idea de organizar una huelga. Más todavía: publiqué un día en la revista Novi Mir una narración, Por el bien de la causa. En ella, un personaje, un estudiante, pronunciaba la frase «Vamos a hacer huelga». Pues bien, antes de que la narración pasara la censura, ya la propia mesa de redacción de la revista eliminó la palabra «huelga». La palabra «huelga» está prohibida en mi país

No, vuestros progresistas pueden usar la palabra que quieran, pero «dictadura» no. ¡Si nosotros tuviéramos las libertades que tienen ustedes, nos quedaríamos boquiabiertos, exclamaríamos que es algo nunca visto!

REMITIDO

27 de agosto de 2020