30 enero 2021
Empieza a convertirse en un consenso de la derecha biempensante —aquella que no se deja llevar por los manidos consensos al uso que vienen de la izquierda- que el principal problema de nuestras sociedades es el propio Estado, tal y como ha ido degenerando hasta nuestros días.
Un Estado desproporcionado en su deuda y en su actividad. Un Estado que vuela solo como un inmenso y amorfo globo, enloquecido y que no responde en absoluto a su principal objetivo, el bienestar de sus ciudadanos. Un Estado que no vela por sus administrados, les hace la vida imposible y para el que, como dice Houellebecq, “el buen administrado es el administrado muerto”.
Un Estado que —por razones de dejación ideológica hacia la izquierda— tiene revertidas las prioridades. Donde prima el derecho a la muerte sobre el de la vida, el de la pareja sobre el de la familia, el hedonismo y los privilegios individuales sobre la comunidad, los intereses de las grandes empresas y sus ejecutivos sobre la base social de PYMES y autónomos, el pseudo igualitarismo formal e ideológico frente a la igualdad de oportunidades.
Nuestras cifras en vivienda y educación son una vergüenza nacional. Seguimos siendo un país hiper regulado que nos hace muy poco competitivos
Un Estado que ha perdido todo pudor ejemplarizante, que sube los sueldos de sus funcionarios y políticos cuando todo el resto tiene que bajárselo de forma drástica, que sigue siendo el peor pagador del Reino y que abre debates que sólo interesan interesa a sus dirigentes. Un estado ajeno, distante, estrambótico.
En España esta tendencia se agudiza aún más por el sistema autonómico, que nos obliga a los ciudadanos españoles a vivir un insufrible y eterno proceso constituyente con constantes tensiones competenciales y territoriales. Una configuración constitucional que impide generar el más mínimo sentido de comunidad nacional y que libera enfurecida arcanos frívolos y cansinos como son los estereotipos antiespañoles de la izquierda. En este contexto vivimos en una sociedad crispada, infeliz, de pocas expectativas; anómica.
En nada ayuda tener dieciséis sistemas sanitarios, económicos, educativos, sociales, etcétera. Una complejidad que hace de nuestro Estado uno de los más estrambóticos -por caro e ineficiente- de nuestro entorno. En este contexto es simplemente un milagro que los españoles, con tanta mochila impuesta, aún podamos prosperar.
La izquierda ya no aporta nada más que tribalismo, privilegios y estatismo exacerbado y ruinoso
Vienen malos tiempos. El común denominador de las posguerras y de las crisis agudas es siempre una mayor intervención del Estado. Siempre tiene -como no puede ser de otra manera- el máximo protagonismo en ambas y esa inercia lo lleva a protagonizar tanto la postguerra como la salida de la crisis.
El pensamiento conservador se ha caracterizado a lo largo de los siglos por su capacidad de asimilar ciertas ideas de la izquierda, incorporándolas a su propio ideario, hasta que, como fue el caso con las revoluciones de Reagan y Thatcher, el ideario de la izquierda estaba tan solidificado y era tan sectario (y en el caso del Reino Unido era de quiebra social y económica) que la derecha tuvo que reinventarse de nuevo, casi desde cero. Estos pueden ser tiempos parecidos. La izquierda ya no aporta nada más que tribalismo, privilegios y estatismo exacerbado y ruinoso. No es hora de gestionar sólo la ruina, sino de ponderar a fondo qué Estado queremos. Esa es la verdadera revolución que esperan nuestros conciudadanos.