La bomba y el cerebro

Tampoco es cuestión de cambiar de criterio. Tan letales eran las bombas guiadas GBU-12 Paveway hace una semana, como lo son hoy. Si es bueno resaltar su carácter selectivo con un radio de error de entre 2 y3 metros sobre el objetivo, si la iluminación láser y su guiado hacia el reflejo resultante ha sido correcto. Como «bomba inteligente»

además, sus aletas permiten variar su trayectoria y conducirla hasta su objetivo. A mediados del mes de abril de este año, aviones franceses ingleses y norteamericanos lanzaron una dura ofensiva contra objetivos en Siria con medios en cierto sentido semejantes y no se contabilizaron víctimas mortales.

Es decir, las bombas de la polémica no tienen una letalidad incontrolada como las bombas racimo o las portadoras de gases. Si no estuviesen ya en su cielo, podrían dar fe de su precisión algunos de los líderes más destacados de la organización terrorista Al Qaeda.

Pero, insisto. No es el fabricante, ni en este caso el revendedor el responsable del empleo de las GBU-12. Y los países tienen derecho a defenderse, a responder a provocaciones o a apoyar a sus aliados.

Bien sé que es difícil matizarlo. Pero el arma en si no es la causa. Más que pacíficos eran los elefantes de Aníbal y arrasaban ciudades. No lo es

menos una furgoneta comercial convertida en arma asesina en París, Londres o Barcelona. Es en el cerebro del propio ser humano, donde se almacenan las más mortíferas bombas. Y nunca, nunca, inteligentes.15 sep. 2018

La Razón   LUIS ALEJANDRE   * General (R)