“ALFONSO I EL BATALLADOR”

El 7 de septiembre de 1134 murió Alfonso I, rey de Aragón y de Pamplona, llamado el Batallador, ya que destacó en la lucha contra los musulmanes y llegó a duplicar la extensión de los reinos de Aragón y Pamplona tras la conquista clave de Zaragoza. Los ecos de sus victorias traspasaron el tiempo, ya en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, puede leerse:
«clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna no ovo tan buen cavallero que veynte nueve batallas vençió». Sus campañas lo llevaron hasta las ciudades meridionales de Córdoba, Granada y Valencia y a infligir a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Arnisol o Cullera.
Temporalmente, y gracias a su matrimonio con Urraca I de León, gobernó sobre León y Castilla, motivo por el cual se hizo llamar entre 1109-1114 «emperador de León y rey de toda España» o «emperador de todas las Españas», hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio. Más allá de su éxito militar, la extensión de sus conquistas supuso una importante labor civil. Realizó durante su reinado un gran número de fundaciones, donaciones y concesiones con importantes efectos demográficos y económicos y que influyeron en la historia del valle del Ebro en los siglos posteriores. Su restauración, fundación y consolidación de diócesis y monasterios fue igualmente clave en la estructura religiosa del norte de la actual España, así como en el desarrollo del camino de Santiago, las órdenes militares hispánicas y la expansión del arte románico.
A su muerte, sin descendencia y en lo que es uno de los episodios más controvertidos de su vida, legó sus reinos a las órdenes militares. La voluntad reflejada en este testamento levantó una enorme oposición entre los nobles aragoneses y navarros, que llegaron al acuerdo de no ejecutarlo. Y así, los aragoneses decidieron que en Aragón sucediera a Alfonso su hermano Ramiro, quien reinaría como Ramiro II el Monje. Y por su parte, en Navarra eligieron rey a García Ramírez, el Restaurador, hijo del infante don Ramiro y de una hija de El Cid; este Ramiro era a su vez hijo de un infante bastardo del rey navarro García Sánchez III. Se separaban así las coronas de Navarra y Aragón después de cincuenta años, quedando fijadas las fronteras definitivas entre ambos reinos.
Los restos del rey fueron sepultados en el monasterio de Montearagón, cerca de Huesca. Según la Crónica de San Juan de la Peña, tenía 61 años de edad y había reinado durante la mitad de ellos.
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