NECESIDAD DE APARENTAR

¿Falla el factor humano? ¿Somos peores que nuestros abuelos?¿Fallan las superpuestas administraciones? ¿Corroe una densa burocracia cualquier iniciativa empresarial?

  • 9 ago. 2018
  • La Razón
  • Luis Alejandre General (R)

Necesidad de aparentar

Se ha perdido empuje empresarial, la economía está estancada y el resultado es que nuestros hijos deben emigrar en busca de un trabajo que la Isla no les puede proporcionar. Y perdemos cerebros»

Como no somos hoy lo que somos sino lo que aparentamos, todo es confusión, flash mediático, «me gusta» o «no me gusta» sin matices, número de seguidores en las redes. Todo un trampantojo social. He tenido la suerte de volver a ver la obra de Yasmina Reza «Arte» representada por un magnífico grupo de teatro local y ratificar mi opinión sobre la imbecilidad humana. Como sabe el lector uno de los intérpretes se empeña en dar valor a un lienzo «blanco, todo blanco con rayas blancas» tan solo por llevar la firma –y la factura– de un pintor famoso.

BARRIO

Ahora vemos metidos en berenjenales a algunos de nuestros políticos. Representan seguramente sólo la punta de un iceberg de cientos de manipuladas titulaciones, dirigidas a engordar currículos, a aparentar conocimientos. Indiscutible vulnerabilidad nacida de parte de nuestro mundo universitario enfermo de endogamia, experto en librar huecas titulaciones que exigen a posteriori otros estudios –masters en el lenguaje común– que permitan entrar con garantías en el mercado laboral o docente. En este juego entran favores debidos o a débito, sin descartar necesidades de hacer caja. Es como si los tenientes que salen de nuestras academias militares tuviesen que ir necesariamente, pagándoselo de su bolsillo, al Yemen, a Sudán del Sur o al mar de Somalia, para ratificar y consolidar sus conocimientos tácticos. En manos de esta universidad nos metieron unos políticos que querían romper nuestra alma de soldado a cambio de ofrecernos otros títulos.

Esta obsesión moderna no afecta solo a los individuos, sino que alcanza a las instituciones. Sin salirme de mi Menorca, en un Foro anual que se reúne hoy en la Isla del Rey, en el inigualable Puerto de Mahón, se debate a modo de balance el resultado de los veinticinco años transcurridos desde la declaración de la Isla como Reserva de la Biosfera (1993). No negaré consecuencias positivas, pero hoy las energías que necesita Menorca dependen en un 97% de los aceites más pesados y contaminantes que salen de la refinería de Escombreras; cuatro únicos molinos creadores de energías limpias están frecuentemente averiados y no hay proyectos para instalar más, cuando nuestros astilleros de Sestao, Gijón y Santander trabajan a destajo construyendo plataformas adaptadas a estos molinos para mares del norte; el cable submarino que nos unía a Mallorca lleva más de un año inservible.

Un buen editorial en la prensa local recordaba que hace diez años ya se hizo balance y que los interrogantes e incertidumbres de entonces continúan latentes. Por supuesto la preservación del territorio es positiva especialmente si se compara el modelo con otras islas. Pero se ha perdido empuje empresarial, la economía está estancada y el resultado es que nuestros hijos deben emigrar en busca de un trabajo que la Isla no les puede proporcionar. Y perdemos cerebros. Los más sensatos apuntan que con un plan conjunto de las administraciones habríamos llegado más lejos. Coinciden en que la sostenibilidad se asienta en tres elementos: medio ambiente, sociedad y economía, tres patas que deben estar equilibradas. Y no lo están.

¿Falla el factor humano? ¿Somos peores que nuestros abuelos? ¿Fallan las superpuestas administraciones? ¿Corroe una densa burocracia cualquier iniciativa empresarial? Como nos sentenció un día Iñaqui Gabilondo, un hombre que nos conoce bien : «queréis turismo, pero sin turistas».

Resumo finalmente: ¿vivimos mejor con el título de Reserva, cuando nuestro PIB ha crecido solo un 6% respecto a 2008 y el de las Pitiusas un 20%?

Ahora ha entrado la obsesión por un nuevo título: el del reconocimiento por la UNESCO del amplio legado prehistórico, presentando la candidatura como Patrimonio de la Humanidad. La Isla alberga algo más de mil quinientos monumentos y desde luego, digan lo que digan los sabios de París, constituye una inigualable muestra universal. Pero para la declaración hacen falta unos condicionantes sometidos muchas veces a caprichos personales cuando no a presiones sociales o políticas. Ahora avanza una propuesta de modificar, con riesgos para la seguridad, un consolidado proyecto de carretera general –que en estas fechas sobrepasa los 16.000 coches día–, debido a la proximidad de unas navetas y como resalta el estudio de un ambientalista elegido a dedo, «por los ruidos que les puedan afectar». ¿A quién? ¿A unas piedras milenarias?

¡Es decir que la apuesta por la declaración de la UNESCO podría costar inicialmente a Fomento que es una forma de decir a todos los españoles, cerca de un millón de euros por el cambio de proyecto y demolición de obra hecha, debido a su proximidad a uno de los mil quinientos monumentos megalíticos de la Isla! E imagino que esto acarreará más cambios. Porque hablamos de una Menorca de 700 kilómetros cuadrados. Todo queda cerca.

¿Somos lo que somos o lo que queremos aparentar?