Patria y Democracia, por el General Agustín Rosety Fernández de Castro

La Patria es anterior y más importante que la democracia, y el patriotismo es un sentimiento, mientras que la Constitución no es más que una ley. No veo nada en estas declaraciones del general Chicharro, de quien fui amigo y compañero durante una larga carrera al servicio de España, que no pueda yo mismo suscribir. La Patria es la Nación, en tanto amada por sus hijos. Por eso, el patriotismo es un sentimiento, ese motor que hace a los soldados ofrecer su vida, llegado el caso, en su defensa. Nadie muere por el tenor de un texto jurídico, por fundamental que éste sea.

Lejos de mi ánimo interpretar las palabras ajenas para ofrecer una lectura políticamente correcta, tan sólo deseo expresar su resonancia en mi propia opinión. Estoy retirado, pero soy consciente de que, no por ello, un viejo soldado debe decir lo que quiera. No obstante, también es cierto que la condición militar es compatible con todos los derechos fundamentales, sólo delimitados estatutariamente, sin alterar su contenido esencial. Dicho de otro modo, el militar, aún en activo, no es una especie de ilota, un ciudadano de segunda clase, carente de libertad de expresión. Así pues, puede manifestar su opinión como todo el mundo, siempre que, entre otras cosas, respete el deber de neutralidad política, es decir, que no se incline a favor de postura partidista alguna, sea política o sindical, entre aquellas que sean legítimas.

En este contexto, la salvaguarda de la unidad nacional no es un interés partidista ni, por el contrario, socavarla torticeramente sería un interés legítimo. Nada pues se opone a que se especule acerca de las posibles consecuencias que de una secesión podrían derivarse. En este sentido, estamos de acuerdo con el catedrático González Trevijano: la alternativa a la Constitución sería un suicidio colectivo, y no me parece otra cosa el aventurerismo separatista.

Mi parecer, ya que me es dable publicarlo, es que una hipotética modificación del Artículo 2 de nuestra ley de leyes, para suprimir de él la idea de la indisolubilidad de la Nación, supondría cambiar de Constitución, más que la reforma de ésta. ¿Cómo podría ser de otro modo, si con ello se escamotearía el sujeto constituyente es decir, la Nación misma? Semejante idea supone, ni más ni menos, toda una alternativa a la Constitución, ese suicidio colectivo al que, si no hemos entendido mal, aludía el ilustre constitucionalista interviniente en el acto.

Según he podido leer, el general Chicharro ha rechazado la idea de una hipotética autonomía de las Fuerzas Armadas amparada por el Artículo 8 de la Constitución, puesto que lo contempla en relación con el Artículo 97. Así pues, en tanto el sistema  constitucional se mantenga en pie, el Estado podrá hacer uso de la fuerza pública -milicia incluida, si preciso fuere- para salvaguardar el imperio de la ley. Ahora bien, si el sistema quebrase por dejación de los poderes constitucionales -una situación sólo hipotéticamente concebible- sobrevendría uno de esos episodios revolucionarios que sólo la Historia puede juzgar.

En el momento de tomar las armas que la Nación les entrega para servirla, los militares le juran fidelidad ante la Bandera que la representa. Por eso mismo, las Fuerzas Armadas son una institución nacional y, también por eso, no están al servicio de la Constitución, sino regidas por ella, ni menos aún de los Poderes constitucionales, aunque les deban acatamiento y obediencia. Tan sólo están al servicio de la Nación misma constituida como Estado, vinculados sus miembros por un deber de lealtad del cual nada les puede exonerar, ni aún la eventual quiebra de éste. Honor, Valor, Lealtad, Patriotismo, nunca faltará este norte.

Ningún contratiempo cabe esperar, pues, de nuestros civilizadísimos soldados, marinos y aviadores, pero nadie debe sorprenderse de su preocupación ante el panorama político que la España de nuestros días ofrece. Son, en definitiva, ciudadanos como los demás, aunque un deber más exigente les vincule. Así pues, antes que escandalizarse, como El País, de la opinión de un veterano general en la reserva que ha servido con lealtad durante cuarenta y dos años, sería mejor hacerlo ante el espectáculo de traición, corrupción e impunidad que los ciudadanos contemplamos con mayor o menor resignación día tras día.

Acabamos de conmemorar -ciertamente con menor eco del que la efemérides merecía- el Bicentenario de la Constitución de Cádiz, la primera expresión de nuestra soberanía nacional. España y Libertad son palabras que laten en sus páginas, aún vivas como inspiración. Desde entonces, no hay una sin la otra. La Nación soberana es la garantía de la libertad de sus ciudadanos. Entre nosotros, no hay democracia sin España, ni nuestra Patria viviría dignamente sin libertad. Sencillamente, no cabe elegir.

*El autor es General (R) del Cuerpo de Infantería de Marina y Licenciado en Derecho. Antiguo 2º Comandante General de la Infantería de Marina.