Según los datos del Fondo Monetario Internacional, en el mundo hay cuatro países con un PIB per cápita superior a 100.000 dólares en paridad de poder adquisitivo (PPA), es decir, teniendo en cuenta el coste de la vida en cada territorio: Luxemburgo, Singapur, Irlanda y Catar. Es también el caso probablemente de Liechtenstein y Mónaco, pero no existe ninguna comparación internacional en términos de paridad de poder adquisitivo actualizada en los últimos años que los incluya.

Si en lugar de datos en PPA utilizáramos datos en bruto, el ranking de los ciudadanos más ricos del mundo sería algo más impreciso, ya que el dinero no vale lo mismo en todos lados: un dólar, o su equivalente en cualquier moneda nacional, no sirve para comprar lo mismo en todos los rincones del planeta, por lo que obviar esa diferencia en el poder adquisitivo implicaría excluir del análisis el contexto económico de cada país.

Más allá de las diferencias metodológicas, los ciudadanos más ricos viven por lo general en países pequeños con sectores financieros sofisticados ―Singapur o Hong Kong―, paraísos fiscales ―Luxemburgo, Irlanda o Suiza― o industrias específicas excepcionalmente desarrolladas ―como es el caso de Catar o Emiratos Árabes Unidos con los hidrocarburos o el de Macao (China) con los casinos frecuentados por la élite china―.

Los luxemburgueses, a la cabeza del mundo con un PIB per cápita en PPA de 140.690 dólares (acumulado en los últimos 12 meses), no solo se benefician del dinero que las empresas internacionales canalizan a través de su sistema fiscal pero que abandona más tarde sus fronteras. También ven incrementado su patrimonio gracias a la gran cantidad de trabajadores transfronterizos con los que cuenta su mercado laboral. Estos, aunque contribuyen a la riqueza de Luxemburgo, no se incluyen posteriormente en el cálculo del PIB per cápita por no ser habitantes del país, lo que da lugar a distorsiones en los datos.

Pero por mucho que los bienes y servicios que componen el PIB de Luxemburgo no se produzcan en su totalidad por sus habitantes, la mayoría de esos recursos sí permanecen en el país y son utilizados por el Gobierno del Gran Ducado para ofrecer sanidad, educación o transporte público gratuito a sus ciudadanos, haciendo de Luxemburgo uno de los países del mundo con mayor calidad de vida.

Asimismo, si en lugar de naciones concretas atendemos al conjunto de la población mundial, observaremos que esta cada vez vive mejor ―o, como mínimo, cada vez tiene más dinero―: desde 1820, el PIB per cápita global se ha multiplicado por quince, un proceso que se ha producido de manera paralela a la industrialización y el desarrollo de la tecnología pero también al aumento de la calidad de vida, especialmente en lo que a alfabetización, acceso a vacunas y educación básica se refiere.

Esa mejora, sin embargo, no debe confundirse con un incremento de la riqueza simétrico y equitativo. De hecho, los ciudadanos de Luxemburgo son 164 veces más ricos que los de Burundi, el país con la riqueza por habitante más baja del mundo según los datos del Fondo Monetario Internacional, con 865 dólares. Por no hablar de la desigualdad interna de cada país, más pronunciada en algunas regiones ―América Latina registra las peores cifras― pero presente en todo el mundo.