LA (DES)MEMORIA HISTÓRICA

«Todo este revanchismo alentado desde el Gobierno sanchista nos retrotrae a los españoles a 1939, ya que los mismos discursos y políticas de entonces son los que hoy se aplican, simplemente invirtiendo los términos: esta Ley de Memoria Histórica sustituye a la Ley de Represión del Comunismo y la Masonería de 1940. No es una memoria para todos»

NIETO

POCAS veces concurren en el mismo día dos acontecimientos históricos tan relevantes para España como los sucedidos en este 23 de agosto, aunque en años diferentes, concretamente el primero en 1936, año del inicio de nuestra Guerra Civil, y el segundo en 1939, año del final de la contienda. Traigo a colación estas dos efemérides porque ambas ponen en evidencia el desatino que representa el sectario y totalitario proceso de la «Memoria Histórica», impulsado por el Gobierno del actual PSOE, en su afán de quebrar el principal fruto de la Transición democrática, que no fue otro que el gran acuerdo de la reconciliación nacional plasmado en la aprobación de la Constitución de 1978, eventos todos ellos coprotagonizados por el antiguo PSOE, un partido ideológicamente distinto, cuyas patrióticas políticas de entonces son sometidas a revisión por quienes hoy ocupan (¿okupan?) la dirección socialista.

El primer hecho ocurre en la madrugada del 23 de agosto de 1936. En la cárcel Modelo de Madrid son asesinados significados militares y políticos, alrededor de treinta personas de entre los centenares que se encontraban detenidas por las autoridades republicanas, incapaces de impedir la toma de la prisión por una turba de milicianos anarquistas, comandados por el pistolero Felipe Sandoval, un criminal que fue el máximo responsable de la checa cenetista ubicada en el madrileño Cine Europa. La repercusión internacional de estas ejecuciones fue tremenda. El cuerpo diplomático extranjero amenazó con retirar a los embajadores de Madrid, denunciando la negligencia de las autoridades responsables, como el director general de Prisiones, Villar Gómez; el de Seguridad, Muñoz Martínez, o el ministro de Gobernación, general Pozas.

Muchos dirigentes republicanos quedaron conmocionados al enterarse. El presidente del Gobierno, el moderado José Giral, lloró, y el presidente de la República, Manuel Azaña, se planteó el dimitir, exclamando: «Me asquea la sangre, estoy hasta aquí [dijo señalándose el cuello], nos ahogará a todos».

Entre los asesinados se encontraban ilustres e históricas figuras republicanas, como los exministros Martínez Velasco, Rico Avello o Álvarez Valdés, o el fundador de la Unión Republicana y expresidente del Congreso, Melquiades Álvarez. Son republicanos asesinados por republicanos. Y conforme a la maniquea revisión histórica del presente, las preguntas surgen de inmediato: ¿se pueden reivindicar las figuras de las víctimas?; ¿se puede condenar a sus asesinos?; ¿son ilegítimos los juicios que condenaron a los criminales?…

Es más, ¿se me puede condenar a mí por exaltación

del fascismo si denuncio que, además de pasividad, hubo también en algunas autoridades republicanas la sospecha de que incurrieron en complicidades y connivencias? Porque lo cierto es que a los pocos días se repiten los hechos y el 10 de septiembre de 1936, en la carbonera de la cárcel de Porlier, son ejecutados el diputado y exsubsecretario Rey Mora y el exministro de Marina Gerardo Abad Conde, histórico y ejemplar republicano, que entre otros cargos ejerció brillantemente el de alcalde de mi ciudad, La Coruña. La autoría de sus asesinatos se atribuyó, entre otros, a los milicianos comunistas Manuel Lázaro, Mariano Gutiérrez Albaladejo y Braulio Sánchez Mayoral, alguno de ellos incluido en la lista previa de víctimas del franquismo que preveía homenajear el Ayuntamiento podemita de la señora Carmena, también militante comunista.

23 ago. 2019   ABC   POR FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ – FUE ALCALDE DE LA CORUÑA Y EMBAJADOR DE ESPAÑA