Una, y basta, por Alfonso USSIA

 

Ha vuelto un gran amigo de pasar unos días en el Pirineo leridano. Me dice que son decenas de miles los lacitos y trapos amarillos que se exhiben en los pueblos. –Un espectáculo ridículo. Dan a entender que necesitan de muchos chismes amarillos para llamar la atención. Están a un paso de pintar a los cerdos de las granjas de amarillo y que sean amarillas las vacas que pastan en los prados. Lo he interpretado como la gran explosión de lo paleto, de lo aldeano–.

El contrapunto. El pasado 16 de agosto se celebró el Día de San Roque en la ermita de Pando, la pequeña iglesia de un barrio de Ruiloba visitada con frecuencia por los peregrinos andariegos rumbo a Santiago de Compostela o Santo Toribio de Liébana, donde se custodia la mayor reliquia de la Cruz de Cristo, y que hasta allí fue llevada para que no fuera ultrajada por la morería. San Roque es el Patrón de los Peregrinos, y alrededor de la ermita, cuando la Misa finaliza, hay bailes, chiringos, vino bueno y diversión hasta bien entrada la noche. Con la oscuridad y la fortaleza guardiana de los maizales, ya crecidos, algunas parejas se camuflan para entregarse al amor debido. Como en los versos del Romancero Gitano de Lorca pero sin caricatura. «Que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela/ pero tenía marido». El poeta satírico y burlón Juan Pérez , hijo de La Carolina, y que firmaba con los seudónimos de «Pájaro Pinto» y «Maese Pérez», de izquierdas de toda la vida, se cachondeó de Lorca. «Que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela/ y resultó que era un tío/ que por poco me la cuela».

El contrapunto de la exhibición hortera y paleta de miles de lacitos y trapos amarillos. Sobre la estrecha carretera que une los barrios de Ruiloba, que son La Iglesia, Ruilobuca, Pando, Concha, Casasola, Liandres, Sierra y Trasierra, a la altura de la ermita de Pando, cubría en el aire la calzada una gran Bandera de España. Una y basta. Un vecino de Ruiloba, David, querido por todos, marinero de la Armada Española y embarcado durante tres años en el «Juan Sebastián De Elcano», a punto de desembarcar en Marín le rogó al comandante de su última singladura que le regalara como recuerdo la Bandera. Esa Bandera que había ondeado orgullosa en todos los mares del mundo. En el Atlántico, en el Pacífico –El Mar Español–, en el Mar del Norte, en el Cantábrico, el Índico y el Mediterráneo. Y el comandante le concedió a David el honor de guardar para siempre a su querida y respetada Bandera. La misma que ondeaba, en solitario y orgullosa, junto a la ermita de los peregrinos de Pando el día de San Roque. Todos los asistentes a la Misa y la fiesta contemplaban su altivez con arrogancia y emoción. A su lado, todo es aire. Nada menos que el pabellón del «Juan Sebastián de Elcano». Pueden los paletos multiplicar por cien la horterada y la impostura de los lacitos y los trapos amarillos, que al lado de esa Bandera ondeando en solitario, nada pueden hacer. Una, y basta.

He leído las valientes palabras pronunciadas por un teniente coronel en un portal digital. Aunque no ha ocultado su identidad, yo omito su nombre y apellidos por si pudiera perjudicarle mi elogio. El teniente coronel del Ejército ha denunciado que el Gobierno de España dedica mucho más dinero a los inmigrantes que no cotizan que a los sueldos de la clase de tropa. «Los inmigrantes que no cotizan reciben miles de euros en ayudas, mientras que numerosos militares tienen un sueldo que es una auténtica basura». Y sigue: «Nuestros soldados defienden a España en misiones internacionales, pero sacan a sus hijos adelante con grandes dificultades. Se instruyen y entrenan para jugarse la vida por su Patria, pero suman problemas para llegar a fin de mes. Un soldado gana entre 900 ó 1000 euros mensuales».Y remacha: «Buena parte de las ayudas que dan las administraciones públicas españolas acaba en manos de población inmigrante que nunca ha cotizado, y que se lucra de un estado de bienestar que vive una situación más que dramática ante el descenso de cotizantes». La voz valiente de un teniente coronel del Ejército español.

Hasta ahora, se ha sobrellevado la injusticia con distancia. Pero en España, ante las injusticias lacerantes que padecen quienes ofrecen su vida para defenderla, vida que también ofrecen a los españoles que los desprecian y a los españoles que odian a España, a unos cuantos, entre los que me incluyo, y que multiplicarán su número cada día que pasa, se nos están inflando los cotubillos y albaricoques, en lenguaje figurado, porque son muchas las mujeres que comparten la indignación.

De ahí el consuelo y la esperanza que nos alivian los militares, guardias civiles y policías nacionales que por una miseria –las ONG, Los Talleres de Masturbación Femenina, los Barcos traficantes y los inmigrantes que no cotizan–, siguen en pie vigilando nuestros futuros. Y esa Bandera del «Juan Sebastián Elcano» junto a la ermita de Pando lo corrobora. Una, y basta. A su lado, los lacitos y los trapos amarillos, papel de retrete.