¿CONVIVENCIA?”


HISTORIA

Mejorar la convivencia

MAXIM Litvínov fue comisario del pueblo (ministro) de Asuntos Exteriores del gobierno soviético en la década de 1930. Antes y después de la Revolución comunista de 1917 vivió en Londres, donde conoció a Lenin y donde, años más tarde, contrajo matrimonio con una inglesa. Su familiaridad con la vida europea de la época y sus dotes como diplomático le hacían destacar entre la élite bolchevique y le permitieron rendir muy buenos servicios a su país en ese puesto. Sin embargo, en 1939 fue relevado de su cargo: su origen judío y sus simpatías por los países occidentales frente a Hitler se convirtieron en estorbos cuando Stalin decidió negociar el infame tratado con la Alemania nazi, conocido como el pacto Ribbentrop-Molótov, que dio lugar a la invasión de Polonia y al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Litvínov fue luego embajador de la URSS en EEUU, pero su desengaño con la política de Stalin era ya considerable cuando, siendo aún alto funcionario en la Comisaría de Exteriores en 1945, Averell Harriman, a la sazón embajador de EEUU en Moscú, le preguntó qué podía hacer su país para satisfacer a la URSS. Harriman estaba sin duda pensando en cómo podría evitarse la ya inminente Guerra Fría, pero la respuesta de Litvínov fue tajante: «Nada». Más tarde aclaró a un periodista que hicieran lo que hicieran los norteamericanos en favor de la distensión con la URSS, lo único que conseguirían es «verse confrontados, tras un intervalo más o menos largo, con una nueva serie de exigencias». Esto se debía a que los rusos pensaban que a la corta o a la larga «el conflicto entre comunistas y capitalistas es inevitable». Litvinov murió en 1951 en un accidente automovilístico cerca de su dacha, que muchos pensaron había sido ordenado por Stalin. El propio Viacheslav Molótov, su sucesor en Exteriores, dijo de él que se libró por los pelos de las terribles purgas de los años 1937-40. Lo mandara matar o no, la desarmante sinceridad de Litvínov no podía ser del gusto de Stalin, que llevó al extremo la máxima de su maestro Lenin, autor de la conocida frase: «La mentira puede ser un arma revolucionaria».

Leyendo acerca de la valerosa franqueza de Litvínov frente a estadistas y periodistas occidentales no pude menos que retrotraerme a circunstancias más próximas en el tiempo y en el espacio, recordando y evocando la machacona milonga de nuestro presidente en funciones cuando afirma que sus reiterados y descarados ataques al sistema institucional y legal español a instancias de los partidos separatistas catalanes y vascos tienen como justificación el tratar de lograr «una mejora en la convivencia». Una mejora en la convivencia entre la Rusia comunista y el mundo occidental era el objeto de la pregunta de Harriman a Litvínov, y ya hemos visto la respuesta de éste. Para que la convivencia pueda mejorar es necesario que ambas partes lo quieran. Pero además la frase en boca de Sánchez es alarmante, en primer lugar porque no aclara entre quién trata él de mejorar la convivencia. ¿Será entre él mismo y la tripulación del Falcon presidencial? ¿O con los equipos de servicio de la Moncloa, la Mareta o Doñana? Hay serios indicios de que es así. Pero existen otras posibilidades.

Quizá se trate de mejorar la convivencia entre catalanes. La mitad o más de los catalanes no son separatistas, e incluso muchos de ellos están en contra de la inmersión lingüística en el idioma catalán, medida claramente inconstitucional, y esto crea grandes tensiones en esa autonomía. Sin embargo, no parece probable ni posible que un gobierno trate de mejorar la convivencia de unos catalanes con otros sin consultar más que a una de las partes, es decir, a los separatistas; no se sabe que el Gobierno de Sánchez haya consultado con catalanes tan prominentes como Albert Boadella, Teresa Freixes, Francesc de Carreras, Xavier Pericay o Ana Losada, y asociaciones como Sociedad Civil Catalana, Dolça Catalunya, Impulso Ciudadano, la asociación estudiantil S’ha acabat!, y tantos individuos y agrupaciones respetables que siento no tener espacio para enumerar. No faltan los posibles interlocutores. Lo que le falta al Gobierno en funciones es voluntad de consultarles.

Entonces debe ser la convivencia entre los catalanes separatistas y el resto de los españoles lo que el Gobierno en funciones quiere mejorar. ¿Cómo quiere hacerlo? Muy sencillo. Dando a los separatistas que violaron flagrantemente la Constitución en 2017 un trato de favor, otorgándoles un fuero especial, una amnistía que les hace inmunes a algunas de las leyes que rigen para el resto de los españoles. A esto llaman ellos «desjudicialización», que en román paladino significa «impunidad». Esto vuelve a ser inconstitucional, porque la Constitución española, como la mayoría de las del mundo, dice que los españoles son iguales ante la ley y que no se puede legislar para casos particulares. El Gobierno quiere, por lo tanto, dividir a los españoles en dos categorías: los privilegiados, que son los separatistas que violaron la Constitución y gozan de un fuero legal especial, y los de segunda, los que respetan la Constitución y están sujetos a toda la ley, sin excepciones. El Gobierno en funciones afirma que esta situación anticonstitucional se justifica porque «mejora la convivencia». Quizá esto lo crea Sánchez, pero a los españoles de a pie, y de ambos sexos, les va a resultar muy difícil de aceptar. Y ya que se habla ahora tanto de referéndum de autodeterminación, ¿por qué no someter a referéndum en toda España, que sería perfectamente constitucional y mucho más democrático, la opinión de los ciudadanos acerca de este estatus privilegiado que se quiere otorgar a los separatistas que violaron la Constitución?

Pero, además, el Gobierno en funciones se equivoca gravemente cuando pronostica que el desafuero que quiere cometer es la única manera de mejorar la convivencia entre españoles. La verdad es exactamente la contraria. En primer lugar, porque acaba de perder dos elecciones seguidas, una autonómica y municipal, otra general, en mayo y julio pasados, que no pueden interpretarse sino como un repudio muy general a sus políticas de estos último cinco años y, en concreto, a sus políticas de apaciguamiento a los separatistas. En segundo lugar, porque la historia española reciente y también la historia mundial un poco menos reciente, de Múnich a Crimea, muestran que la política de apaciguamiento es contraproducente. Eso mismo es lo que dijo Litvínov a Harriman y a la prensa americana: las concesiones sólo les conducirán a «verse confrontados, tras un intervalo más o menos largo, con una nueva serie de exigencias». Los comunistas aprovecharían las concesiones, pero ellos nunca reciprocarían con concesiones por su parte, porque creían que «el conflicto entre comunistas y capitalistas es inevitable».

PUES lo mismo ocurre hoy, mutatis mutandis: los separatistas creen que el conflicto entre ellos (que pretenden falsamente representar a toda Cataluña) y el Estado español es inevitable. Por tanto, presionarán y pondrán todos los medios (que gracias a la política sanchista de intransigencia y guerracivilismo son muy poderosos, aunque serían totalmente inoperantes sin la obcecación y el egoísmo del presidente en funciones) para obtener este estatus especial, sin ceder nada a cambio ni renunciar a su fin último: la desmembración de España.

En interés de la convivencia en nuestro país es inútil conceder nada a los separatistas, porque ellos a nada van a renunciar, como muestra la experiencia del último medio siglo. Cuanto más han logrado a costa de España, más exigentes e intransigentes se han vuelto. Jordi Pujol, que está en el origen del embrollo en que hoy nos encontramos, se hizo pasar por un simple autonomista que había sido encarcelado por Franco; con ello logró ya enormes concesiones en la redacción de la Constitución y las leyes electorales. Y también consiguió que se le tratara como a un privilegiado cuando se descubrió el laberinto de estafas e irregularidades de todo tipo que había cometido en el tenebroso asunto de Banca Catalana. Pero él a nadie agradeció el trato de favor que le otorgaron el gobierno y la justicia españoles. Al contrario. Empezó entonces a lanzar el bulo desvergonzado del Espanya ens roba, mientras los que robaban a manos llenas eran él mismo y sus adláteres. ¿Con estos mimbres pujolescos y los de sus dignos sucesores espera Sánchez mejorar la convivencia? Necesitaríamos otro Litvínov que le dijera con aquella sinceridad que probablemente le costó la vida. «¿Qué hay que hacer para mejorar la convivencia en España y en Cataluña? Nada». Y, en todo caso, nada de lo que propone Sánchez.

Gabriel Tortella es coautor de ‘Cataluña en España. Historia y mito’ (Gadir, 2017) y prepara un ensayo sobre ‘Las grandes revoluciones de nuestro tiempo’

GABRIEL TORTELLA

TRIBUNA

Es inútil conceder nada a los separatistas en interés de la convivencia porque ellos no piensan renunciar a nada. Cuanto más han logrado a costa de España, más exigentes e intransigentes se han vuelto.

EL MUNDO, 18 de octubre de 2023