La Trapos

 

Es curioso que a esta mejorable modelo de Fene, a la que tanto le gusta planchar su ropa, se le olvidara hacerlo para asistir al primer Consejo de Ministros de nuestro Gobierno hispano-palestino

Hoy toca sonrisa.

Ana Mellado es una joven y aguda periodista de investigación de El Debate. De cuando en cuando le divierte escribir de trapos caros, inalcanzables para la mayoría de las mujeres. En mi juventud tuve un amigo, muy culto y refitolero, más trucha que salmón, conocido como el Trapos. Entendía de modistas y marcas. Elogiaba en las casas a las que acudíamos a guateques y cenas las tapicerías, las cortinas y las vajillas. Era encantador, muy rico. El Sí de las madres y el No de las niñas. Una mujer despampanante, con un escote prodigioso, un paisaje de pechos al aire, unos andares de princesa austrohúngara, pasó ante nosotros. Yo quedé sin habla. El Trapos, no. «Lleva un Givenchy ideal». Lo fundamental no le importaba. Se fijó en el vestido, un modelo de Givenchy ideal. Lo único que le sobraba a aquella mujer divina era el vestido de Givenchy, por ideal que fuera. La ideal era ella, pero el Trapos tenía sus fijaciones.
El Trapos falleció en plena juventud. No soportó el disgusto, el soponcio que experimentó durante un pase de modelos de Elio Berhanyer, en aquellos tiempos el amigo más especial del escritor y poeta de Brazatortas, Antonio Gala. Gala se decía cordobés, pero era de Brazatortas, pueblo de Ciudad Real situado en pleno valle de Alcudia. Me voy por las ramas. En aquel exclusivo pase de modelos, Elio Berhanyer colocó al Trapos en segunda fila. Su corazón no pudo resistir semejante humillación y abandonó el local en una camilla rumbo a la ambulancia. No intento ridiculizar la causa de su fallecimiento. Desde la piel hacia adentro somos libres de establecer nuestras prioridades. Y para el Trapos, una segunda fila en un pase de modelos era más que una humillación pública. Fue enterrado perfectamente vestido, y su madre acopló a sus pies yertos unos zapatos italianos sin estrenar. Porque le gustaban los zapatos italianos, lógicamente.
Ana Mellado nos informa de lo mucho que gusta y gasta en trapos carísimos la vicepresidente del Gobierno, Yolanda Díaz, que además es sindicalista, comunista y defensora de Hamás. A partir de ahora, la Trapos. De haber coincidido en vida con el Trapos, éste no habría reparado en las incoherencias y chorradas que protagoniza esta revolucionaria que desea ser Abascal, no Santiago, sino Nati. Y al contemplar su llegada al palacio de la Moncloa para asistir al primer Consejo de Ministros de esta chusma, el Trapos, ajeno a las vicisitudes políticas, hubiera dicho. “Estaba horrorosa con esos pantalones con tirantes y botonadura dorada de Claudie Pierlot y esa blusa beige con lanzada en el cuello muy propio de los diseños de Chanel o Valentino. Pero además, y esto es intolerable, llevaba la ropa muy mal planchada”.
Es curioso que a esta mejorable modelo de Fene, a la que tanto le gusta planchar su ropa, se le olvidara hacerlo para asistir al primer Consejo de Ministros de nuestro Gobierno hispano-palestino. El Trapos era apolítico, pero habría puesto el grito en el cielo ante visión tan espeluznante. El problema de la Trapos es que tiene el cuerpo decididamente desajustado, muy cohibido ante el concepto de la simetría, rebosado de desprendimientos carnales que no pueden simularse ni con pantalones con tirantes y botonadura dorada de Claudie Pierlot, cuyo prestigio en el mundo de la moda femenina ha podido ser víctima de un descenso precipitado desde que la Trapos se viste con ropa de su marca.
Desde que falleció Gromyko, el eterno ministro de Exteriores de la URSS, el comunismo y la elegancia no han vuelto a reencontrarse. Aunque los españoles le paguemos los trapos a la Trapos. Un barullo.
Manda narices.
    COSAS QUE PASANALFONSO USSÍA