Confiar en Leonor

GONZALO MATEOS
2 NOVIEMBRE 2023

Les pido que confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en el futuro de nuestra nación, en el futuro de España. No hay palabras más contundentes frente al autoritarismo populista y nacionalista de los que no le escucharon.

El guía del Park National Service que nos acompañó en la visita al Independence Hall de Philadelfia se conmovía relatando los días en los que se debatió y firmó la Declaración de Independencia en 1776. Terminó su exposición con una anécdota. Cuando Thomas Jefferson volvió a su casa agotado después de largos días de debate para redactar y firmar la Declaración, una vecina anciana le importunó en mitad de la calle para preguntarle qué iban a hacer los firmantes para defenderse de la segura y cruenta reacción de los ingleses y para garantizar la pervivencia de la recién creada comunidad. Thomas se tomó unos segundos en contestar: “la cuestión no es lo que vamos a hacer los firmantes, la cuestión crucial es lo que van a hacer los ciudadanos para que se haga realidad”.

No lancemos balones fuera. La política no va de ellos sino de nosotros. La Corona, la amnistía, la solidez de las instituciones o la pérdida de las costumbres no es sólo una cuestión de los intelectuales de uno u otro signo ni de los políticos a los que votamos. Es un partido que se juega en casa, en el trabajo y en la vida personal y social de cada uno. De lo que cada uno es capaz de elegir, sacrificar y de crear con su vida. Lo demás viene después y se mantendrá en consecuencia.

El filosofó Javier Gomá lo repite desde hace años y lo reitera ahora que presenta su libro recopilatorio de sus tesis “Universal concreto” recién editado por Taurus. El modo que el dualismo que durante milenios dividió la humanidad en dos clases de personas diferentes, las élites ilustradas y el vulgo ignorante, debe ahora residenciarse en el corazón de cada uno. La raya decisiva no debe separar ya entre hombres ejemplares y vulgares, sino entre decisiones ejemplares y vulgares en el seno de cada uno de los ciudadanos. En lugar de ser dóciles frente a los mejores, la mayoría debe tender por ella misma a lo mejor y pasar de mayoría vulgar a mayoría selecta mediante la educación sentimental del corazón y la construcción de una vida común bella y justa.

Debemos ser conscientes de que vivimos en una red de influencias mutuas, todos somos ejemplo para todos, maestros y discípulos al mismo tiempo. Somos el vehículo de la educación sentimental de los otros. En democracia no hay masas sino muchos ciudadanos. Todos somos igualmente responsables y debemos con nuestras vidas aspirar a lo mejor, personas que optan por el buen gusto libremente escogido. Todos mortales y morales, cada uno responsable ante sí mismo y ante los demás. Faltar a esa responsabilidad conlleva el inicio de la injusticia y la fractura de la cohesión social. De nada sirve escandalizarse de los políticos mientras se intenta por todos los medios no pagar impuestos o votar contra otros. Es inútil escandalizarse con Puigdemont cuando uno mismo rechaza hablar con los que discrepa y pide amnistías particulares desde su “Waterloo” particular.

La construcción de un universal político en una sociedad plural requiere de cada ciudadano una narración tendente al reconocimiento lo más compartido posible. Esa unidad o moralidad común no comienza con el mandato y la ley (imprescindibles y necesarias como fuente de cordialidad) sino que deben partir de una ineludible experiencia elemental de bien común como percepción articulada de deseo, promesa, palabra, reconocimiento y comunión. Eso es lo que debería ser la misión educativa esencial, propiciar la vivencia de la ilusión del vivir juntos. Como se afirma en la reciente Cumbre del Consejo de Europa “se hace urgente renovar la misión cívica de la educación”.

Luis Ruiz del Árbol lo expresa muy bien en uno de sus aforismos de su último libro: “Es un millón de veces más bonito vivir juntos que llevar la razón. Quien lo probó lo sabe. La verdad en política es poder vivir juntos, no imponer una visión. Toda concepción sobre la política, en el fondo, descansa sobre una íntima decisión previa, muchas veces implícita, casi siempre inconsciente: si se prefiere convivir o llevar la razón”.

Todo ello viene a cuento de la decisión de cincuenta y siete diputados del Congreso de no asistir al acto solemne de la jura de la Constitución de la Princesa de Asturias. Ellos creen que expresan una rebeldía fruto del ejercicio de su libertad. No lo hacen. Destruyen los cimientos del pulpito que les permiten disentir. Niegan el espacio común que posibilita la convivencia que luego necesitarán cuando impongan sus dictados. Se puede estar en contra de la monarquía, querer arrancarla de cuajo, lo que no se puede es hacerlo escupiendo sobre el lugar donde se comparten las ideas de cada uno. Pierden toda su posibilidad de convencer al negar el lugar donde se posibilita el convencimiento.

Frente a ellos una adolescente de dieciocho años casi en voz baja afirma: “En este día tan importante —que voy a recordar siempre con emoción— les pido que confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en el futuro de nuestra nación, en el futuro de España”. No hay palabras más contundentes frente al autoritarismo populista y nacionalista de los que no le escucharon. La emoción y la ilusión de vivir y participar juntos en una vida en común es el fundamento de la comunidad política. Y qué hay más potente que una petición humilde de una recién adulta dirigida a cada uno de los ciudadanos solicitando un voto de confianza. Fiarse de otro es el don más valioso del estar juntos. Leonor pide confianza, pero poniendo al mismo tiempo su confianza en la comunidad, en un porvenir juntos y en el estado de derecho acordado entre todos.

De eso se trata, de confianza. Sin ella no hay familia, no hay sociedad, no hay comunidad política, no hay economía. Tampoco hay cultura ni educación.  Y mi confianza no la pueden dar otros por mí. Se presta, se da en la esperanza que se devolverá cumplida. El éxito de nuestra nación como proyecto común abierto comienza con un acto de ilusión y uno de confianza. Las que han perdido parte de nuestra comunidad. Y las que no podemos perder todos aquellos que día a día la construimos. Leonor, no soy especialmente monárquico, pero cuenta con mi confianza en ti, en los mucho que somos como tú, y en el futuro de la sociedad española. Y que venga después la Corona Británica a arrebatárnosla.