ESPAÑA

«España existe como nación y como Estado desde hace cinco siglos, como lo español existe como tipo humano en sus distintas acepciones regionales, pero perfil común. Siendo uno de sus rasgos más típicos el dar más importancia a la patria chica que a la patria grande.

AUNQUE hay miles de libros sobre nuestro país, creo necesario un análisis actualizado, que no pretendo hacer aquí, sólo apuntarlo y me bastaría que otros, con más saberes y tiempo que yo, lo abordasen. Empecemos por lo más fácil: la Geografía. La tercera y mayor de las tres penínsulas mediterráneas, España –y me excuso por obviar a Portugal, tan distinta al haber nacido y crecido en contraposición a ella– es un continente en miniatura, con largos ríos, no navegables la mayoría, debido a las muchas cordilleras, costa abundante, valles umbríos, amplias planicies, desiertos incluso. Ello produce una variedad de climas, flora y fauna que, junto a la dificultad de comunicación, propicia el aislamiento de sus comunidades. Si se le añade su condición de finis térrae desde la más remota antigüedad y, al mismo tiempo, de meeting point, punto de encuentro de tres continentes, el Eurásico, el Africano y el Americano, empieza a comprenderse la singularidad de sus habitantes.

NIETO 

Aunque para hablar de españoles tendremos que abandonar la prehistoria y aparecer en la historia como Hispania, con iberos y celtas, que entrecruzados crean los celtíberos: «Fieros y belicosos» incluso entre ellos, los describe Tito Livio. Primera y última colonia de Roma, al quedar el País Vasco sin romanizar, mientras la Bética lo hizo hasta el tuétano, dando a Roma poetas, filósofos y emperadores. De ahí en adelante, lo hispano se va creando por oleadas de sucesivas invasiones sin perder su ADN original. A suevos, vándalos y alanos, que pasaron como un vendaval, excepto los primeros, asentados en Galicia, siguieron los visigodos, que crearon el primer reino hispano. Eran sólo 300.000 entre cuatro millones de hispano-romanos, por lo que se resistieron a mezclarse para no disolverse, de ahí el altivo «vengo de los godos» durante siglos, en los que la marea islámica inunda la Península. Es cuando empieza nuestro peculiarismo: mientras francos y germanos intentan reconstruir el Imperio Romano, nosotros buscábamos expulsar a los invasores. Pero no como empresa común, sino cada cual por su cuenta.

La Reconquista fue nuestra «cruzada» y, a la vez, una tela de Penélope: lo reconquistado por los monarcas más dinámicos, se fragmenta al repartir el reino entre sus hijos. Algo parecido ocurre en el Califato de Córdoba, que deviene en Reinos de Taifas. Esa pluralidad beligerante va a quedar impresa en el carácter español, junto al lema «Riqueza y prestigio se ganan con la espada y la cruz», de ahí que la «aventura americana», iniciada el mismo año que finaliza la Reconquista, intenta continuarse en aquel continente, con «nuevas» Españas y todo el bagaje acumulado. Mientras en Europa el Renacimiento, la duda cartesiana y la Reforma protestante abren la Edad Moderna, España y Portugal, unidas por algún tiempo, la abren con sus descubrimientos, circunvalaciones del Globo y grandes imperios. Si tenemos en cuenta que el imperio es el mayor enemigo de la nación, al abarcar varias, nos damos cuenta de que el enorme esfuerzo durante los siglos XVI y XVII para crear un imperio «donde no se ponía el sol», lo pagó España descuidando la labor de consolidarse como nación.

Es verdad, como dice Ortega, que Felipe II creó al primer estado moderno, con una administración, ejército y diplomacia común. Pero las diferencias interiores seguían siendo medievales, mientras Francia, Inglaterra, Holanda y otros países europeos reforzaban su identidad nacional, al tiempo que se creaba la primera industria, en buena parte con la plata que llegaba de América, ya que los españoles teníamos trabajo de sobra en defender nuestros dominios. Tendrán que llegar los Borbones para intentar revertir ese proceso, con los Decretos de Nueva Planta, que unifican los impuestos, crean las primeras plantas industriales y las academias de Ciencias y Letras. No quiero, sin embargo, ser tan estúpido como para achacar al Imperio Español la causa de nuestra decadencia. A diferencia de los que siguieron, el inglés, el francés, el holandés, el tardío alemán, el español levanta no sólo iglesias, universidades, ciudades, caminos, sino algo más importante: una «raza». Una raza que es antirraza, al mezclar varias, con virtudes y defectos de todas ellas. Es como los estadounidenses pudieron formar un solo estado erradicando o confinando a sus indígenas, los hispanoamericanos formaron tantos estados como virreinatos, o más, a los que siguieron llegando españoles en busca de fortuna.

Hoy se invierte la corriente, viniendo a España hispanos por la misma causa, para nuestra suerte, al tener la misma lengua, religión y costumbres. Que tal vínculo se mantiene lo demuestra que nuestros problemas siguen siendo similares, como la fragilidad de nuestras democracias, puesta de manifiesto en nuestras dos Repúblicas, que estallaron como granadas, y en el desgaste acelerado de nuestra Transición, debido a la tendencia a subrayar las diferencias y olvidar las semejanzas. Con lo que llegamos al punto neurálgico de nuestra problemática actual: ¿qué es España? ¿Una nación o una nación de naciones? De entrada, es una nación de nacionalidades, con autonomía, no soberanía, que reside en aquélla.

Luego, hay que definir qué es una nación, al haber dos tipos: el antiguo, conjunto de individuos que comparten lengua, tradiciones, religión, costumbres, con instituciones más o menos autoritarias, y la surgida de la revolución, que convierte los súbditos en ciudadanos con iguales derechos y deberes, que eligen sus gobernantes y destino, el «plebiscito diario» de Renan o el «proyecto sugestivo de vida en común» de Ortega, fijado en la Constitución, o sea, el Estado-nación. Hoy, cuando los españoles tenemos finalmente una democracia, un nivel de vida razonable, pertenecemos a la comunidad más envidiada y las naciones se funden en bloques para producir sinergias entre ellas y defenderse mejor en el escenario mundial, preferir los hechos diferenciales a los compartidos es sencillamente idiota. ¿O creen que las diferencias entre un prusiano y un bávaro son menores que las de un catalán y un andaluz? Puedo asegurarles que no.

España existe como nación y como Estado desde hace cinco siglos, como lo español existe como tipo humano en sus distintas acepciones regionales, pero perfil común. Siendo uno de sus rasgos más típicos el dar más importancia a la patria chica que a la patria grande. Lo atribuyo a confundir nación con nacionalidad, repito, sin soberanía, y a que la patria grande era el imperio, que se ha ido, y nos refugiamos en la chica, la aldea. Algo parecido ocurre a los ingleses. Ahí los tienen queriendo salir de Europa, perteneciendo a ella, como ocurre a los catalanes con España. Cuando juntos valemos mucho más que separados. Separados no hacemos más que pelearnos, juntos hemos descubierto mundos, creado El Quijote, Las Meninas, expulsado a los invasores inasimilables y demostrado que puede pasarse de la dictadura a la democracia sin sangre. No poca cosa. Bismarck: «España debe de ser el país más fuerte del mundo. Los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo han conseguido». España existe y seguirá existiendo. El 28 de abril tendremos otra ocasión de confirmarlo o rebatirlo. Su elección, amigo lector.

21 feb. 2019    ABC     JOSÉ MARÍA CARRASCAL – PERIODISTA