Autobuses de Vigo, por Alfonso Ussia.

«Se trataba de independentistas catalanes, que recibieron en Madrid el elegante saludo de la indiferencia»
«Diez mil personas en Cibeles se reúnen en muchas ocasiones sin necesidad de ser convocadas»

Madrid es una ciudad sabia. Reunión de Historia y Arte, de Política y de Ciencia. Muchos siglos de Corte. Los madrileños y los que no lo son que vivimos en Madrid estamos acostumbrados a las manifestaciones. El sábado, amaneció Madrid con colores y calores del mes de mayo. En el Paseo de La Castellana, centenares de autobuses. Me interesé por la abundancia. –Que juega el Real Madrid contra el Celta y han venido muchos seguidores gallegos desde Vigo–. Caray con los de Vigo. Otro viandante, algo más enterado, me informó con mayor agudeza. – Son autobuses de Barcelona. Vienen a la manifestación del «Procés» o del «Prusás» como dicen ellos–. Indiferencia absoluta.

Creo que los diez mil autobuseros que se manifestaron ayer en Madrid no pueden tener motivos de queja. Nadie intentó arrebatarles sus estrelladas, sus lazos y sus pancartas. Tolerancia de Corte ante el pequeño tumulto de la aldea. En día más frío y menos primaveral, a los autobuseros de Cataluña se les habrían sumado radicales de izquierdas de Madrid o de Buenos Aires, que son más que los madrileños. Pero estaban disfrutando del sol en El Retiro, el parque del Oeste o la Casa de Campo. Y muchos en los jardines que rodean al Palacio Real, un poquito mejor y más vistoso que la Casa Milá de Gaudí, la casa de la familia de Mercedes Milá, que salió tan rara por culpa del padecimiento anímico que procura crecer en tan cariacontecida construcción.

No eran forofos del Celta de Vigo. Se trataba de independentistas catalanes, que recibieron en Madrid el elegante saludo de la indiferencia. Por otra parte, eran muy pocos. Madrid es ciudad acostumbrada a convocatorias más exitosas y multitudinarias. Diez mil personas en Cibeles se reúnen en muchas ocasiones sin necesidad de ser convocadas. Los madrileños y vecinos de Madrid saben que la capitalidad obliga a soportar tostones pancarteros de toda clase. Pero es sencillo sortearlos. En los aledaños de la Plaza Mayor se dio una curiosa reunión. En la plazuela de San Javier. Una mañana coincidieron Don Miguel de Cervantes, don Francisco de Quevedo, don Luis de Góngora, don Félix Lope de la Vega Carpio, y el conde de Villamediana. «Mentidero de Madrid/ decidme, ¿quién mato al conde?». Y por ahí pasaba una fámula de gran belleza que llevaba de la mano a un niño que se llamaba Pedrito Calderón de la Barca. Lo dibujó Antonio Mingote en su «Historia de Madrid». Y el niño preguntó a su «seño», porque todavía no se había puesto de moda lo de la «miss», la «mademoiselle» – la madmua–, o la Frau o la Swebster. – ¿Quiénes son esos que discuten?–. Y ella se lo aclaró. –Nada, un grupo de escritores y poetas que no tienen otra cosa que hacer–. Pues eso es lo que tendrían que intentar comprender los diez mil autobuseros independentistas. Una ciudad que no le concede importancia a un grupo de viandantes formado por Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Cervantes y Villamediana, no puede alterarse al cabo de los siglos por la presencia de Torra, Artadi, Mas y la hermana de Guardiola, y me refiero al del fútbol, no al cantante de «Di papá». Y Velázquez que abandonaba malhumorado el Real Alcázar porque Felipe IV le había dado plantón y en lugar de posar para él, se había desplazado a los montes del Pardo a cazar un ciervo. O Goya, escondiéndose en los amaneceres para no ser sorprendido partiendo del palacio de Buenavista de la duquesa de Alba, a la que amó profundamente. El gran palacio que hoy mantiene con ejemplaridad presupuestaria el Ejército de Tierra.

Madrid, como Sevilla, son ciudades que miden y valoran desde siglos atrás. No se turban porque lleguen centenares de autobuses con aficionados del Celta de Vigo o independentistas catalanes un día de primavera adelantada. Lástima que los independentistas no aprovecharan para visitar El Prado, el Palacio Real, El Botánico, las Descalzas, San Antonio de la Florida, el Museo Naval, el Buen Retiro, la Plaza de la Armería, el Campo del Moro o las Reales Academias.

Lástima que ninguno de los autobuseros les hubiera advertido al llegar a Madrid que todo lo anteriormente citado es también de ellos.

Fuente: La razón. 18/03/2019. Edición digital.