AGRICULTURA
Manuel Pimentel: «No podemos continuar en esta dinámica de suicidio alimentario»
LIBROS
El exministro expone en su libro ‘La venganza del campo’ las consecuencias que la sociedad puede sufrir por haberse olvidado del sector agrario
Manuel Pimentel es especialmente conocido por haber sido ministro de Trabajo y Asuntos Sociales durante el Gobierno de José María Aznar, pero su conexión con el mundo rural, le viene de origen, pues, aunque vio la luz en Sevilla, sus padres y sus familias eran naturales de Algodonales.
Ahora, además de a diferentes proyectos vinculados a sus ramas de formación que son el Derecho y la Ingeniería Agronómica, se dedica a la escritura, presenta ‘Arqueomanía’ en La 2 y es editor en Almuzara, editorial con la que ha publicado ‘La venganza del campo’. En esta obra advierte de que haber despreciado la actividad agraria puede salir muy caro a la sociedad europea.
– ¿Qué es ‘La venganza del campo’?
– ‘La venganza del campo’ es un título contundente, de connotaciones bíblicas, alegóricas, pero que enciende una honda realidad, que la sociedad occidental en su conjunto, y la europea en particular, se ha olvidado del campo y lleva décadas despreciando a su gente, a sus producciones. Y el campo se va a vengar como ha hecho siempre desde la antigüedad, con escasez de oferta de alimentos y por tanto con una subida de precio de los mismos. Ya llevamos un tiempo en el que los alimentos están subiendo mucho y por otra parte los agricultores están mostrando su profunda y radical desesperación. Y claramente vamos a continuar viéndolo hasta que no se consiga un equilibrio.
– ¿Qué parte de culpa tiene la política en ese olvido?
– Hay un componente mucho más importante que la política europea, porque esto es una cosa que atañe a toda Europa y en el norte si me apuras incluso está peor que en el sur, y es la visión de la sociedad. Los políticos han seguido lo que la sociedad veía y creía. Europa en su conjunto, y así lo ha demostrado en la Política Agraria Común (PAC), ha decidido que el campo europeo es para pasear y que produzcan los alimentos otros por ahí. Eso es darle las llaves de la despensa a terceros en estos momentos de globalización y de guerra, algo muy irresponsable y muy insensato. Además en la política europea hay partidos de todos los signos, no es algo partidista en este caso, sino mucho más profundo. Se optó por un ideal del campo para pasear, olvidándose de la despensa del europeo. Moraleja: si seguimos así, los europeos van a tener una despensa muy cara y cuyas llaves la tienen terceros. Evidentemente, eso no es sostenible en el medio plazo.
– Los agricultores se quejan enérgicamente de la no aplicación de las cláusulas espejo porque consideran que su producción tiene un alto grado de control pero no así los productos que llegan desde otros países.
– Ahí tienen razón los agricultores. Yo particularmente soy partidario de tener fronteras abiertas y que el mercado internacional fluya, porque España es exportador y, por tanto, si vamos a mercados cerrados nos pegamos un tiro en el pie. Una vez dicho eso, nos interesa el mercado abierto con una reglas transparentes e iguales para todos y ahí es donde hay que poner el foco. No es aceptable que por los requerimientos que nos autoexigimos, que pueden estar bien, nuestras producciones sean mucho más caras que las de otros terceros países que no tienen esos requerimientos y de los cuales aceptamos las mercancías. Veo bien las fronteras abiertas pero teniendo todos las mismas reglas, algo que ahora mismo no se produce.
– ¿Cuándo empezó ese olvido del campo? ¿Tiene que ver con el éxodo masivo del campo a las ciudades de hace décadas?
– Claramente hay un primer paso con ese de la población, pero el sociológicamente más importante se produce tras la caída del Muro de Berlín, cuando empieza la globalización y, unida a la concentración de la distribución, trajo consigo que los alimentos bajaran muchísimo de precio, muchísimo. De forma que del 2000 al 2020 la sociedad europea disfrutó de la alimentación más barata de toda su historia y desapareció de la preocupación de los europeos. No estaba en ninguna encuesta. Mientras, iban apareciendo valores nuevos muy positivos como el medioambiente o la sostenibilidad que sí preocupaban a las sociedades, eminentemente urbanas, y que sí aparecían en las encuestas de problemas. Por lo que la sociedad, que no se preocupaba por la alimentación y tampoco por sus agricultores, sí que lo hacía por el medioambiente y fue aprobando una serie de normas que todas y cada una de ellas encarecían, restringían y limitaban la producción agraria. Y se pasó de despreciar a los agricultores a directamente considerarlos enemigos del medioambiente y maltratadores animales. Eso ha sido una combinación durísima. Los agricultores no sólo han perdido mucha renta sino que se han visto señalados por el dedo acusador. ¿Qué ha pasado ahora? Pues que estamos en desglobalización, las importaciones salen más caras y hemos desmantelado parte del tejido productivo europeo, por eso los precios están subiendo y van a continuar subiendo si seguimos así.
– ¿Hay riesgo de desabastecimiento?
– En Europa, más que de desabastecimiento, hay riesgo de subida fuerte en el precio de la cesta de la compra, que estaba hace dos años y medio a 150 euros, que ya está a 250 el carro y que se puede poner en 400 o 500 euros. Ese es el gran riesgo. Puntualmente podría haber un desajuste de una producción, pero menor. Otros países pobres sí pueden tener desabastecimiento porque si suben muchos los precios, no van a poder pagarlos. Los europeos sí van a poder pero a precio de oro. Este sistema que estamos haciendo camina hacia una alimentación para ricos que podrán comer fruta fresca y hortalizas y otra para clases populares que tendrán que ir a ultraprocesados porque no se podrán permitir los precios que nosotros mismos, con nuestras normas, limitaciones y restricciones, estamos poniendo a la agricultura.
– ¿Qué papel juega la industria y los intermediarios? El campo denuncia que venden por muy poco dinero y luego compran caro en el supermercado.
– A la distribución se le puede achacar que ha abusado durante mucho tiempo de su posición de control y ha hundido el precio de los agricultores. La distribución es en parte responsable de la venganza del campo, pero de lo que no se le puede acusar es de que suba los precios. No, su dinámica es de aplastar precios porque compiten ferozmente entre sí y en cuanto una subiese el precio más que la otra, el público se iría a la más económica porque además se rastrea. Creo que la distribución es mejorable, pero no es la responsable de esta subida de precios, es una cuestión que viene de más abajo, es de limitación de oferta. La distribución es la misma que hace dos años y medio, cuando el carro era 150 euros y ahora son 250. Es algo más fuerte, lo que viene de afuera es más caro y aquí producimos menos. Esto es muy importante, porque si caemos en la demagogia de intervenir precios, limitar a la cadena de distribución como oímos decir, esto sólo hará encarecer todavía más los alimentos. Las cadenas tienen que competir y lo que tenemos que hacer es garantizar que haya una oferta de productos alimentarios para mantener un precio razonable y que haya una renta también razonable para los agricultores.
– ¿El olvido del campo es reversible o empeorará?
– Todo en la vida puede evolucionar. Más que revertir, porque nunca vamos a volver a la casilla de salida y no es bueno que lo hagamos, lo que vamos a hacer es evolucionar. La sociedad va a ser mucho más consciente de la realidad de los productos agrarios en cuanto la cesta de la compra vaya encareciéndose. Se dará cuenta de que precisamos de que haya agricultura y producción agraria. Ojalá que por consenso y sentido común seamos conscientes de la importancia de la agricultura y si no la venganza del campo se encargará de conseguirlo. Pero al mismo tiempo, valores muy positivos como el de sostenibilidad y medioambiente hacen que la agricultura que tenga que venir en el futuro y la estrategia alimentaria europea pase por equilibrio entre sostenibilidad y la necesaria producción agraria. Por eso no me gusta hablar de revertir y sí de evolucionar. Hay que buscar ese equilibrio para garantizar una despensa sana, sostenible y a un precio razonable y al mismo tiempo una renta para los agricultores. En el equilibro está el futuro.
– La propia gente del campo defiende que, al depender directamente de la naturaleza, están interesados en preservar el medioambiente.
– Efectivamente. Hay que conjugar la sostenibilidad, que es necesaria, imprescindible e innegociable, con la producción agraria. Y para ello los agricultores son parte de la solución y no el problema. Tienen que estar en mesas donde prácticamente no han estado y han quedado excluidos. Antes sólo había una visión del campo para pasear y ahora tiene que haber una de un campo cada vez más sostenible, con un medioambiente que incluso podría mejorar y equilibrar con una producción agraria que se precisa imperiosamente porque como sigamos así, la cesta de la compra se les va a poner a las familias a 500 euros y hay que ir dos veces. Son temas que como sociedad tenemos que decidir entre todos: si queremos el campo para pasear o si lo queremos para que produzca alimentos.
– ¿De qué modo influye negativamente el alto grado de burocracia al que hacen frente los agricultores?
– La última PAC es una auténtica barbaridad. Como desconfía de los agricultores y los considera enemigos del medio ambiente, no sólo prioriza todo lo referido al medioambiente sino que quiere controlar y limitar la actividad agraria. Lo último es un cuaderno digital que en el fondo es un gran hermano que lo que quiere es controlarlos y eso ha generado un malestar que es totalmente comprensible. En ninguna actividad el gran hermano público nos controla de esa forma. El sistema no considera al periodista enemigo de la verdad, le deja operar. El agricultor tiene que decir día a día qué es lo que hace, los productos que utiliza. Un dislate. Es normal que haya una profunda indignación de una norma que nace de la desconfianza.
– ¿Conseguirán sus objetivos los agricultores con las movilizaciones?
– Creo que han sido muy importantes y muy positivas las manifestaciones porque han puesto el problema sobre la mesa en toda Europa. Nace de lo más profundo del mundo rural, no tiene sentido político porque se han hecho manifestaciones a gobiernos de izquierdas y de derechas, con lo cual es algo a tener muy en cuenta. La sociedad europea es sabia y sabrá equilibrar el futuro con la necesaria producción de alimentos. Si no somos sensatos, los precios se pondrán por las nubes y tendremos que volver a la casilla de salida. Tenemos que tener producción agraria, algo que es tan fácil de decir como difícil de conseguir. No podemos continuar en la dinámica de suicidio alimentario en la cual nos estamos metiendo. Las cartas están marcadas y ojalá consigamos el consenso.
– Por todo lo descrito, cada vez está más comprometido el relevo generacional en el campo.
– Claro. ¿Qué joven se va a quedar en un sector en el que no se gana dinero, que en muchas ramas como la ganadería se trabaja de lunes a domingo, que están mal vistos, no tienen ningún prestigio social o directamente son acusados como enemigo del medioambiente o maltratador animal? Hay una auténtica desbandada, los campos se dejan de cultivar, la edad media de los agricultores es de más de 60 años. Esto es lo que tenemos. Lo que hay que hacer, en primer lugar, es garantizar una renta razonable. Segundo, que se sientan valorados, que la función casi sagrada de producir alimentos esté bien vista. Y por último, y ahí sí soy muy optimista, que el campo evolucione. No vamos a ser lo que fuimos, las explotaciones agrarias modernas van a tener que ser mucho más mecanizadas, tecnificadas y digitalizadas, con lo cual tecnológicamente van a ser mucho más atractivas para la gente joven e inquieta, con un componente de tecnología muy superior al que conocimos. Si se dan estas tres circunstancias, yo creo que el campo va a ser una alternativa muy digna, valorada y comprendida por los jóvenes también.