El Gran Cañón de EE. UU. fue descubierto por la expedición de Coronado. Teniente Coronel Garrido Palacios

           Rutas de Coronado y sus capitanes al septentrión de Nueva España

Interesante articulo del   Teniente Coronel Garrido Palacios, colaborador de MILITARES que nos recuerda el pasado hispano de los Estados Unidos.

El Gran Cañón de EE. UU. fue descubierto por la expedición de Coronado

 

                                               Españoles en el Gran Cañón. Augusto Ferrer-Dalmau

 

La expedición de Francisco Vázquez de Coronado descubrió el Gran Cañón del río Colorado y las Montañas Rocosas, así como los estados de Arizona, Nuevo México, Texas, Oklahoma y Kansas en el actual Estados Unidos.

 

Viaje a las Indias

Vázquez de Coronado nació en Salamanca en 1510, en el núcleo de una familia noble, con un hermano mayor que heredó el mayorazgo. Es posible que pasara su mocedad en Granada, pues su padre estuvo al servicio de Iñigo López de Mendoza –primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla– durante la toma de Granada en 1492; designado luego capitán general del Nuevo Reino de Granada.

Antonio de Mendoza y Pacheco –uno de los hijos del marqués– fue el primer virrey de Nueva España en 1533 en virtud de la experiencia adquirida en la península Ibérica con su antecesor; y uno de sus protegidos fue precisamente el salmantino. Este, con veintisiete años, formó parte del cabildo de la capital mexicana y consiguió anular una rebelión de los naturales en las minas de Amatepeque; y otra en las minas de plata de Sultepec tras su nombramiento como visitador. En 1538 casó con Beatriz de Estrada, que contaba trece años, y por su dote recibió la encomienda de Tlapa, estado de Guerrero, a la que se sumaron otras en años posteriores. También fue elegido gobernador de la Audiencia de Nueva Galicia en sustitución de Nuño Beltrán de Guzmán.

A principios de 1539, Antonio de Mendoza envió al franciscano Marcos de Niza a reconocer los territorios fronterizos del norte y verificar los informes de Álvar Núñez Cabeza de Vaca acerca de las fabulosas urbes de Cíbola y Quivira. Después de un recorrido por ellas en compañía del negro Estebanico, compañero de Cabeza de Vaca, entre otros, confirmó su existencia.

 

Las Siete ciudades de Cíbola y Quivira

El virrey organizó, sin tardar, una expedición para reconocer esos lugares maravillosos que contaba el franciscano. Para ello, el propio Mendoza aportó 60.000 ducados, la gran parte de los gastos, y el gobernador, jefe de expedición, hipotecó su encomienda de Tlapa para financiarla.

Francisco Vázquez salió de San Miguel de Culiacán en abril de 1540 con un contingente formado por 300 infantes, 70 jinetes y 800 indígenas, aparte de reatas de mulas y caballos. Asimismo, llevaban una buena reserva de alimentos constituida por rebaños de ovejas y piaras de cerdos, los cuales servirían de sustento en caso de no encontrar las vacas jorobadas de las praderas americanas u otros recursos. En la misma expedición iba fray Marcos de Niza, ya ascendido al grado de provincial franciscano de las nuevas tierras que a buen seguro descubrirían, y sin Estebanico, fallecido por las acciones hostiles de los nativos.

En vanguardia marchaban el gobernador, el fraile y cincuenta jinetes. Todos atentos a cualquier novedad. Una vez que cruzaron el estado de Sonora y se aproximaron a Tucson y al río Gila, en Arizona, los expedicionarios pusieron rumbo al noreste para alcanzar la tierra de los zuñis. Avistaron una de las localidades de Cíbola –siguiendo las indicaciones de fray Marcos–; sin embargo, allí no encontraron nada que se asemejase a las urbes fabulosas descritas por él. Solo apareció el poblado Zuni, en el estado de Nuevo México, construido con adobes, sencillo, con casas dispersas y sin urbanismo alguno. Además, los nativos no eran amables precisamente; antes bien, recibieron a los recién llegados con una nube de flechas.

La tropa que formaba parte de la expedición estaba atónita por el engaño del padre Niza, pues nada coincidía con lo dicho antes, ni tan siquiera la vista del mar que debía apreciarse en la lejanía, dado que estaba a muchas millas de distancia. Los soldados quisieron linchar a fray Marcos, evitado por su jefe de expedición; y, con el fin de que no se complicara la situación, este le pidió que regresara a la capital mexicana. Coronado, por otra parte, no quería volver a México con las manos vacías y por ello intentó aprovechar el esfuerzo realizado para explorar nuevas tierras de las llanuras centrales de Norteamérica. Se estableció en el poblado de Abiquiú, una vez expulsados los zuñis, y despachó varios grupos para reconocer el entorno.

 

                                 

El primero se dirigió hacia el oeste al mando del capitán García López de Cárdenas, que atravesó la zona de los indios hopi y descubrió el Gran Cañón del río Colorado con gran sorpresa de la expedición. Se acercaron al borde del precipicio y todos quedaron admirados del paisaje que se vislumbraba a sus pies. «Al menos tiene seis pies de anchura», dijeron algunos soldados, al tiempo que los nativos aseguraban que «tenía media legua», acorde con el cronista Pedro de Castañeda Nájera en su Relación, que aportó una rica descripción geográfica y etnográfica del entorno.

Otro grupo de soldados fue enviado en dirección al océano Pacífico para encontrarse con una expedición despachada por el virrey al golfo de California y mandada por Fernando de Alarcón. Este, con la información de que acaso por el río llegaría a Cíbola, se acercó con dos barcos hasta la desembocadura del río Colorado y, después de fondearlos, bogó con dos botes aguas arriba durante 80 millas hasta encontrarse con el río Gila. En el punto más lejano dejó escrito: «Aquí llegó Alarcón. Al pie de este árbol hay cartas» (Castañeda de Nájera). Algunos opinan que fue el primer europeo que holló Alta California, y por descontado, sí que fue el primero en explorar el río Colorado.

Un tercer grupo se dirigió hacia el levante a las órdenes del capitán Hernández de Alvarado, guiado por un cacique nativo llamado bigotes por su mostacho. A lo largo del río Grande el indígena contactó con varias tribus y los españoles descubrieron el núcleo urbano de Tiguex, ahora Bernalillo, cercano a la urbe de Santa Fe; y en ese sitio, a la vera del río, se reunieron con las fuerzas del gobernador, las cuales contribuyeron a sofocar una revuelta de los naturales.

Ante la negativa del guía bigotes de continuar el reconocimiento de nuevas tierras, el guía presentó a otro para sustituirle. Le apodaron el turco por el sombrero que portaba, similar al de los árabes, y fue quien les habló de la ciudad de Quivira situada al noreste, bien nutrida de metales preciosos. Pese a esa buena nueva, el salmantino decidió retrasar la marcha por la entrada del invierno.

 

Las vacas jorobadas

Coronado se puso al frente de la cuarta expedición hacia el este hasta cruzar Llano Estacado –límite oriental de Nuevo México y noroccidental de Texas– y, a continuación, giró hacia el septentrión, en donde encontró las grandes manadas de bisontes americanos, o vacas jorobadas observadas por Cabeza de Vaca. El recorrido era áspero, duro en extremo, sin obtener resultado positivo alguno salvo la caza de bisontes con caballos y lanzas. Los indígenas solo comían esos bóvidos y se vestían con sus pieles atadas con correas del mismo animal. Recibieron a los españoles con amabilidad, mas la forma de comer distaba de la acostumbrada por los recién llegados: se tragaban la carne cruda y bebían la sangre de los bisontes en recipientes construidos con sus tripas.

El jefe de la expedición comenzó a desconfiar del turco; aún más, creyó que le engañaba. Lograron la confesión de su añagaza, pues el nativo creía que la atmósfera asfixiante de las Grandes Llanuras exterminaría a los soldados; y, a la postre, se desprendieron de él. Otros guías condujeron la expedición hacia la ciudad promisoria de Quivira, que supuestamente se encontraba en el centro del estado de Kansas. Junto al río Arkansas, y contigua a la actual Wichita, estaba esa anhelada localidad, que en puridad no era otra cosa que un grupo de aldeas con chozas construidas con techos de paja y palos recubiertos de ramas y hojas, sin objetos de valor que reseñar. Esos habitáculos eran ocupados por indios tatuados que cultivaban pequeñas parcelas de maíz, calabazas y guisantes en las riberas fluviales. Allí no había otras riquezas que las propias de los cultivos y la caza de bisontes.

 

Resumen

De esas expediciones subrayamos el descubrimiento del Gran Cañón del Colorado por parte de García López de Cárdenas, así como la exploración del río Colorado por Hernández de Alarcón, amén de una interesante información geográfica y descriptiva del suroeste norteamericano. En cuanto a Francisco Vázquez de Coronado, su penetración en el interior de las llanuras centrales de Norteamérica fue estelar y, en honor a ello, en el estado de Arizona se encuentra el monumento de Bisbee dedicado a él, y en los estados de Nuevo México y Texas existen varios recuerdos en la toponimia, calles y avenidas.

 

   

    Francisco Vázquez de Coronado en Liberal, Kansas.

RAH. (CCBY-NC 2.0) Stephen Conn. Flickr

Las fábulas de las Siete Ciudades de Cíbola y Quivira no aportaron grandes beneficios a la Corona española ni se consiguieron riquezas; en cambio, constituyeron un estímulo a los conquistadores para proseguir el reconocimiento allende la Nueva España conocida.

En esa línea, recordemos que a mediados del siglo XVI se descubrieron yacimientos de plata en el estado de Chihuahua (límite con río Grande o Bravo), lo que atrajo población a ese enclave y contribuyó a favorecer las expediciones a las Indias.

 

Jose Garrido Palacios

Teniente coronel del ET (R). Doctor en Filosofía y Letras

Asociación Española de Militares Escritores