El rostro del desencanto: General Gam Pampols

 

 

Francisco Gan Pampols. - Foto: MARTA FERNÁNDEZ / EP
Francisco Gan Pampols se marcha enfadado, desencantado y algo resentido. La cara del vicepresidente segundo estos días, en los que va de foro en foro tratando de poner en valor su trabajo, es la viva imagen de la decepción. Se le va a hacer largo el mes que le queda hasta su salida, programada el próximo 5 de noviembre.

La decepción que alguna gente siente con su labor como conseller para la Recuperación Económica y Social de la Comunitat Valenciana no es menor que la que el todavía vicepresidente segundo refleja en su rostro hacia una sociedad que no parece entenderle. Su tristeza me recuerda a Calimero, aquel melancólico pollito de dibujos animados que se lamentaba: «¡Soy un incomprendido!».

Gan Pampols llegó a la política con la ingenuidad de quien cree que después de una catástrofe con 229 muertos todo el mundo iba a arrimar el hombro para ayudarle en la reconstrucción. ¡Alma de cántaro!

El teniente general en la reserva siente que ha cumplido su misión pero que nadie ha entendido ni cuál era su misión ni lo que ha hecho.

Para tratar de explicarse, Gan prepara con disciplina castrense sus presentaciones, que suelen quedan reducidas en las redes sociales y las televisiones al titular sacado de contexto que pueda servir de munición en la batalla política sin cuartel en la que vivimos los españoles.

Cree Gan que cuando habla la gente entiende lo que dice, pero hace mucho tiempo que la gente entiende lo que quiere, que a veces está tan alejado de lo que uno ha querido decir que es justo lo contrario. Todo es literal, son estériles las explicaciones prolijas, las subordinadas, los aforismos o las metáforas. Es algo que empezó con las redes sociales y que se ha contagiado a esos medios de comunicación que viven de la polémica.

Vuelve a decir Gan esta semana, y ya lo ha explicado unas cuantas veces desde que presentó su diagnóstico en el mes de marzo, que el día de la Dana falló la autoprotección, y lo señalan por echar la culpa a los muertos.

Da igual que, en una larga exposición de lo que ha fallado, diga también que hubo errores de planeamiento en las infraestructuras, errores de antropización del suelo –construir junto a barrancos y en zonas inundables– y «errores en las personas en las que depositamos la seguridad» porque, ¡ojo!, “para lo ordinario, para los días de vino y rosas, vale todo el mundo, pero para los días complejos no”.

Cierto es que podría haberse referido a Carlos Mazón o a Salomé Pradas con nombres y apellidos, pero tampoco seamos tan ingenuos de pensar que un vicepresidente va a señalar en público al presidente de su Gobierno.

Gan Pampols y Carlos Mazón.
  • Gan Pampols y Carlos Mazón.

Y cuando desarrolla lo de la autoprotección y afirma que “es el primero de los mecanismos que salvan vidas” y que no lo tenemos interiorizado en España, se insiste en que ha echado la culpa a los muertos y se pasa el corte de voz a las asociaciones de víctimas para que muestren su indignación.

Y cuando Gan subraya que los avisos son necesarios, pero más necesario es que la gente sepa qué tiene que hacer cuando hay una alerta roja como la que había en Valencia; y pone el ejemplo de Japón o Estados Unidos, donde desde que van a la escuela se enseña a la población a autoprotegerse frente a catástrofes, e insiste en que eso también debería enseñarse aquí, ya no importa lo que diga porque estamos en otra pantalla, que no es cuestión de dedicarle más de un minuto a este protagonista secundario que se permite echar la culpa a los muertos.

Gan se marcha resentido también con los funcionarios, entre ellos esos secretarios e interventores que siguen poniendo palos en las ruedas, invocando líricamente el artículo 25 para impedir, por ejemplo, que un ayuntamiento pueda amueblar una biblioteca pública que quedó arrasada por la Dana.

También ahí pecó de ingenuo, porque él es el primero que debía saber que en su nuevo cometido no iba a contar con un ejército de soldados sino con un ejército de funcionarios, 23.000 en el caso de la Generalitat –sin contar los de Sanidad y Educación–, quienes parece que quisieron darle la razón en lo de contratar a una consultora para el plan de reconstrucción cuando, meses después, pidió 28 voluntarios para puestos técnicos y de los 23.000 se apuntaron 13.

Lo de por qué contrató a una consultora para la elaboración del plan también lo ha explicado mil veces –que acortaba los plazos y que para ese trabajo extraordinario no podía contar con quienes hacen el trabajo ordinario de la Generalitat porque habría lastrado el día a día de la administración–, pero no se quitará el sambenito de que se gastó 2,2 millones de euros en un powerpoint.

A Gan Pampols se le ve frustrado como político, igual que tantos ciudadanos que se meten en política para tratar de mejorar la vida de las personas y se encuentran en medio de un avispero donde mejorar la vida de las personas es la última prioridad de los profesionales de la política.

En este sentido, su rostro crispado cuando aborda la cuestión de la falta de cooperación entre el Gobierno central y la Generalitat en la reconstrucción muestra que esa es, probablemente, su mayor aflicción. La suya y la de muchas personas, entre ellas el autor de esta columna.

Gan Pampols, Amparo Matíes y Zulima Pérez, este jueves.
  • Gan Pampols, Amparo Matíes y Zulima Pérez, este jueves.

El otro día en el Club de Encuentro Manuel Broseta, donde compareció junto a la comisionada del Gobierno para la reconstrucción, Zulima Pérez, Gan respondió con contundencia a quienes desde el Ejecutivo central tratan ahora de convencernos de que sí ha habido cooperación, con ejemplos aislados de coordinación entre técnicos.

Como explicó el teniente general retirado, que de organización sabe algo, la cooperación y la coordinación se hacen de arriba a abajo y no al revés. El de arriba marca el paso y los de abajo le siguen. Y arriba están Sánchez y Mazón, que hace diez meses que no se han reunido para hablar de la reconstrucción.

Gan Pampols se marcha orgulloso, pero con más de una espinita clavada, como dejaba caer esta semana: «Habría preferido que algunas cosas se hubieran hecho de otra manera, pero qué le vamos a hacer».

Nos deja un plan de reconstrucción, que es exactamente lo que dijo que venía a hacer. Un plan criticable, por supuesto; mejorable, seguro, pero al menos hay un plan.

Fuente.

https://valenciaplaza.com/valenciaplaza/opinion/el-rostro-del-desencanto