Los musulmanes se apoderaron de la imagen sagrada en 1681 en el norte de África y, según las crónicas de la época, la ultrajaron y arrastraron por las calles
Como trofeo de la victoria, los musulmanes se llevaron la imagen de Jesús a la que rendían culto los soldados españoles, que había sido llevada desde Sevilla al norte de África. Y el Sultán de Marruecos ordenó arrastrarla por las calles y arrojarla a los leones, como si fuera de carne y hueso, según cuentan las crónicas de la época.
Un trinitario que vio el ultraje, se presentó ante el Sultán, jugándose la vida, y le prometió un rescate a cambio de la talla. Mulay Ismael accedió a cederle la imagen bajo amenaza de quemarle vivo si no cumplía su palabra.
Según la leyenda, se acordó que el Sultán entregaría la talla de Jesús a cambio de su peso en oro, pero cuando la pesaron la balanza se equilibró con apenas 30 monedas, aunque el peso de la imagen era claramente mucho mayor. Enojado el Sultán, la mandó encerrar en un calabozo y se declaró una epidemia que se interpretó como castigo divino.
Finalmente, la talla fue canjeada por las 30 monedas, y los frailes que las pagaron pusieron a la imagen un escapulario de la orden como hacían con los miles de cristianos cautivos que liberaban a cambio de rescates.
La figura de Jesús viajó de Mequinez a Tetuán, siguió por Ceuta, Gibraltar, Sevilla y Madrid, donde fue recibida por una multitud. Se organizó una procesión, a la que asistió la Familia Real, la nobleza y el pueblo, y los duques de Medinaceli cedieron los terrenos sobre los que se levantó el templo que la acoge.
Así empezó la tradición de que un miembro de la Familia Real acudiera a venerar al Jesús Nazareno el primer viernes de cada mes de marzo, como ha hecho en esta ocasión el Rey Felipe.
Como las obras del Museo del Prado
Varios siglos después de que la talla llegara a Madrid desde Marruecos, el Jesús de Medinaceli emprendió viaje de nuevo. Fue en la Guerra Civil, cuando fue embalado y entregado a la Junta del Tesoro Artístico. El Jesús Nazareno se sumó al periplo que emprendieron las obras de arte del Museo del Prado para evitar su destrucción.
Primero viajó a Valencia, después a Barcelona y siguió hasta Ginebra. Una vez acabada la guerra, el Jesús Nazareno regresó por Francia, Irún, País Vasco, Castilla y León, Pozuelo de Alarcón y Madrid, según información de la Archicofradía Primaria de la Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli.
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