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Centenario de Alice von Hildebrand: “Dios toca el cuerpo de la mujer para crear un alma eterna”

“Simone de Beauvoir es mi mayor enemiga”, repetía con gran fuerza Alice von Hildebrand, filósofa católica de origen belga, cuando ya rozaba los 100 años. Lo decía para resaltar que “el feminismo es el mayor enemigo de la feminidad”. En Misión celebramos su centenario de la mano de la doctora en Humanidades Teresa Pueyo.

Por Isabel Molina Estrada
Ilustración: Javier Ugarte

Artículo publicado en la edición número 70 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

ALICE VON HILDEBRAND es una de las filósofas, teólogas y escritoras católicas más relevantes del siglo xx. Casada con el célebre teólogo católico alemán Dietrich von Hildebrand, nació en Bélgica en 1923 y murió en EE. UU., con 98 años. Tanto ella como su marido habían llegado a Nueva York en 1940, cada uno por su propio camino, huyendo del nazismo. Y aunque había entre ellos una diferencia de edad de 35 años, fueron un matrimonio extraordinario, que mantuvo una estrecha relación personal e intelectual con Juan Pablo II y Benedicto XVI. 

La experta en feminismo y profesora de Antropología Social en la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona Teresa Pueyo, quien ha estudiado a fondo su figura, asegura que Dietrich von Hildebrand –de quien el papa Pío XII llegó a afirmar que era un doctor de la Iglesia del siglo xx–, tuvo una influencia enorme sobre el pensamiento de su esposa: “Cuando se casaron, él era un filósofo en la plenitud de su carrera y ella era una profesora joven. Se conocieron porque ella asistió a una de sus conferencias, de la cual diría: ‘Desde el primer momento, sentí que estaba alimentando mi alma con el alimento que siempre había anhelado’”. Alice admiró profundamente a su esposo por su fe vibrante y siempre se refirió a él como “un cruzado de la Verdad”.

Maternidad espiritual

La joven filósofa trabajó durante 40 años como profesora de filosofía en el Hunter College:  “Aterricé en el peor lugar para una mujer católica”, comentó en distintas ocasiones, “un lugar donde la palabra ‘verdad’ suscitaba pánico”.  En esta universidad, aseguraba, todo lo que ella encarnaba (“mi fe, mi origen, todo”) iba en contra de aquel espíritu laicista. Con su exquisito sentido del humor, se hacía la pregunta retórica: “¿Cómo me las arreglé para -sobrevivir en aquel ambiente?”.  Y contestaba: “¡Porque todo es posible con Dios!”.

Pero no sólo “sobrevivió”, también dio vida en abundancia a cientos de alumnos que recurrieron a ella con distintos problemas a lo largo de su carrera. Pueyo comenta que como Alice y Dietrich no tuvieron descendencia esto le dio a ella una visión muy completa de la maternidad:  “Vivió la maternidad espiritual a la que Dios llama a las mujeres consagradas y a las que no han podido tener hijos. Decía que quien no tiene hijos está llamado  ‘a amar a los débiles, a los afligidos’. Y pienso que, tras su muerte, sigue ejerciendo la maternidad espiritual a través de su legado, que tanto puede ayudar a las mujeres de hoy”.

Defensa de la verdad

Hildebrand fue, al igual que su marido, una apasionada por la verdad. Se dio cuenta de forma precoz de los problemas que traería el relativismo contemporáneo y fue una de las primeras voces en denunciar desde la universidad las incoherencias del feminismo. “Escribió mucho contra la tiranía del relativismo, que acepta cualquier idea, excepto la de que existe una única verdad. Esto la llevó a plantear que ha de haber una verdad objetiva sobre la mujer y a indagar en qué consiste, según el plan de Dios”, asegura Pueyo.

Hildebrand fue, además, una autora que escribió con delicadeza exquisita sobre la belleza de la vida humana según el plan de Dios, y una extraordinaria comunicadora, conocida por sus intervenciones en la cadena de televisión EWTN y por sus artículos en Catholic News Agency.  “Entendió –dice Pueyo– que no se puede rescatar el mundo sólo desde la universidad, es importante que la filosofía se haga cultura para transformar los corazones”.

El privilegio de ser mujer

Entre los libros de Hildebrand traducidos al castellano está El privilegio de ser mujer (EUNSA, 2022), una auténtica joya. “En el catolicismo se ha escrito mucho sobre la mujer, pero con frecuencia nos encontramos con dos dificultades –puntualiza Pueyo–. O bien se habla de la mujer en absoluta desconexión con el contexto actual y sin considerar las tensiones y las tentaciones que sufre; o bien se trata la cuestión desde un punto de vista exclusivamente natural y psicológico, por sí mismo incapaz de explicar la riqueza de la feminidad”. De ahí que su gran acierto consistió en explicar la sabiduría cristiana de la mujer como esposa y madre desde el punto de vista sobrenatural.

“Sólo hay dos lugares en el mundo en que Dios toca la materia y le da valor infinito: las manos del sacerdote y el cuerpo de la mujer”

Uno de los puntos cumbre de su análisis, según Pueyo, consiste en mostrar que sólo hay dos lugares en el mundo en los que Dios toca la materia y la transforma en algo de valor infinito: las manos del sacerdote, en las que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y el vientre de la mujer, en el que unas células se convierten en un ser humano, con un alma eterna, llamada a amar a Dios por toda la eternidad. De esta manera, tal y como explica Pueyo, se entiende que para Hildebrand  “la maternidad es sacerdotal, porque ejerce un papel fundamental en la economía de la redención. Dar la vida y educar a los hijos tiene un valor superior a cualquier logro material. En este sentido, su crítica del feminismo va a la raíz”.

Paradójicamente, el mundo actual sobredimensiona el éxito material y la productividad, y desprecia lo trascendente. En cambio, para von Hildebrand la delicadeza de la mujer es el principal instrumento del cual se vale la Providencia para abrir camino a la civilización, por lo que, si ella dimite de esta misión, la sociedad perece. Por eso, ella reclamaba que la mujer no puede renunciar a ser el corazón del mundo. De ella depende que la sociedad no se deshumanice.

Acercarse a la obra de Hildebrand puede dar fuerza a la mujer para redescubrir con hondura esa capacidad que Dios le ha dado para la entrega y el sacrificio heroico, para despertar lo mejor del varón a través de su ternura, y para, junto a él, recuperar el brillo sanador de su dignidad originaria en un mundo oscurecido por las mentiras del enemigo que con tanta fuerza Hildebrand denunció.

Alice von Hildebrand sostenía que Dios ha encomendado a la mujer la custodia de la pureza. Así lo ha inscrito en su cuerpo: sus órganos sexuales, a diferencia de los del varón, están ocultos, cubiertos por un velo: el himen. El cuerpo de la mujer lleva inscrito en sí mismo su valor misterioso y sagrado. Apuntaba que en la tradición bíblica lo sagrado se cubre con un velo. “Por eso la mujer está llamada a cubrirse, porque todo lo que es santo reclama un velo”, decía.  Y explicaba: “En lo profundo, la sociedad comprende que la pureza de las mujeres es la ‘tuerca’ que asegura una sociedad no solamente cristiana, sino civilizada”. Así, “Hildebrand entendió el valor de la modestia en el vestir de la mujer, que se cubre no por puritanismo, sino como signo de su dignidad, porque reconoce que su cuerpo es sagrado precisamente porque Dios lo toca para crear en él la vida”, explica Teresa Pueyo. Además, el cuerpo de la mujer sigue el mismo patrón que el de la Tota Pulchra, porque la maternidad divina de María eleva a un valor altísimo toda maternidad. “Su cuerpo es el Sagrario que llevó dentro al Dios vivo, y el cuerpo de todas las mujeres ha sido elevado en su dignidad y esta se refleja mediante la virtud de la pureza”, puntualiza Pueyo, quien añade que el privilegio de ser mujer consiste precisamente en que la más perfecta de las criaturas fue mujer y, por ello, las mujeres están llamadas a imitar sus virtudes: la humildad, el abandono confiado a la Providencia, y la fecundidad física y espiritual que las llama a engendrar a otros para nacer a la vida eterna. “Esa es la misión altísima de la mujer, siguiendo el modelo de María, Dios se vale del cuerpo de la mujer para crear un alma nueva, un alma eterna, llamada a gozar de su Amor por toda la eternidad”, concluye.

¿Por qué el enemigo urde sus ataques por medio de la mujer? Hildebrand decía que es porque “la mujer es madre de todos los vivientes, y Satanás ha sido un asesino desde el principio. Por eso el aborto es su mayor triunfo desde el pecado original”. Cuando la mujer libremente decide abortar, explicaba, sacrifica la esencia misma de su naturaleza femenina y traiciona su misión sagrada. E incidía en que los grandes desastres actuales –colapso del matrimonio, uniones entre personas del mismo sexo, etc.– tuvieron su raíz en el aborto.

Artículo publicado en la edición número 70 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.