“ASESINATO DE CALVO SOTELO”

El forense que hizo la autopsia a Calvo Sotelo y su fichero secreto

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Varios doctores en la Escuela de Medicina Legal de Madrid. Con una flecha, posiblemente veamos a José Águila Collantes / Archivo Regional de la CAM, fondo Santos Yubero

Fue testigo de excepción de las barbaridades que se cometieron en Madrid durante el verano de 1936, pero siempre permaneció en la sombra. José Águila Collantes ocupaba la plaza de médico forense en la capital cuando estalló la Guerra Civil. Fue él quien le realizó-unos días antes de la sublevación- la autopsia a Calvo Sotelo, asesinado a balazos por la escolta de Indalecio Prieto. Tras estudiar cientos de cuerpos de los “paseados” por las milicias del Frente Popular, confeccionó un fichero secreto con los detalles de cada asesinato que el ministro de Justicia de la República mandó destruir. Nunca se ha contado la historia de este médico granadino que, además de salvaguardar la información de todas aquellas víctimas, libró a un grupo de hombres del pelotón de fusilamiento.

Antes de adentrarnos en el papel en la Guerra Civil del forense Águila Collantes, vamos a repasar brevemente algunos aspectos biográficos. Había nacido en Lanjarón (Granada) en 1891 en el seno de una familia ilustrada ya que su padre también era médico. Desde niño tuvo muchas inquietudes culturales y religiosas ya que formó parte de recitales de poesía y actuaciones teatrales de barrio. Además, hemos podido confirmar que siendo muy joven también colaboró con unas pocas cofradías de Semana Santa y publicó en algún periódico local artículos de índole religiosa.

Se trasladó a Madrid en 1908 para estudiar Medicina en la Universidad Central y ocupó plaza de doctor interno en el hospital de la Princesa. Ya en aquellos años demostró tener madera de médico. En 1912, con apenas 21 años, practicó los primeros auxilios a varias personas después de que se produjera un derrumbe en el número 19 de la calle Jacometrezo. Él residía en el 34 y pese a los peligros que podría entrañar acudir a un edificio en ruinas, llegó a toda prisa a ayudar a los vecinos que habían quedado malheridos.

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Artículo de “El Imparcial” donde aparece Águila Collantes / Biblioteca Prensa Histórica

Ese mismo año, nuestro hombre empezó a coquetear con la política. Según el periódico “La Correspondencia de España”, participó como representante de los estudiantes en un mitin de la Federación Nacional de Sanidad Civil que estuvo presidida por el doctor Albiñana Sanz, uno de los personajes al que le uniría un destino trágico en el verano de 1936. Pero en aquella época (1912), Águila Collantes se convirtió en inseparable del prestigioso médico valenciano al que acompañó por toda España defendiendo “una sanidad civil digna”.

Lazos político

Pero el verdadero salto a la política de nuestro forense llegó en 1914 cuándo ingresó en el partido Juventud Liberal Demócrata, coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Un año después, contrajo matrimonio en Antequera con la que sería su esposa, Francisca Villoslada Acosta. La pareja no disfrutó apenas del enlace ya que José, el día después, tuvo que incorporarse a su primer destino como médico en el pueblo de la Rambla (Córdoba) donde ejercía como inspector municipal de sanidad.

No tenemos demasiados datos de él hasta enero de 1916. Ese año ingresó en la administración como médico forense tras un proceso de oposición. Unos años después llegaría a presidir la asociación nacional de médicos forenses, pero no adelantemos acontecimientos. Hemos averiguado que en 1918 ya estaba ejerciendo como tal tras ser designado como médico forense de Ferrol, haciéndose cargo también, como galeno, de los reclusos de la prisión preventiva de esa ciudad. No tuvo que estar demasiado tiempo en Galicia ya que en 1919 volvió a Córdoba. Hemos averiguado que justo este año solicitó la autorización al Gobierno Civil para “poder conducir automóviles”.

Tuvo que permanecer poco tiempo en Córdoba ya que en 1921 se encontraba destinado en Antequera, ciudad a la que le unían lazos familiares pues su padre había nacido allí. Además de ejercer como médico forense, Águila Collantes dirigió la Beneficencia de Antequera y al mismo tiempo actuaba como especialista en enfermedades de la piel. De hecho se convirtió en el máximo responsable del dispensario antivenéreo del hospital de San Juan de Dios. En aquellos años veinte tuvo que convertirse en un personaje relevante de la ciudad pues su nombre aparecía constantemente o en los periódicos locales. A modo de ejemplo, durante meses, nuestro doctor y su hermano Manuel -que era farmacéutico- certificaron en la prensa que el “jabón de la Casa Berdún era de calidad” y recomendaban abiertamente su utilización.

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El doctor Águila salió en el periódico “El Sol de Antequera” en 1932 (Hemeroteca Digital Andaluza)

Tras la proclamación de la Segunda República en 1931, Águila Collantes reanudó su actividad política que había aparcado desde su época de estudiante. Formó parte como vocal del Comité de Alianza Republicana según viene reflejado en el periódico malagueño “La Razón”. Más adelante llegaría a ser uno de los rostros más destacados del Partido Republicano Radical en Antequera alcanzando el cargo de vicepresidente de la corporación local.

Si a nivel profesional, nuestro médico llegó a convertirse en un personaje destacado de Antequera, su vida familiar no fue sencilla ni mucho menos. Tras hablar con varios de sus descendientes, hemos descubierto que Francisca (su esposa) no pudo tener hijos . Pese a ello, Águila Collantes tuvo una especie de vida paralela con otra mujer con la que tuvo cuatro hijos. Todos ellos adoptarían el apellido del padre aunque lo utilizaron como si fuera compuesto “Águila-Collantes”.

En 1934 el doctor Águila Collantes fue trasladado a Madrid donde obtuvo la plaza de médico forense del juzgado número 2. Desconocemos los motivos que le llevaron a abandonar Antequera para volver a la capital, aunque no descartamos que pudieran estar relacionados con esa vida paralela familiar que tenía. En cualquier caso, regresar a Madrid era un gran reto profesional por la responsabilidad que tenía su cargo. En los convulsos años treinta su trabajo como forense fue incesante por la gran cantidad de crímenes que se producían, muchos de ellos por cuestiones políticas. Una de las primeras autopsias por muerte violenta que tuvo que practicar en la antesala de la Guerra Civil fue en mayo 1934 a raíz del asesinato a tiros de Juan Gris Sánchez, responsable de talleres de la Fábrica Espuñez. También practicó la autopsia a un ingeniero de la Hidroléctrica de los “Saltos del Alberche” que fue asesinado unos pocos meses antes de estallar la guerra.

Según relató años después nuestro protagonista, en las elecciones de febrero de 1936 participó como apoderado del “bloque antimarxista” y ejerció como tal en un colegio electoral que se instaló en el juzgado número 2 de Madrid. Tras la victoria del Frente Popular en aquellos comicios, Águila Collantes continuó ejerciendo como forense en la Escuela de Medicina Legal de la capital, puesto por el que cobraba un salario de 7.000 pesetas mensuales.

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Águila Collantes practicó la autopsia de Juan Gris tras ser asesinado en 1934 (Hemeroteca Nacional)

El asesinato de Calvo Sotelo

En la madrugada del 13 de julio de 1936, Águila Collantes recibió una llamada mientras dormía en su casa situada en el número 181 de la calle Alcalá. El hecho de que sonara el teléfono en plena noche no le extrañó más de la cuenta. Era normal que interrumpieran su sueño de madrugada para comunicarle que se habría producido un tiroteo con muertos o un ajuste de cuentas. Pero esta vez la situación era distinta. En el juzgado le dijeron que el asesinado era José Calvo Sotelo, uno de los políticos de derechas más críticos con el Frente Popular, cuyo cadáver acababa de aparecer en el cementerio de la Almudena. Le pidieron que se desplazara a toda prisa hasta el camposanto para practicar la autopsia del cuerpo junto con otro forense, el doctor Antonio Piga.

Nuestro forense se presentó en la Almudena poco antes de las 06.00 de la mañana. La autopsia se llevaría a cabo en el mismísimo depósito de cadáveres del cementerio y, además del forense Piga, también estaría presente por voluntad de la familia del asesinado, el doctor Albiñana Sanz. El reencuentro entre Águila Collantes y el doctor Albiñana fue muy emotivo teniendo en cuenta las circunstancias del momento. Sería la última vez que se verían ya que pasadas unas semanas el conocido médico valenciano sería asesinado en el asalto de la cárcel Modelo.

Si nos centramos en la autopsia que practicaron Águila Collantes y el Piga al cadáver de Calvo Sotelo, tenemos que hacer mención a las conclusiones que ambos forenses sacaron y que aparecen reflejadas en la Causa General:

“La muerte de Calvo Sotelo fue debida a las lesiones encefálicas ocasionadas por dos disparos de arma de fuego en la región de la nuca y a bocajarro. Su muerte fue instantánea, sin que el agredido pudiera defenderse. La posición del agresor era en un plano posterior al nivel del agredido. Las lesiones que presentaba el cadáver en la nariz y la pierna se produjeron en el momento de la caída la primera y, como consecuencia del espasmo convulsivo y choque contra un cuerpo duro, la segunda”.

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Autopsia de Calvo Sotelo que fue realizada por Águila Collantes y el doctor Antonio Piga (Archivo Regional CAM, fondo Santos Yubero)

Con el fin de continuar investigando la muerte del político gallego, los dos forenses extrajeron unas muestras de sus tejidos corporales así como algunas partes de sus ropas que serían analizadas en la Escuela de Medicina Legal. Todas esas pruebas terminarían desapareciendo de la escuela una vez empezada la Guerra Civil tras varios registros efectuados por milicianos. Pero no adelantemos acontecimientos.

También se incorporó a la investigación del asesinato de Calvo Sotelo otro forense de renombre como era Blas Aznar que se encargó de estudiar el entorno donde apareció el cadáver. Este médico, muy buen amigo de Águila Collantes, recogió restos de sangre y pelos aparecidos en la zona y estudió al milímetro una furgoneta en la calle Marqués de la Ensenada donde pudieron haber trasladado al político.

El inicio de la Guerra Civil

Desde el 18 de julio de 1936 el trabajo de nuestro forense fue incesante. Más allá de los combates en los cuarteles de la Montaña y Campamento, el estallido de la Guerra Civil trajo consigo un sinfín de “paseos” o asesinatos a personas de derechas. Debido a esto, Águila Collantes tuvo que trabajar más de catorce horas al día haciendo autopsias e inscribiendo estos cuerpos en los registros para dar salida a los cadáveres y que estos pudieran ser enterrados. En aquellas primeras semanas de guerra, su vida transcurría casi de forma permanente en el depósito de cadáveres situado en la calle Santa Isabel, justo al lado del Hospital Central de Madrid (donde está el museo Reina Sofía).

Trabajaba codo con codo con varios profesionales de la medicina forense como Blas Aznar o el doctor David Querol que por entonces ocupaba el puesto de director del depósito de cadáveres de Madrid. El principal problema que tuvieron que hacer frente los tres médicos era la cantidad de asesinados que llegaban al depósito cuyas identidades eran imposible averiguar. Para intentar solucionar este problema, los forenses elaboraron un fichero con las fichas de cada uno de los cuerpos que habían examinado donde venían reflejados los siguientes datos: fotografías del cadáver, medición del mismo, descripción de la causa de la muerte y descripción de sus pertenencias. Hacían cuatro copias de cada una de las fichas que se enviaban a: la Dirección General de Seguridad, a los juzgados respectivos, a la Escuela de Medicina Legal y una más se quedaba en el depósito de cadáveres.

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Blas Aznar González, amigo íntimo de Águila Collantes, tesis de Marta González Santander-Martínez

Una de las actuaciones más dramáticas que tuvo que realizar el doctor Águila Collantes se produjo el 22 de agosto de agosto de 1936. Como médico del juzgado fue llamado de urgencia para examinar una veintena de cadáveres de reclusos de la cárcel Modelo que había sido asaltada por una turba de milicianos. Entre los asesinados estaba el doctor Albiñana Sanz, su mentor en la época universitaria y al que había visto por última vez en la autopsia de Calvo Sotelo. Hemos tenido acceso al informe de esa autopsia que practicó nuestro hombre en compañía de David Querol:

“Los médicos forenses David Querol Pérez y José Águila Collantes han practicado la autopsia al cadáver de don José María Albiñana Sanz, reseñado con el número 930 en el cementerio municipal y procedente de la cárcel Modelo. Presenta las siguientes lesiones: heridas por arma de fuego en el antebrazo izquierdo y en la región maxilar derecha”. Puede afirmarse que la muerte ha sido consecuencia de una hemorragia. En Madrid a 23 de agosto de 1936″.

Podemos imaginarnos lo duro que tuvo que ser para el protagonista de esta historia realizar la autopsia al doctor Albiñana Sanz al que le unía una relación muy estrecha desde 1912. Aquel fatídico 23 de agosto también tuvo que examinar los cadáveres del resto de asesinados en la cárcel Modelo, entre ellos el de Melquiades Álvarez o Fernando Primo de Rivera. Ese día también tuvo que hacer la autopsia a otros cuerpos que aparecieron en Madrid como el de Cristóbal Jiménez, un capitán del Ministerio de la Guerra que apareció en la Dehesa de la Villa cosido a balazos.

Fueron semanas terribles para cualquier médico forense destinado en Madrid, sin embargo, nuestro hombre mantuvo la calma pese a las circunstancias. Decían que estaba hecho de otra pasta pero la realidad es que estaba habituado a su trabajo y tenía el convencimiento de que estaba actuando de manera correcta. Otro de los cadáveres a los que practicó la autopsia en este verano de 1936 fue al de una mujer llamada Elena de las Heras de la Hoz que había sido asesinada cerca de la Casa de Campo. Nuestro protagonista encontró adherido a su pecho un sobre con más de 40.000 pesetas así como resguardos de alhajas. De haber sabido que esta mujer guardaba ese sobre dentro de su cuerpo, casi con toda seguridad que sus asesinos se lo hubieran llevado, pero no fue así. Águila Collantes fue el primero en reconocer el cuerpo y tras encontrar el hallazgo, se lo entregó inmediatamente a Antonio Yáñez, secretario del juzgado número dos de Madrid para que constara en las diligencias.

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Cadáver del doctor Albiñana Sanz y fragmento de la autopsia realizada por Águila Collantes (Causa General)

Si hacemos un repaso por los sumarios abiertos por el hallazgo de cadáveres en Madrid, encontramos en muchos de ellos la intervención de Águila Collantes como médico forense. Entre las autopsias que tuvo que practicar ese verano destacamos la de la poetisa Esther López Valencia y su padre que fueron asesinados el 30 de septiembre de 1936 en el cementerio de la Almudena . De este crimen nos hemos ocupado en nuestra web semanas atrás.

Por recomendación de varios compañeros de la Escuela de Medicina Legal, Águila Collantes decidió ingresar en el Sindicato de Sanidad de la CNT ese mes de septiembre de 1936. En aquella época, disponer de un carnet de un partido político o sindicato podía salvarte la vida y él intentó garantizar la suya ya que varios de sus compañeros estaban amenazados por las milicias. Uno de ellos se llamaba Clemente Azpeitia y se encontraba perseguido por los chequistas de la capital después de que mataran a su hermano Mateo, un conocido notario católico. No fue el único. Otros dos forenses electos del depósito de cadáveres cuyos apellidos eran Bartolomé y Carreras fueron arrestados y trasladados a la checa de Fomento donde permanecieron varios días antes de ser puestos en libertad.

La orden de destrucción del fichero

Los médicos y empleados del depósito de cadáveres se sentían perseguidos y amenazados por las milicias que acudían a diario a las instalaciones para fiscalizar su trabajo. En noviembre de 1936, Águila Collantes consiguió entrevistarse con el por entonces ministro de Justicia García Oliver para exigir que garantizara la seguridad de los profesionales forenses. La entrevista con el ministro anarquista tuvo lugar en un hotel de la Gran Vía y la gestionó Antonio Sabrás, uno de sus asistentes, que también militaba en el Sindicato de Sanidad. Fue una reunión corta pero muy intensa. En ella, García Oliver dijo que sabía que todos los médicos del depósito eran de derechas y que también tenía conocimiento de la existencia de un archivo con las fichas de todos los asesinados hasta la fecha en Madrid. Le ordenó que hiciera desaparecer ese fichero pues podría ser perjudicial para la República que se diera a conocer su contenido a efectos internacionales. Le advirtió que tenía ojos y oídos en todas partes y que se enteraría tarde o temprano si había cumplido con su orden. Era una amenaza en toda regla.

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Águila Collantes en el año 1935 / Banco de Imágenes Colegio de Médicos

Después de su reunión con García Oliver, el doctor Águila mantuvo un encuentro secreto con Blas Aznar, otro de los forenses relevantes de la Escuela de Medicina Legal. Le habló de las amenazas del ministro y entre los dos decidieron hacer una nueva copia del fichero de asesinados para que se hiciera justicia después de la Guerra Civil. Era la mejor manera de salvaguardar la información que llevaban tiempo recopilando sobre los “paseados” en la capital. Hasta ese día, todos los que trabajaban en esa morgue sabían que el fichero se encontraba en la caja de caudales de la escuela donde también se estaban alojadas algunas pruebas del asesinato de Calvo Sotelo.

Con el objetivo de esconder mejor esa nueva copia del fichero de asesinados, Águila Collantes ideó una operación para despistar a los posibles confidentes del ministro de Justicia dentro del depósito. Para ello contó con la colaboración de un mecanógrafo granadino llamado Rafael Muro Llamas. Ambos siguieron dejando en la caja de caudales un fichero con unas veinte fichas de personas asesinadas en Madrid, sin embargo, ocultaron el resto en el cuarto oscuro del fotógrafo, justo detrás de unos productos químicos que ya no se utilizaban. Solo Aznar, Muro y nuestro forense sabían donde se encontraba este otro fichero que contenía cientos de fichas de los asesinados en la capital. Hemos sabido que pasados unos meses, ya en 1937, milicianos afectos al Ministerio de Justicia registraron el depósito y descubrieron el fichero que había escondido Águila Collantes en aquel cuarto oscuro. Obviamente, lo hicieron desaparecer.

A primeros de noviembre del 36, nuestro hombre tuvo un percance con dos milicianos de la FAI que acudieron al depósito porque estaban interesados en averiguar la identidad de un trabajador que mantenía contacto frecuente con la secretaria de Gil Robles. Ese empleado, al que los milicianos acusaban de espionaje, se llamaba Luis Osorio Samaniego y era un joven alférez médico que colaboraba en la identificación de los cadáveres. El doctor Águila consiguió alertar al chico esa misma mañana. Gracias a su aviso, pudo refugiarse en la Embajada de Chile donde pasaría a zona nacional. Pese a salvar su vida, Osorio no mostró su agradecimiento hacia nuestro forense: ya que terminada la Guerra Civil le denunció ante las autoridades franquistas por ser “amigo” de García Oliver y por haber mandado destruir el fichero con las autopsias de los asesinados. Nada más lejos de la realidad.

Movilizado militarmente

El 8 de noviembre de 1936 las tropas de Franco se encontraban a las puertas de Madrid. Casi todo el mundo tenía el convencimiento de que la ciudad caería en poder de los sublevados. Tanto es así que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia y con los dirigentes del Ejecutivo, también se trasladaron un gran número de funcionarios administración. Por estas fechas, nuestro médico también recibió la notificación de desplazarse a Valencia en calidad de funcionario del juzgado número 2 de la capital, pero hizo caso omiso al aviso. Él también estaba convencido de que Madrid caería tarde o temprano y quería permanecer allí hasta la llegada de los sublevados.

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Antonio Piga junto a alumnos y profesores de la Escuela de Medicina Legal de Madrid / Archivo Regional de la CAM, fondo Santos Yubero

Pese a la orden de trasladado, Águila Collantes pidió al Sindicato de Sanidad de la CNT -en el que estaba afiliado- que le movilizaran militarmente con el fin de poder seguir en la capital. Le trasladaron hasta el frente de Priego (Cuenca) aunque solo permaneció allí un par de semanas. A finales de noviembre ordenaron su regreso a la capital para hacerse cargo como médico de un batallón constituido por camareros que se estaba formando en la calle ancha de San Bernardo. Su trabajo consistía en examinar a los voluntarios de ese batallón antes de enviarlos al frente de batalla. Según consta en su declaración jurada tras la contienda, el doctor Águila Collantes, en colaboración con Antonio Piga, dio la inutilidad por lesiones “inexistentes” a un cincuenta por ciento de los jóvenes que se alistaban a este batallón cuyo nombre era “Vanguardia Roja“.

Durante el tiempo que estuvo como médico del batallón, nuestro forense consiguió que destinaran a su botiquín como enfermeros a dos religiosos escolapios que estaban perseguidos por las milicias. Sus nombres eran Federico Alonso Hernández y Camilo López López. Por estas fechas, también refugió en su domicilio de la calle Alcalá a una religiosa del Asilo de Santa Cristina que igualmente estaba perseguida.

Tras comprobar que las tropas de Franco se habían quedado a las puertas de Madrid, intentó recuperar su trabajo como forense en la Escuela de Medicina Legal, pero ya era demasiado tarde. En febrero de 1937, sus superiores le ordenaron que se incorporara a la 67º Brigada Mixta, una unidad que se estaba formando bajo el mando del capitán Francisco Berdejo Viñas. Inicialmente su trabajo consistió en preparar el reclutamiento de los nuevos soldados de la brigada pero en muy poco tiempo le nombraron directamente “jefe de sanidad” tras la destitución del anterior jefe, el doctor Ávila al que acusaban de ser de derechas.

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Declaración a favor de Águila Collantes de una persona que recibió su ayuda durante la guerra ( AHGM)

Águila Collantes no tuvo más remedio que asumir el cargo de jefe de sanidad de la 67º Brigada Mixta y trasladarse al frente de batalla, situado en el sector de Vallecas-Villaverde. Hemos averiguado que antes de su traslado evitó que fusilaran un soldado en el patio del cuartel al que sus propios compañeros acusaban de “hacer señales luminosas” a los nacionales. Al ostentar un cargo de responsabilidad dentro de la brigada, nuestro forense se hizo cargo de la situación y prohibió que los milicianos se tomaran la justicia por su mano hasta que no se celebrara un juicio. Desconocemos si realmente llegó a celebrarse el juicio, tan solo sabemos que el joven soldado abandonó ese mismo día el cuartel de San Bernardo sano y salvo.

A mediados de febrero de 1937 el doctor se trasladó al sector de Villaverde, un frente tranquilo donde se combatió con menos intensidad que en otras zonas de Madrid. Hubo guerra de trincheras pero las bajas allí fueron más elevadas debido a las deserciones que a las operaciones militares. Pese a todo, Águila Collantes puso en marcha una enfermería de vanguardia, coordinó las tres ambulancias de la Brigada Mixta y estableció importantes medidas higiénicas como el despiojamiento masivo de los soldados. Siguió protegiendo a los religiosos que le habían acompañado en el batallón “Vanguardia Roja”, incorporando al botiquín a un otro religioso, Bernabé Ruiz García. Todos ellos obtendrían el rango de tenientes de milicias.

Nuestro hombre tuvo sus diferencias con Silverio Castañón, que en julio de 1937 sería nombrado jefe de la 67º Brigada Mixta, un hombre duro, bregado en mil acciones revolucionarias y famoso por haber estado relacionado en 1934 en una matanza de frailes en Asturias. Al parecer, Castañón intentó que Águila Collantes y los miembros de su botiquín aparecieran en un reportaje que estaba haciendo el periódico “La Estampa” a lo que el médico se negó. También se negó a dirigir un discurso a la tropa en Villaverde un día en el que aparecieron los camiones del Altavoz del Frente. Estas dos negativas del ex forense le granjearon algunos problemas, no solo con Castañón sino también con los comisarios políticos de los batallones.

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Silverio Castañón, jefe directo de Águila Collantes (Hemeroteca Nacional)

Según viene reflejado en el Diario Oficial del Ministerio de Defensa Nacional de la República, Águila Collantes ascendió a mayor médico el 8 de noviembre de 1937, justo un año después de ser movilizado. Por estas fechas tuvo lugar un suceso que marcaría su devenir dentro del Ejército republicano. Una mañana de este mes de noviembre se enteró de que se iba a producir el fusilamiento de tres soldados de la brigada a los que un comisario había acusado de falangistas. No le faltaba razón pues al menos dos de ellos habían militado en Falange antes de estallar la Guerra Civil. Los tres jóvenes se llamaban Carlos Castellanos, Rafael Zurita Chacón y Pedro Corrales. La intervención de Águila Collantes fue providencial pues evitó la ejecución unos segundos antes de que se produjera, justo cuando se estaba preparando el piquete. Aunque los falangistas serían procesados más adelante, nuestro médico también evitó que fueran trasladados a un batallón disciplinario.

Los mandos de la 67º Brigada Mixta consideraron que esta acción fue la gota que colmó el vaso. Desde justo ese día, Águila Collantes fue sometido a una discreta investigación por parte del servicio secreto de la República ya que los mandos de su unidad empezaban a considerarle un posible enemigo del Frente Popular. El comandante Castañón y otros mandos de la brigada querían probar que el galeno no simpatizaba con las ideas republicanas y buscaron cualquier punto débil que pudiera tener para ordenar su detención. Lo encontraron en diciembre de 1937.

La detención

Por estas fechas, nuestro hombre ya había tomado la decisión de desertar y tratar de pasar a zona sublevada con la ayuda de un capitán médico apellidado Dávila y de dos soldados amigos suyos llamados Emilio Fernando y Pedro Peñuela. Los cuatro habían proyectado una evasión por el frente de Guadalajara, habiendo elaborado el doctor Águila un salvoconducto para poder llegar a tierras alcarreñas. Ninguno lo consiguió pues fueron detenidos por agentes del SIM (así se conocía al servicio secreto de la República).

En concreto, el doctor Águila fue arrestado el 17 de diciembre de 1937. Varios agentes del SIM se personaron en el botiquín de la 67º Brigada Mixta y de muy malos modos le inmovilizaron y le subieron a un coche. Pensó que aquellos individuos le dejarían en un descampado de Madrid con varios tiros en la cabeza al igual que habían hecho las milicias al principio de la Guerra Civil, pero no fue así. Le trasladaron hasta el Ministerio de la Marina , lugar siniestro donde el SIM había establecido su cuartel general. Allí fue sometido a interrogatorio -no nos consta que sufriera malos tratos- y pasados tres días le llevaron a una cárcel de Madrid a la espera de juicio por parte del Tribunal de Espionaje y Alta Traición.

Nuestro médico sería trasladado unas semanas después a Valencia a la espera de que se iniciara su juicio. Permaneció recluido en las prisiones militares de esta ciudad hasta que un tribunal de Barcelona solicitó en abril de 1938 que fuera llevado hasta allí por una causa pendiente. Nunca viajó a Cataluña. Las circunstancias bélicas de ese momento impidieron su traslado. También fue decisivo el papel que tuvo su abogado defensor (Eleuterio Abad Selles) para evitar su desplazamiento a la Ciudad Condal.

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Documento del CDMH que confirma la presencia en la cárcel de Valencia de Águila Collantes / CDMH

El juicio contra José Águila Collantes nunca llegó a celebrarse, posiblemente porque algún infiltrado de la Quinta Columna en el juzgado alargó los plazos del sumario lo máximo posible. Lo que sí sabemos es que el 12 enero de 1939 fue puesto en libertad condicional debido a su delicado estado de salud. Mientras estuvo en prisión sufrió una angina de pecho y varias hemoptisis que a punto hicieron que perdiera la vida. El juez aceptó que saliera en libertad condicional a cambio de que se presentara cada tres días en un juzgado de Valencia. Durante unas semanas se alojó en la vivienda de un familiar situado en la calle Torno del Hospital número 37, pero finalmente decidió trasladarse a Madrid donde estaba su familia.

El final de la Guerra Civil

Desobedeciendo la orden del juzgado, regresó a su domicilio de la calle Alcalá 181 donde permaneció hasta el final de la guerra. Nadie le reclamó allí y eso que dejó de presentarse en el juzgado valenciano donde tendría que haberse presentado cada tres días. La conclusión del conflicto le sorprendió en su domicilio de la capital y, pese a su delicado estado de salud, el 5 de abril de 1939 se presentó en el Ministerio de Justicia. Ante las autoridades franquistas, rellenó inmediatamente una declaración jurada destinada para funcionarios relatando sus vivencias en “zona roja”. Acompañó su declaración jurada con varios avales de personas a las que había ayudado en retaguardia republicana. Entre esos avales presentó uno del padre escolapio Federico Alonso y otro del falangista, Rafael Zurita, al que había salvado del fusilamiento. Los dos avalistas aseguraban que el médico había actuado heroicamente salvándoles la vida, destacando también que tenía profundas convicciones religiosas y que sentía una gran animadversión hacia el Frente Popular.

Al igual que sucedió con otros funcionarios que habían permanecido en zona republicana durante la guerra, la administración franquista separó a Águila Collantes de su puesto como médico forense. Permaneció varios meses apartado hasta que un tribunal depurador decidió absolverle de cualquier delito durante la contienda. Esta situación de incertidumbre le provocó una nueva angina de pecho de la que fue asistido por su amigo inseparable, David Querol Pérez, jefe del depósito de cadáveres de Madrid.

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Aval del falangista Rafael Zurita Chacón realizado solo unos días después de que terminara la guerra en Madrid (AHGM)

En mayo de 1939, el forense solicitó al tribunal que estudiaba su caso permiso para trasladarse a Granada puesto que allí se encontraban todos sus familiares. Necesitaba cuidados y en Madrid solo tenía a su esposa que también se encontraba gravemente enferma. En concreto se instaló en una vivienda situada en la calle Pegarrecios 2, a muy pocos metros del centro de la ciudad, donde fue tratado de un flemón en el cuello y de una nueva crisis motivada por otra angina de pecho.

Un cúmulo de denuncias

Paralelamente, en Madrid, la Brigada Político Social de la Policía empezó a investigar al doctor Águila tras varias denuncias contra él. Un médico que estuvo refugiado en su casa durante la Guerra Civil, cuyo nombre era Francisco Sánchez Gerona, le acusó de haber entregado a su esposa unos objetos procedentes de la incautación que había realizado la CNT en 1936. Otra vecina de la calle Alcalá, María Nieves Borrás, también informó a la Policía de que se había llevado una pianola a su vivienda, aunque aclaró que “su esposa siempre fue de derechas”.

Estas no fueron las únicas denuncias a las que tuvo que hacer frente. Como hemos dicho antes, otro joven doctor llamado Luis Osorio Samaniego (que había trabajado con él) le acusó de haber “prendido fuego” al fichero de cadáveres sin identificar del depósito de Madrid. También dijo a las autoridades franquistas que era amigo del “ministro de Justicia rojo, García Oliver”.

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Acusación contra Águila Collantes del alférez médico Osorio (AHGM)

Como consecuencia de estas denuncias, el 30 de mayo de 1939, funcionarios de la Policía Judicial de la Auditoría de Guerra se desplazaron hasta su casa en Madrid de la calle Alcalá para detenerle. La portera sorprendió a los agentes diciéndoles que se encontraba en Granada y les mostró la autorización del juzgado que daba su visto bueno para que efectuase su traslado a la ciudad nazarí. Dos días después, una pareja de la Guardia Civil se personó en su vivienda granadina con el fin de arrestarle y llevarle a Madrid para que prestase declaración. No pudieron hacerlo pues su estado de salud era muy delicado.

El 10 de junio, Águila Collantes prestó declaración en un juzgado de Granada asegurando que no se explicaba el origen de su detención pues había comunicado a todo el mundo su traslado por motivos de salud. En esta declaración explicó su versión de los hechos y echó por tierra las denuncias que había contra él ofreciendo una visión radicalmente opuesta. Desmintió rotundamente haber entregado objetos de valor a su esposa salvo una imagen de la Virgen del Carmen y un crucifijo de “de escaso valor material” que se había llevado a su casa tras una incautación de la CNT. Aseguró que su única intención fue “conservarlos” para entregárselos a las autoridades nacionales cuando hubiera terminado la guerra. En relación con la pianola que supuestamente se había llevado a su vivienda, confirmó que sí se la había llevado a su casa, pero lo hizo para “salvaguardarla” después de que unos milicianos del Partido Comunista la robaran del domicilio de un capitán de la Guardia Civil.

Unos días después de estas declaraciones, se abrió una nueva investigación contra nuestro médico después de la denuncia que interpuso Silvino Díaz Fernández, otro empleado del depósito de cadáveres durante la guerra. Este individuo acusó a Águila Collantes y a otros médicos forenses de haber sustraído dinero y objetos de valor de varios cadáveres, sobre todo en 1936 y 1937. En concreto dijo que había sido testigo de como nuestro médico se había llevado una cadena de oro de un reloj de pulsera del cadáver de un hombre apellidado Mazón, así como varios sobres con unas novecientas pesetas.

La investigación contra Águila Collantes y el resto de forenses del depósito no fraguó. La Policía no tardó demasiado tiempo en darse cuenta de los pésimos antecedentes de Silvino Díaz, que antes de la guerra había sido detenido hasta en dos ocasiones por estafa y que padecía problemas psiquiátricos. También trató de estafar a una persona, una vez terminada la contienda, simulando ser miembro de Renovación Española, partido en el que nunca había militado.

Águila Collantes tuvo que prestar declaración ante el juzgado por este asunto asegurando que las acusaciones de Silvino eran totalmente falsas y que nunca registró los cadáveres pues esta no era su misión. De hecho, aseguró ante la Justicia que en realidad era el propio denunciante el que se apropiaba de las pertenencias de los cadáveres, motivo por el que fue expulsado del depósito en febrero de 1938. El tribunal que investigó el caso condenó a Silvino a varios años de prisión por su falsa denuncia aunque sería trasladado a un hospital psiquiátrico donde cumplió gran parte de su condena hasta que salió en libertad en 1941.

Un tiempo después

Pese a las denuncias formuladas contra él por su actuación durante la Guerra Civil, Águila Collantes salió victorioso de su proceso de depuración aunque estuvo un tiempo sin poder ejercer la Medicina. También salió indemne de las investigaciones a las que fue sometido ya que los tribunales militares no encontraron “indicios de criminalidad en sus actuaciones entre 1936 y 1939”. Por lo tanto, en la posguerra pudo volver a ejercer la medicina y llegó a ocupar cargos de responsabilidad. Sabemos que, al menos en 1948, ostentaba la presidencia del Cuerpo Nacional de Médicos Forenses de España.

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Esquela del Doctor Águila Collantes / Imagen cedida por la familia del doctor

Como dijimos al principio de este artículo, don José era un hombre de fe. Tanto es así que durante varios años llevó en Semana Santa los pasos de la cofradía de la Virgen de las Angustias, patrona de los médicos forenses de nuestro país. Veinte años después de que terminara la guerra, en 1959 falleció a la edad de 68 años. Llama la atención su esquela ya que en ella solo figuran como familiares directos su esposa, Francisca Villoslada , sus hermanas y el resto de familia como “hermanos políticos, primos o sobrinos”. Esta esquela no hace referencia a los cuatro hijos que tuvo con su otra mujer.

Hay un dato bastante relevante del hermano de José Águila Collantes. Se llamaba Antonio, era funcionario de Correos antes de la guerra, y combatió junto a los republicanos durante todo el conflicto. Tanto es así que ocupó un cargo de responsabilidad como comandante en el 54 Brigada Mixta que luchaba en la zona de Sierra Nevada. También estuvo destinado en Madrid como mayor del Batallón “Sargento Vázquez” que estaba acantonado en la zona de Vallecas. Según documentos a los que hemos tenido acceso en el CDMH de Salamanca, pertenecía al Partido Comunista aunque su familia destaca que su ideología era más bien socialista.

Tras contactar con algunos de los descendientes de la familia Águila Collantes, hemos podido averiguar que Antonio se exilió en Francia una vez terminada la Guerra Civil. En Burdeos le sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial y allí fue detenido por los nazis en 1941. Fue trasladado a Alemania e internado en dos campos de concentración, el último fue el de Buchenwald, uno de los mayores campos en territorio alemán situado cerca de la ciudad de Weimar. Los descendientes de Antonio, que han realizado un gran trabajo de investigación para seguir sus pasos, tienen en su poder varios documentos que confirman su presencia en este campo nazi. En ellos figura como “preso político español”, ofrecen detalles sobre su descripción física e incluso hacen referencia a una posible dirección familiar en Madrid: calle Alcalá 101. Puede que los alemanes se equivocaran al transcribir la dirección, ya que su hermano residía en la calle Alcalá 181. Los documentos también dicen que era “médico” de profesión, un dato falso que posiblemente se inventó para salvar su vida. No descartamos que dijera que esa era su profesión pues algún conocimiento sanitario debía tener por haberse criado rodeado de médicos y farmacéuticos.

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Ficha de filiación de Antonio Águila Collantes tras su ingreso en el campo de concentración nazi / Imagen cedida por la familia Águila Collantes

En este último campo de concentración, Antonio figura como “desaparecido” y la última fecha asociada a sus documentos de filiación data de febrero de 1945. Aunque en algunos lugares se afirma que falleció en este campo, sus descendientes tienen grandes dudas al respecto. Al parecer, sus familiares en España directos recibieron una carta, supuestamente firmada por él en los años sesenta, en la que decía que estaba enfermo y solicitaba regresar a España. Pocos días después de la recepción de la misiva, la Policía franquista se presentó en la vivienda familiar preguntando por él. Nunca más volvieron a tener noticias de él.

La figura de Antonio Águila Collantes podría merecer, sin lugar a dudas, un extenso artículo en nuestro blog. Como antes hemos dicho en la Guerra Civil tuvo un papel destacado como mayor del Ejército republicano y en algunos periódicos franceses recogen unas declaraciones suyas en las que saca pecho por haber capturado a un general ruso blanco en Francia.