Este noble andaluz forjó alianzas, movió flotas y urdió un complot en el siglo XVII para convertir Andalucía en un principado independiente. ¿Qué ocurrió?

El mapa político de España pudo haber sido muy diferente de salir adelante este complot.
En el siglo XVII, a pesar de que el Imperio español había sido un conglomerado floreciente durante siglos, empieza a presentar grietas bastante profundas que abocan a su desaparición. Pero en este declive del Imperio español hay un capítulo clave en el que el mapa político de España estuvo a punto de cambiar para siempre. Se trata de una conspiración bajo llave, orquestada por uno de los grandes nombres de la nobleza castellana, el IV duque de Medina-Sidonia cuya intención era la secesión de Andalucía del resto de España.
España estaba al borde del colapso
Tenemos que remontarnos a 1641. La situación no era muy halagüeña para la monarquía hispánica. El reinado de Felipe IV se enfrentaba a un abanico muy variopinto de rebeliones simultáneas: por un lado, Cataluña se alzaba en armas, Portugal proclamaba su independencia bajo el duque de Braganza, y Nápoles y Sicilia también mostraban indicios de inestabilidad.
Pero antes de que apareciera en escena Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, duque de Medina-Sidonia, Capitán General del Ejército de Andalucía y primo del Conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, su primo, Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga, marqués de Ayamonte, es quien procede a dar el primer impulso en esta dirección. El primo del duque de Medina-Sidonia le convence de que, aprovechando el debilitamiento del poder central, sería posible forjar un reino andaluz independiente de España, contando con Cádiz como puerto estratégico.
El secreto es revelado
La conjura se tramó en el más estricto de los secretos, sin embargo, los planes no duraron mucho tiempo gracias dos herramientas muy útiles para el rey español. Por un lado, la interceptación de una carta del marqués de Ayamonte y, por otro, los informes de un espía de la Haya que desenmascararon el complot ante Felipe IV. El monarca envió rápidamente a Luis de Haro y Guzmán, protegido del Conde-duque de Olivares, a investigar in situ de qué trataba esta posible traición.
Castigos por la insurrección
Tras admitir todos los detalles de la conjura, en un juicio bastante largo, incluyendo la participación de su primo, el marqués de Ayamonte, pidió perdón y clemencia. Fueron acusados de sedición. El rey mandó ejecutar sin miramientos a Ayamonte en 1648; sin embargo, le perdonó la vida al duque de Medina Sidonia a cambio de incautaciones de tierras y posesiones, multas (una multa simbólica de 200.00 ducados como donativo a la Corona) , destierro a uno de sus dominios andaluces y pérdida de sus cargos.
Su sanción fue más bien simbólica (si lo comparamos con la condena ejemplar a su primo) al perdonarle la vida y ser desterrado a tierras andaluzas. El rey probablemente pensó que la humillación pública sería mayor castigo para él y en vez de condenarle a muerte, lo destinó a cadena perpetua. Posteriormente, en 1642, Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, violó estas restricciones. Por haber quebrantado las normas de su castigo, fue encarcelado en el castillo de Coca en Segovia. Murió a los 62 años.
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