La historia de un caballero de Ferrol que protagonizó grandes hazañas en Italia, llegando a capturar al rey Francisco I de Francia
El 31 de marzo de 1808 una espada era sacada de su lugar de reposo en la Armería del Palacio Real de Madrid. Su portador la situó sobre una bandeja de plata y la cubrió con un paño de seda rojo con flecos de oro. Acompañada por una amplia escolta armada, fue trasladada al alojamiento donde se encontraba Joaquín Murat, gran duque de Berg, mariscal de Francia y futuro rey de Nápoles, un noble y militar francés al servicio de su cuñado, Napoleón Bonaparte, quien había pedido al rey de España, Fernando VII, la entrega de esta legendaria arma. Se trataba de una espada ceremonial rematada en oro y esmalte que había permanecido en la colección real española durante 283 años y que era parte del botín de guerra de una de las batallas más épicas del imperio español, la batalla de Pavía. En ella, un gallego había capturado al mismísimo rey de Francia, Francisco I, motivo por el cual tenía un significado tan especial para Napoleón Bonaparte. Hoy os contamos la historia de aquel caballero gallego, que hace 500 años, capturó al rey de Francia para el emperador Carlos I: Alonso Pita da Veiga.
Alonso era hijo del escudero y regidor ferrolano Pedro de Morado Pita y de María Fernández da Veiga, heredera del señorío de Vilacornelle, y nació en el año 1480. Se crio en Ferrol durante sus primeros años y, siguiendo la tradición de armas de su familia de caballeros y escuderos, continuó su formación como caballero en la casa de los Andrade, señores de Pontedeume y Ferrol.
Bajo su estandarte, Alonso fue nombrado capitán del Escuadrón de Caballería y lugarteniente del conde Fernando de Andrade, y fue destinado al Tercio que participó en las campañas militares en la península itálica que Castilla había iniciado contra Francia en 1513, y que se desarrollarían hasta el año 1525.
En tierras italianas participó en diversas batallas como la de Vicenczio, en 1513, la de Bicoca, en 1522, y la de Gattinara, en 1524, durante las cuales, gracias a su comportamiento, llamó la atención del emperador, que lo nombra en varios de sus escritos como hombre de buen ánimo y gran esfuerzo.
En aquella época, Francia estaba rodeada por las posesiones de la Casa de los Habsburgo y, además, la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte de Carlos I en 1520, puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Así que Francisco I de Francia, que también había optado a ese título, vio la posibilidad de una compensación anexándose el ducado de Milán, algo a lo que no estaba dispuesto el emperador español.
Tras la derrota francesa en Bicoca y unos cuantos reveses más, el rey francés decidió, a finales de 1524, ponerse al frente de su ejército y cruzar los Alpes para poner sitio a la ciudad de Pavía tras hacerse con Milán y otras plazas fuertes. El ejército francés estaba compuesto por más de 30.000 hombres, mientras la defensa de Pavía, a cargo de los españoles, dependía de poco más de 6.000.
De inmediato se iniciaron los ataques para hacerse con la ciudad. Aunque los asaltos fracasaron, los espías habían informado a Francisco I de que la guarnición imperial estaba descontenta por la falta de pagas y que era posible que se produjera una sublevación de las tropas. Francisco I no tenía prisa, esperaba que de un momento a otro el ejército imperial se descompusiera por la falta de dinero o que los estados italianos se alzaran en favor de Francia, momento que aprovecharía para destruir a las tropas de Carlos cuando huyeran de Pavía.
Pero a mediados de enero de 1525 llegaron los refuerzos imperiales provocando, no solo que se igualasen las fuerzas, sino que las tropas sitiadas sin pagas, sin comida y casi sin agua, comprendieran que los recursos se encontraban en el campamento francés, que decidieron tomar como fuera.
Durante las escaramuzas previas, un caballero gallego ya había realizado una gesta histórica al recuperar de manos francesas el estandarte del Serenísimo Infante don Fernando, hermano del emperador, que llevaba bordado la insignia del Ducado de Borgoña, la Cruz de Borgoña, un hecho crucial, ya que para los españoles simbolizó la victoria contra Francia, provocando que se acabara convirtiendo en la bandera del imperio español. Aquel gallego era Alonso Pita da Veiga.
Tras el ataque al campamento francés, varios caballeros galos huyeron, pero uno de ellos, vestido con su armadura de combate, fue capturado por tres aguerridos españoles cuyo origen daría para un buen chiste: un gallego (Alonso), un vasco y un andaluz. Entre los tres obligaron a desmontar a aquel caballero, que quedó atrapado bajo su montura y que fue salvado por el gallego de ser aplastado, como así cuentan las propias crónicas del rey.
Le arrebataron sus armas, una insignia de San Miguel que llevaba al cuello y un crucifijo de la Veracruz que había pertenecido nada más y nada menos que a Carlomagno. Cuando le pidieron que se identificase, gritó: “No me matéis, soy el rey de Francia”. Tras apresar al rey y hacerse con el estandarte real, la derrota del ejército francés se precipitó, provocando el final del asedio y de la campaña en la península itálica.
Cuando Carlos I fue informado, ordenó que Francisco fuese trasladado en barco a Barcelona, desde donde se le envió a Madrid, ciudad en la que estuvo más de un año como prisionero del emperador. Finalmente fue liberado tras la firma de unas capitulaciones en las que reconocía la soberanía española sobre el ducado de Milán y se comprometía a no atacarlo en el futuro, algo que nunca cumplió, ya que cuatro años después lo atacó de nuevo.
Alonso Pita da Veiga fue recompensado por el emperador, que expidió en Barcelona una Real Cédula de fecha 24 de julio de 1529 concediéndole una pensión mensual de 30.000 maravedíes, su reconocimiento como señor de Vilacornelle y el privilegio de usar a perpetuidad, tanto él como sus descendientes, un nuevo escudo de armas con la flor de Lis, emblema de la corte francesa.
Tras regresar a Galicia, Alonso contrajo matrimonio, inaugurando una saga de medio milenio ininterrumpido de militares destacados en la defensa de España, tanto en el ejército como en la Armada. Fallecería en Pontedeume el 17 de diciembre de 1558, siendo enterrado con todos los honores en la iglesia del convento de San Francisco de Ferrol, lugar de descanso de sus antepasados.
Francia nunca olvidó que tres guerreros españoles habían capturado a su rey, una noticia que conmocionó a toda Europa, pero sí negaron durante siglos que esta captura había ocurrido, hasta que Napoleón Bonaparte pidió que se devolviera a Francia aquella espada perdida 283 años antes. Se cree que la espada que se entregó a Francia no era la espada que portaba el rey durante su huida, sino que se trataba de una espada ceremonial que estaba en su campamento. La espada de batalla del rey fue entregada al emperador Carlos I el mismo año de la batalla y continúa desde entonces en la Colección Real, aunque no está expuesta…
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.