«Hay una unión inesperada en Bruselas tras el Brexit»

El ciclo Top View Europa dedicó su quinto acto a debatir sobre defensa, geopolítica y ciberseguridad

 

La proximidad de las elecciones europeas que se celebrarán del 23 al 26 de mayo ha elevado al primer rango de interés los asuntos vinculados con la Unión Europea(UE), con los ciudadanos de los Estados miembro atentos a las noticias que se publican sobre Bruselas y en muchas ocasiones preocupados por el papel que desempeña en el mundo, donde contemplan el auge de Estados Unidos y China como principales actores de la escena internacional.

Conscientes de ese desafío, y con ganas de ofrecer respuestas y análisis que permitan aclarar asuntos no siempre fáciles de comprender, varios expertos en cuestiones de ciberseguridad, geopolítica y defensa se reunieron en ABC el pasado lunes para conversar sobre esos temas, a veces ignorados, pero sin duda esenciales, desde una óptica europea. El quinto acto del ciclo Top View Europa, un debate moderado por Giuseppe Tringali, vicepresidente del Consejo Asesor Internacional del IE Business School, contó con la presencia de Ana Palacio, abogada y exministra de Asuntos Exteriores, la primera mujer que ostentó ese cargo; Pedro Argüelles, ex secretario de Estado de Defensa y actual presidente de Relaciones Corporativas del IE Business School; Nicolás del Pedro, miembro del Institute for Statecraft de Londres, y Manuel Muñiz, decano de la Escuela de Asuntos Globales y Públicos del IE y catedrático Rafael del Pino de Transformación Global.

«Conocimos un mundo bipolar, con Estados Unidos y Rusia repartiéndose el poder, y pasamos a uno multipolar, donde China tiene un papel geopolítico muy relevante», empezó Tringali, recordando cómo el desenlace de la Guerra Fría no solo terminó con la Unión Soviética, sino con todo un tipo de orden internacional. Su introducción fue seguida por el analista Muñiz, que hizo varios apuntes históricos para sustentar sus preocupaciones y contestó al célebre «fin de la Historia» que expuso Francis Fukuyama en 1992: «Nos enfrentamos al cuestionamiento de la arquitectura internacional liberal que fue predominante desde el final de la Guerra Fría, construida sobre los cimientos del final de la Segunda Guerra Mundial. Con la caída del Muro de Berlín, se pensó que la historia había terminado, y que se iba a vivir un avance imparable de la democracia liberal. La realidad es que la historia ha vuelto, y que ese orden está amenazado por fuerzas externas y por su implosión desde dentro. Así lo prueba el auge de China, un país autoritario y de partido único, que a principios de los 90 tenía un gasto militar de 50.000 millones de dólares, y hoy de 175.000 millones». En ese sentido, Argüelles sugirió que el origen del mundo multipolar se debe a la globalización, «un proceso que ha desarrollado focos de poder y riqueza que nos devuelven una imagen que a veces no nos gusta», y también señaló las consecuencias de la crisis económica, que ha fragmentado «el mundo entre este y oeste, y el interior de los países, rompiendo el equilibrio socioeconómico». Nicolás de Pedro compartía la inquietud por el futuro del orden liberal planteada por sus compañeros: «Sabemos que su credibilidad está erosionada, no sabemos si disuelta. La UE y los Estados miembro tienen que reaccionar. No es razonable ni sensato que Bruselas tenga serias dificultades para ejercer influencia en su entorno más cercano».

Inseguros

El panorama que quedó expuesto fue el propio de un periodo de cambio, lógica consecuencia de una crisis que ha resquebrajado una realidad y aupado a formaciones políticas que tenían un apoyo marginal antes de su estallido, partidos con un ideario que cuestiona todo lo que se había dado por hecho hasta hace una década. El surgimiento de movimientos populistas en varios países europeos es quizá uno de los grandes retos -y de los más difíciles, por la incertidumbre que causa su novedad y falta de definición- que encara la UE a día de hoy. Por proponer una imagen, Bruselas parece un gigante que ha despertado de un sueño tranquilo tras ser zarandeado por los hombros -crisis económica, Brexit, auge de los eurófobos- de forma repentina.

«Hemos perdido esa seguridad de que el siglo XXI iba a ser un siglo europeo. Con el Brexit, nos hemos dado cuenta de que el proceso de avance no tiene por qué ser irreversible. Además, nos dirigimos a un mundo bipolar, donde Estados Unidos seguirá arriba, junto a China, y nos preguntamos qué pasará con la UE. Desde el punto de vista geoestratégico, no tenemos que perder de vista lo que somos y lo que hemos conseguido: somos la libertad más grande, tenemos un PIB mundial relevante, somos el mayor receptor e inversor de fondos en el mundo… No debemos hacer el Saturno. Tenemos tendencia a devorar nuestros propios éxitos», apuntó Ana Palacio, en un tono optimista, pero sin querer pasar de puntillas por los retos que toca enfrentar. «No tenemos que rasgarnos las vestiduras. Estamos en un momento de intergubernamental, y vamos a ver cómo lo capeamos y somos capaces de cimentar lo que tenemos. En el ámbito de la defensa hay iniciativas, pero desde luego no se puede hablar de Europa como un actor estratégico en ese terreno, porque todavía no estamos ahí».

Sin voluntad

La incapacidad de la UE para alcanzar posturas comunes en cuestiones internacionales parece una de las asignaturas pendientes que más le cuesta aprobar a Bruselas. Tringali deslizó esa cuestión en la segunda pregunta que planteó a los expertos reunidos en ABC: «¿Qué necesita la UE para tener más credibilidad? ¿Un Kissinger?». Ana Palacio recogió el guante. Para la abogada, también exeuroparlamentaria, lo que falta es «voluntad política. Instituciones tenemos. Lo que hay que hacer es darles impulso. Eso tiene que venir de los Estados miembro, de entender que hay un interés superior. Por ejemplo, en el acuerdo con Irán, la UE ha jugado un papel fundamental como conjunto. El cambio climático también es una bandera europea que luego se ha generalizado. El problema es un caso como Libia, donde Francia tiene unos intereses e Italia otros». A sus palabras respondió Argüelles sin mostrar esperanza en que la iniciativa necesaria para resolver esta situación aparezca fácilmente: «No soy optimista. Creo que es difícil que hablemos de defensa común si no tenemos al lado un sentimiento de nación. Es cierto que hay instituciones para poder llevar a cabo una política de seguridad y defensa, pero no se está haciendo. Cuando la UE habla de defensa, no trata una cuestión fundamental, que es la disuasión, porque no es capaz de enunciar sus adversarios. No habla de disuadir a Rusia frente a Europa. Esa función recae principalmente en la OTAN». Muñiz, buen conocedor de esa cuestión, pareció coincidir con él: «¿Cuál ha sido el rol de la OTAN en los procesos de integración de la UE? Cuando lo estudié, encontré en repetidas ocasiones que la presencia americana en Europa motivaba, en cierto sentido, la integración europea en defensa, y, en otro, no. ¿Para qué vamos a ceder nuestra soberanía en defensa a un ente europeo si está Estados Unidos?».

Queda por ver lo que ocurre dentro de un mes, cuando los ciudadanos europeos acudirán a las urnas para depositar su voto y elegir el futuro que desean para sí mismos. «Es bastante probable que crezcan los grupos eurófobos», lamenta Nicolás de Pedro. Sin embargo, Palacio quiso poner una nota positiva en el final del debate, concluyendo: «A partir del Brexit hay una unión que nadie esperaba que se mantuviera entre los 27. En un primer momento, porque se temía que el Brexit se contagiara, y ahora porque hay una sensación confusa sobre la necesidad de seguir juntos para hacer algo».

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