Las Autonomías y el relleno antinacional de un Estado sin atributos

esta sarna de resentimientos lugareños que nos corroe” (Unamuno)

Las Autonomías son la fragmentación y la inviabilidad de España como nación

Las Autonomías y el relleno antinacional de un Estado sin atributos

esta sarna de resentimientos lugareños que nos corroe” (Unamuno)

 

La infiltración por parte de las facciones nacional-separatistas en las instituciones españolas ha permitido, les ha permitido, establecer una suerte de entramado institucional, cuasi-nacional, con sus magistraturas y cargos, con sus presupuestos y hacienda, con sus satélites y dependencias, cuya actividad durante los últimos años se ha desarrollado con un claro objetivo: la de . Por su parte, las distintas que no han sido administradas directamente por miembros de dichas facciones han desarrollado igualmente, por mimesis (y quizás con la intención de neutralizar sus efectos), un entramado parecido (es el famoso “café para todos”) que, lejos de solventar el problema, lo que ha hecho es profundizar en él (la idea de “”, que sí pone al nacional-secesionismo contra las cuerdas de sus propias contradicciones, ha nacido, quizás, demasiado tarde).

De este modo, y sea como fuera, el aura “nacional” que tienen las instituciones autonómicas en España, emanada de este entramado (con sus parlamentos, gobiernos, consejeros, policías, oficinas en el extranjero… su lengua y emblemática diferenciales), genera una impresión, que para muchos es una realidad, por la que pareciera como si dichas comunidades autónomas fueran ya de hecho una suerte de “todos nacionales aparte”, y no “partes regionales de un todo” nacional (por utilizar la fórmula orteguiana). “Naciones” estas que se terminan “solidarizando” entre sí, pero por razones coyunturales, de conveniencia más o menos circunstancial (Europa, la democracia, el Estado de bienestar, etc), pudiendo, si los aires de la conveniencia soplasen en otro sentido, y así pluguiera a los pueblos (Völker) correspondientes, eclosionar en forma de naciones independientes asistidas por su “derecho de autodeterminación” (y esto es, claro, lo que han terminado declarando en el parlamento de , espoleados en este caso por el “España ens roba”).

Digamos que ha sido el propio Estado autonómico el que ha abonado la idea de la autosuficiencia dirigida a cada parte regional (ya el propio nombre “autonomía” lo sugiere), invitando, a través del desarrollo de dicho entramado institucional autonómico, a la posibilidad de que, en cualquier momento, pueda producirse el fiat de la “desconexión” (y es que la noción de soberanía no es si no la versión moderna –Bodino, Hobbes- de la autosuficiencia de la polis antigua –Aristóteles-). Cuando el Estado quiere reaccionar, y, a través de la Constitución, busca parar este “proceso” (“prusés”), por ejemplo con el art. 155, se encuentra ya con una masa institucional espesísima, y no solo autonómica, sino también local, cuya fuerza inercial es favorable al propio proceso de fragmentación secesionista (además de contar este también, por supuesto, con las fuerzas vectoriales –los partidos separatistas- que lo impulsan).

Particularmente a escala municipal el escándalo es mayúsculo. En muchos, por no decir la práctica totalidad, de los pueblos y ciudades de la región vasca, gallega, catalana, etc, los ciudadanos españoles viven allí envueltos por toda una liturgia y simbología diferencial (toponimia, escudos, banderas, cartelería, incluso la tipografía de la letra de dicha cartelería, folklore, etc), de tal modo que, cualquiera que se acerque desde cualquier otra parte de España, tiene la impresión, en efecto, de que entra en un país extranjero. La emblemática asociada a España, sin embargo, ha sido exterminada (sacada fuera de los términos regionales) y sustituida, no por la regional, sino por la regionalista, produciéndose así una auténtica depuración nacionalfragmentaria de todo “lo español” (o más bien de lo que se tiene por tal, porque la sardana, por poner un ejemplo “litúrgico”, es tan española como la jota, aunque desde la propaganda autonomista no se tenga por tal).

En el caso del País Vasco y Andalucía, por ejemplo, se han llegado a adoptar, y ahí siguen en la actualidad, como emblemas señeros regionales sendas banderas, la ikurriña y la verdiblanca (con los colores omeyas), inventadas respectivamente por los fundadores de los partidos nacionalistas correspondientes a dichas regiones, y . Banderas que representan proyectos completamente incompatibles con España como . En el caso de Galicia, por poner otro caso, se ha adoptado como himno un texto de , uno de los más enloquecidos próceres del galleguismo, en el que, directamente, se insulta (como “imbéciles y oscuros”) a aquellos que no comprenden el carácter nacional de Galicia (hay que recordar que Pondal declaró que aquellos que en Galicia se sintieran españoles antes que gallegos, tendrían que ser segados de la tierra gallega –es literal- como a la “mala hierba”).

De este modo, cuando en el seno de cada comunidad autónoma se ha vaciado al Estado de contenidos nacionales, convirtiéndolo en un “Estado sin atributos” (sin significado nacional), y son sustituidos por contenidos antinacionales (haciendo odioso todo lo que proceda de España),  entonces a cualquier gobierno le resultará muy complicado reaccionar ante el desafío separatista. Y es que pareciera, tal es la impresión (pero una impresión, insistimos, amparada institucionalmente por el blindaje estatutario y competencial autonómico), que el gobierno se está inmiscuyendo en asuntos que no le corresponden por ser  internos a cada autonomía (“quite sus sucias manos de Cataluña”, le dijo en sede parlamentaria cierto diputado erostatrista al presidente del gobierno Mariano Rajoy cuando este quiso poner freno al golpismo secesionista en Cataluña). El Estado reaparece de este modo en el interior de cada autonomía, previa expulsión del mismo, en sus formas más antipáticas, proyectando fácilmente sobre él la impresión de un monstruoso y despótico leviatán, que solo sabe recurrir a la violencia (la policía frente a las urnas) para solventar los problemas políticos.

En definitiva, la justificación nacionalfragmentaria de todo el entramado institucional autonómico está saliendo carísimo al Estado, a España, al introducirla en una dinámica centrifugadora realmente imparable.