En un par de minutos, Chile confirmó que hay aspectos de su democracia que son envidiables. No habían pasado ni dos horas del cierre de los colegios electorales cuando las pantallas de todo el país mostraron a José Antonio Kast, presidente electo, y a Gabriel Boric, presidente en ejercicio, en un diálogo telefónico. Conversación especialmente interesante tras la clara victoria del derechista por 58,2% contra el 41,8% de la candidata del oficialismo, la comunista Jeannette Jara.
«Va a contar con todas las facilidades, con todo lo que se requiera y lo dejo invitado para el día de mañana [este lunes] al Palacio de La Moneda para conversar con todo detalle», dijo Boric desde la sede del gobierno.
«Le agradezco mucho, presidente, que esta sea una transición bien ordenada, respetuosa. Después del 11 de marzo [fecha del cambio de mando] me interesaría mucho contar con sus opiniones, con su mirada de lo que es el país», respondió Kast, al que Boric prometió contarle detalles de lo que implica «la soledad del poder».
El sol brillaba aún en Santiago y Libre, de Nino Bravo, sonaba a toda pastilla en el final de la tarde. La derecha local celebraba así la llegada de Kast a la Presidencia, un logro que es un hito en la política del país, claro, pero también la continuidad del cambio en Sudamérica, donde cada vez son más los gobiernos de centro derecha o derecha dura.
La quinta economía de América Latina se suma así a gobiernos políticamente afines como los de Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Perú, en un subcontinente donde sólo Brasil, Colombia y Uruguay permanecen en manos de la izquierda.
«Un paso más de nuestra región en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada», dijo el presidente argentino, Javier Milei, en su mensaje de felicitación, insistiéndole en «trabajar juntos para que América abrace las ideas de la libertad».
«La democracia habló fuerte y claro. Me acabo de comunicar con el presidente electo, José Antonio Kast, para desearle éxito por el bien de Chile», anunció Jara 90 minutos después del cierre de los colegios electorales. La candidata de la izquierda gobernante se lamía las heridas en su búnker del centro de la capital, en tanto que los partidarios de Kast estallaban de euforia junto a la Torre Costanera, el edificio más alto de Sudamérica y símbolo del Chile capitalista.
Tras intentarlo en 2017 y en 2021, cuando llegó hasta la segunda vuelta para ser derrotado por Boric, Kast se convirtió en el presidente más a la derecha desde el regreso de la democracia a Chile, en 1990.
La abrumadora victoria de Kast, que ganó en todas las regiones del país tras haber sido segundo en la primera vuelta de hace un mes, confirma que el péndulo político llegó al extremo opuesto del que mostró el viernes 18 de octubre de 2019, cuando un grupo de jóvenes decidió que no pagaría el boleto de metro porque el aumento de su precio les parecía excesivo. Chile comenzó aquel día un viaje que lo arrastró por un río enloquecido que casi desemboca en la revolución. Seis años y dos meses después, el triunfo de la derecha representa a un Chile muy diferente, el Chile que pide «mano dura» para contener a la delincuencia.
Si en 2021 el triunfo de Boric instaló en La Moneda el gobierno más a la izquierda desde el de Salvador Allende en los 70, el de Kast implica el más derechista desde el regreso de la democracia, en 1990. Consecuencia de seis años en los que Chile fue una especie de laboratorio de ciencia política a cielo abierto, con dos plebiscitos constitucionales en los que se rechazaron de forma contundente dos propuestas, una por estar escorada demasiado a la izquierda y la otra por volcarse excesivamente a la derecha.
«No hay país en el mundo donde haya ocurrido eso», explicó a EL MUNDO Sebastián Soto, profesor de Derecho Constitucional e integrante de la segunda convención. «Los chilenos se están acostumbrando a rechazar todo y no a adherir a algo», añadió.
Tras años siendo señalado como el candidato de la derecha «ultra» o «extrema», Kast ha ido moderando su imagen.
Así, la política chilena acelera su reconfiguración, tras tres décadas en las que la alternancia se dio entre un centro derecha tradicional y una socialdemocracia moderada. Hoy, las posiciones son mucho más fuertes.
Un caso paradigmático es el del ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), figura señera de la Democracia Cristiana (DC), partido que fundó su padre, el también ex presidente Eduardo Frei Montalva. Hace dos semanas, cuando Frei Ruiz-Tagle recibió en su casa a Kast, la política chilena vivió un terremoto. La DC, que apoyó a Jara, tramita la expulsión del veterano ex jefe de Estado. Aquel gran acuerdo que dio en llamarse «Concertación», y que unió a socialistas y democristianos, entre otros, permitió al centro izquierda moderado gobernar Chile durante 24 de los primeros 32 años de democracia, antes de que la llegada de Boric cambiara el panorama.
La socialista Michelle Bachelet, que gobernó Chile durante dos períodos (2006-2010 y 2014-2018), aspira a ser elegida el año próximo como secretaria general de la ONU, la primera mujer en ese puesto. Necesita el apoyo del nuevo presidente, que ya la invitó a reunirse. No hay simpatía entre ellos, pero eso no les impidió hablar en la misma noche de la elección.
S. F. SANTIAGO DE CHILE
Horas antes de que Chile lo eligiera con un abrumador respaldo como su nuevo presidente a partir del 11 de marzo de 2026, José Antonio Kast hizo algo absolutamente inusual para los tiempos que corren: elogiar públicamente al periodismo.
«Por favor, yo les voy a pedir que desde el primer día nosotros mostremos respeto, no hay nada más importante que la prensa para que se nos fiscalice a todos», declaró Kast ante una multitud que lo había acompañado a votar ayer y de la que brotaban gritos de «fuera periodistas comunistas».
En medio de la rueda de prensa ante el local de votación, una periodista se había presentado antes de hacer su pregunta y un nutrido sector de la multitud reaccionó abucheándola. Kast los paró en seco y pidió «respeto»: «Y eso tiene que ser permanente».
La defensa clara del trabajo y la importancia del periodismo no es el planteamiento habitual de los extremismos, ni los de derechas ni los de izquierdas. Es, en todo caso, una señal más de lo que Kast asegura ser: un político de derechas, no un «ultra».
«Yo soy de derecha. Siempre lo que planteamos es que representamos el sentido común y la libertad. Y eso es lo que la ciudadanía ha reconocido en nosotros», aseguró el hoy presidente electo durante una entrevista con EL MUNDO en 2024.
«Nosotros no hemos planteado nada que salga del marco de los principios que permiten el desarrollo de una sociedad libre. Por lo tanto, no nos hacemos cargo de eso. Generalmente, las críticas vienen de un sector bastante ideologizado de la izquierda. Gente que no se reconoce como izquierda roja, que no se reconoce como radical. O que no reconoce las dictaduras como la de Venezuela, la de Nicaragua y la de Cuba».
Kast, de 59 años, es uno de nueve hermanos y padre de nueve hijos. De origen alemán, está casado desde hace 34 años con la abogada María Pía Adriasola, profundamente católica y muy dispuesta a recuperar el rol de la «primera dama», perdido durante el Gobierno de Gabriel Boric.
Kast es políticamente afín a Donald Trump, aunque quienes lo conocen señalan que sus personalidades son muy diferentes.
«Kast es un humanista cristiano, educado, que no tiene el ADN televisivo y afán de protagonismo de Trump. Son muy distintos», explica a este periódico Eugenio Ravinet, ex integrante del Ejecutivo del socialista Ricardo Lagos y consultor estratégico en temas internacionales.
«La de Kast es una derecha sin complejos, que se para y se sostiene y nutre de la energía de la opinión prevalente de los chilenos», señala a su vez a EL MUNDO un hombre que figura en las quinielas para ser parte del nuevo Gobierno.
¿A qué se refiere cuando habla de la «opinión prevalente de los chilenos»? La afirmación tiene que ver con que Kast es un político que aprendió y con que el Zeitgeist, el clima de época, le sonríe.
«Kast siempre dijo que las cosas deben solucionarse con mano dura, siempre estuvo en ese eje», sostiene a este diario Felipe González Mac-Conell, autor de Kast, la ultraderecha a la chilena, un libro que retrata al veterano político.
Esa «mano dura» es hoy un reclamo de la sociedad chilena mucho mayor que hace seis años, cuando el estallido social hizo que el péndulo político se fuera a la izquierda. «Kast hablaba del ‘estallido delictual’, y lo sigue diciendo hoy», recuerda su biógrafo.
RAÍCES FAMILIARES
Hijo de un ex oficial alemán en la Segunda Guerra Mundial, Kast es un devoto católico. Uno de sus hermanos fue ministro y presidente del Banco Central durante la dictadura de Augusto Pinochet, un hombre al que elogió muchas veces. «Si estuviera vivo, me votaría», llegó a decir Kast, el primer presidente de la democracia inaugurada en 1990 que votó sí en el plebiscito de 1988 en el que el dictador planteó su cotinuidad en el gobierno. En esta campaña, Kast logró en general evitar el asunto.
¿De qué se trata el aprendizaje que hizo Kast? De evitar su moralismo conservador para que no se convirtiera en eje de la campaña. Su rígida postura sobre el aborto le costó el voto femenino en 2021, cuando perdió en la segunda vuelta con Boric. Esta vez buscó seducir a ese electorado, y lo hizo sobre todo situándose como garante de la seguridad, como el hombre que le habla a las mujeres prometiéndoles que sus hijos, hijas y esposos no serán víctimas de la criminalidad, la principal preocupación de la sociedad chilena.
El de la inmigración irregular fue otro tema que le reportó centralidad y votos a Kast, que hace cuatro años propuso cavar un foso para evitar la inmigración ilegal en el norte del país.
«Nosotros tenemos un límite con Bolivia y Perú, en el norte del país, que es una meseta altiplánica, donde se puede circular libremente de un país a otro. Y eso permite el contrabando y la trata de personas. Por eso la fosa, la zanja», explicó el candidato en conversación con este diario. El modelo Bukele es una inspiración para Kast, que ha afirmado rotundamente que apoyará a Donald Trump si este invade Venezuela.
Kast, que años atrás lideró una escisión del centro derecha tradicional chileno, insatisfecho con lo que veía como «concesiones» a la izquierda, tiene opinión sobre lo que sucede en España en general y sobre el presidente Pedro Sánchez en particular.
«Ha cedido el poder con grupos minoritarios que son separatistas, que han acogido a terroristas, y creo que eso le hace mal a la democracia. Le está haciendo un daño a la patria. Y creo que tiene que aclarar muy bien los temas judiciales que están afectando a su esposa y a su hermano».
Invariablemente amable, Kast se maneja con un tono pausado y reposado, y de tanto en tanto sorprende a propios y ajenos, como en aquel programa de televisión de hace unos años en el que el presentador le trasladaba algo que le había contado un conocido: «El otro día fui a una playa de Estados Unidos y estaba lleno de gays, nosotros éramos los únicos normales».
Kast, casi sin pestañear y sin subir el tono, lo interrumpió: «Heterosexuales. Porque todos somos normales».
