Las Carolinas

Un tribunal territorial alemán enmienda en pocos días lo que nuestro Supremo dictamina tras meses –años– de instrucción. Otra vez, un malentendido con tintes de prepotencia

En el fondo había miedo a que el conflicto se agravase, miedo que procedía de la propia mala conciencia de nuestros responsables que entre crisis políticas habían abandonado su seguridad tanto interior como exterior»

Habían sido descubiertas en 1526 por Toribio Asensio de Salazar; dos años después Álvaro de Saavedra tomaba posesión del amplísimo archipiélago situado a oriente de las Filipinas y al sur de las Marianas en nombre del Emperador Carlos I. De ahí su nombre.

BARRIO

Tanto imperio teníamos desperdigado por los siete mares, que, salvo algún despacho de nuestro Cónsul en Hong Kong, pocas noticias teníamos de estas islas.

Desde 1870 tanto Gran Bretaña como Alemania disputaban posiciones estratégicas en este lado del Pacífico, concretamente en el norte de Borneo y en el archipiélago de las Joló. Informada España de las intenciones de Bismarck despachó desde Manila dos buques al mando del Capitán de Fragata Guillermo España, llevando al primer gobernador de las Islas el Teniente de Navío Enrique Caprile: el «Manila», construido en 1883, mal artillado con solo dos piezas de bronce avancarga, desplazaba 1.900 toneladas con un motor de 750 caballos de vapor servido por 77 tripulantes; el «San Quintín», un antiguo mercante transformado, desplazaba 1.300 toneladas con una potencia de 1.500 caballos artillado con tres piezas Hontoria de 12 centímetros servido por una tripulación de 150 hombres. Fondeaban nuestros barcos en Puerto Tomis (actual Yap) entre el 21 y el 22 de Agosto de 1885. Este mismo mes, el embajador en Madrid conde Solms-Sonnewalde había anunciado la intención de su gobierno de ocupar las Islas, consideradas como territorio «res nulius», es decir, de nadie. Consecuente con esta declaración el 25 del mismo mes de agosto llegaba al mismo puerto Tomis el «Litis» un barco de 560 toneladas, con dos piezas de 125 milímetros y 85 tripulantes. En base al Tratado de Berlín de 1884 su comandante dijo tomar posesión del Archipiélago en nombre de su emperador Guillermo. Es más: protestó por «ver ondear la bandera de España en territorio alemán». ¡Aquí ya asomó la prepotencia!

La prudencia y templanza del Capitán de Fragata España evitaron un conflicto del que seguramente las dos tripulaciones hubieran salido malparadas. Si había un malentendido, era cuestión de elevar consultas.

Pero la crisis estaba servida. Se acusó a Alemania de provocadora y pirata poniendo en peligro relaciones comerciales y diplomáticas que abarcaban desde negociaciones para una base de carboneo en Fernando Póo, hasta la construcción del «Orión» para nuestra Armada en astilleros alemanes y el propio suministro de torpedos Schwarkopf que dotaban a nuestras unidades navales y defensas costeras. La crisis se aplacó por un laudo de León XIII de Diciembre de 1885 que reconocía la soberanía española, pero concedía a Alemania libertad de comercio y facilidades para construir una estación naval y depósitos de carbón. Se cerraría definitivamente en Febrero de 1899, cuando el gobierno Silvela las vendió junto a las Marianas incluyendo Palaos y excluyendo a Guam, por 25 millones de pesetas.

Pero en el difícil 1885 –en Noviembre moriría Alfonso XII y ocuparía la Regencia Cristina de Augsburgo, ambos mediarían con Guillermo I– la crisis tuvo repercusiones importantes en España. Por una parte difícilmente podíamos defender nuestro imperio por falta de medios navales, falta que pretendíamos cubrir con sentimientos patrióticos. Grandes manifestaciones, –en Barcelona se contabilizaron por cientos de miles, gritando: «¡Viva la integridad de la Patria!», mezcla de orgullo y de difícil aceptación de la realidad– que constituyeron encendidos manifiestos contra Alemania, bien espoleados por la prensa escrita. En aquel año «El Imparcial» imprimía 150.000 ejemplares; le seguían «El País», «El Liberal» y «La Correspondencia». «La Vanguardia» editorializaba sobre «la horrible mancha a nuestra altivez», que «ante la herida, no hay partidos políticos sino españoles».

Pero en el fondo había miedo a que el conflicto se agravase, miedo que procedía de la propia mala conciencia de nuestros responsables que entre crisis políticas, Guerras Carlistas, Primera República, cantonalismos, habían abandonado su seguridad tanto interior como exterior. Alemania en cambio se presentaba como potencia de primer orden con una flota solo superada por el Reino Unido. Y su imperialismo no reconocía límites ni en África ni en Asia ni…en Europa. En consecuencia intentamos reforzar Manila con la corbeta «María de Molina» que partiendo de Cádiz un 30 de Septiembre de 1885 no llegaría a Cavite hasta el 3 de Enero siguiente. Todos los intentos de adquisición urgente de barcos, como las suscripciones populares para sufragar compras o nuevas construcciones, quedaron en intentos, faltos de un factor esencial en aquellos momentos: los tiempos. Incluso se llegó a proponer –Antequera– custodiar nuestra flota al amparo de la moderna artillería del puerto de Mahón.

Hoy leemos: «Alemania desautoriza a su ministra de Justicia: fue un malentendido». Un tribunal territorial alemán enmienda en pocos días lo que nuestro Tribunal Supremo dictamina tras meses –años– de instrucción.

Otra vez, un malentendido con tintes de prepotencia.

  • 12 abr. 2018  La Razón  Luis Alejandre-General ( R )