Como viene siendo habitual desde el último concepto estratégico formulado en Madrid en el 2022, se considera a Rusia la mayor y más directa amenaza a la seguridad aliada; al terrorismo se le considera como la amenaza asimétrica más directa para la seguridad ciudadana y para la paz y seguridad internacionales.
Al escenario anterior hay que añadir el conjunto de amenazas híbridas de carácter cibernético, espacial y de otros tipos, que llevan a cabo actores estatales y no estatales con alto potencial desestabilizador. Pensemos desde la desinformación con intenciones políticas espurias a los ataques a infraestructuras críticas o la alteración de las señales de posicionamiento que permiten la navegación. Todos ellos son sucesos cotidianos, que no por menos percibidos son menos peligrosos.
Los países de Europa miembros de la OTAN y Canadá han aumentado el gasto de defensa en un 18%. Dos tercios de los miembros de la Alianza gastan ya más de un 2% de su PIB en defensa. Ahora, se considera el 2% un suelo no un techo de gasto y se anima a incrementarlo hasta alcanzar las capacidades requeridas. También es cierto que hay sonados casos como el de España que se encuentra actualmente en un 1,26% —terceros por la cola de los 32— y que en la cumbre y por boca de su presidente se ha comprometido a alcanzar el 2% para el 2029. Este tema del gasto tiene una connotación delicada en función de quien resulte vencedor en las elecciones de Estados Unidos, que a fecha de hoy y después del atentado, parece muy probable que sea el candidato Trump. Recordemos sus afirmaciones respecto a los que no pagan su factura “…que Rusia haga lo que quiera con ellos”.
Es innegable que la OTAN se está reforzando, militar y políticamente, ampliando el número de socios y candidatos a serlo, estableciendo acuerdos de cooperación y alianzas con otros países de oriente medio e Indo-Pacífico y que la finalidad evidente es estar preparados para una agresión que se considera posible. También parece claro que el riesgo de una desconexión transatlántica existe y que su simple enunciado obliga a mejorar la seguridad propia sin mayor dilación. Hay que pasar de las palabras a los hechos y ello significa liderazgo, inversión y objetivos alcanzables. Sin un “para qué” es imposible un “cómo”.
Para garantizar la fortaleza, independencia y democracia en Ucrania se establece un programa de asistencia y entrenamiento de seguridad (NSATU) para ese país de tal forma que las entregas de equipo y el entrenamiento militar se hará de forma coordinada y que las previsiones que se adopten lo serán a largo plazo, incluida la financiación, que para este año se cifra en 40.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, el comunicado afirma que la alianza no busca la confrontación y no representa una amenaza para Rusia, y que “existe la disposición para mantener los canales de comunicación abiertos para reducir los riesgos y evitar la escalada”. Reconozco que en ocasiones me resulta difícil interpretar la “finezza” de algunas afirmaciones respecto al mensaje final de paz y guerra.
Cierto es que China tiene programa espacial propio, y que está incrementando el número, calidad y alcance de su arsenal nuclear, que fortalece su armada de aguas profundas y que invierte de forma decidida en nuevas capacidades de defensa (IA, sistemas autónomos, UAV,s…). China es potencia global y quiere reafirmar su statu quo. Sin ánimo de polemizar, hace exactamente lo mismo que otros países y organizaciones con parecidas ambiciones, eso sí, con regímenes políticos y aliados diferentes.
La OTAN es la organización político-militar más poderosa que existe. Tiene un historial de efectividad -salvo algún fiasco menor- en la preservación de la paz y la garantía de seguridad a sus socios. Era un actor regional que deviene en global de la mano de Estados Unidos y de la pretensión de extensión universal de sus valores constitutivos: libertad individual, derechos humanos, democracia y estado de derecho. Y lo hace mediante el desarrollo de sus tareas fundamentales: disuasión (nuclear y convencional) y defensa, prevención y gestión de crisis, y seguridad cooperativa. Su ámbito geográfico actual es restrictivo —el Atlántico Norte— pero no le ha impedido actuar fuera de área, y ahora se deja entrever una proyección hacia Oriente Medio e Indo Pacífico. En ese itinerario de ampliación y proyección se están produciendo fricciones que es muy probable que se incrementen, y si no se atienden debidamente acabarán escalando en conflictos encadenados de muy mal pronóstico.
Un último apunte, en toda la declaración no aparece ni una sola vez el objetivo de promover la paz entre Rusia y Ucrania, todo lo más, garantizar la derrota de Rusia mediante el apoyo “sine die” a Ucrania, y favorecer su ingreso en la OTAN una vez alcanzado lo anterior y conseguida la paz. ¿Es un ejercicio de idealismo o de realismo?
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