El pelotón spengleriano Ignacio Camacho

Vector illustration of small platoon's great reconnaissance mission. Three armed soldiers go on enemy territory. They are look around and very careful.

 

 

El repliegue americano obliga a Europa a recordar que el destino de la civilización depende de un batallón de soldados

LOS amigos de David Gistau llevamos cinco años preguntándonos cómo sería su mirada sobre los acontecimientos contemporáneos. Y he aquí que la actualidad de la guerra y la paz en Ucrania ha rescatado uno de los conceptos que más le gustaban, el del «pelotón spengleriano». Ya saben, aquella frase de Spengler de que la civilización la acaba salvando siempre un pelotón de soldados. (Se suele olvidar que la frase original tenía estrambote: con un oficial al mando). Ése es el debate sobre la defensa de una Europa acostumbrada a confiar su seguridad a los americanos y obligada a partir de ahora, por lo que parece, a hacerse cargo de su propio blindaje armado. La «potencia herbívora», como la llamó Borrell, tiene que cambiar de régimen alimentario.

Eso implica buscar un nuevo consenso, bastante más complejo que el de la transición verde porque supone arrostrar riesgos ciertos que rechazan muchos ciudadanos europeos. Está muy bien apoyar a Zelenski de boquilla, recibirlo con honores, otorgarle premios y mandarle excedentes de armamento –España le envió al principio raciones de campaña y calcetines gruesos para que los combatientes afronten la crudeza del invierno–, pero cuando la solidaridad exigía un compromiso más expuesto hemos echado el freno. Ningún gobernante ha preguntado a su opinión pública –porque todos conocen la respuesta– sobre la posibilidad de poner muertos para defender los derechos de un país extranjero.

Y hay motivos para dudar incluso de la voluntad de proteger el territorio propio con las armas. De hecho en eso consiste la cuestión que Estados Unidos plantea con su anuncio de retirada. El problema ya no es Ucrania, que va a ser sacrificada ‘velis nolis’ con algunos pucheros de circunstancias y protestas por la pragmática inclemencia trumpiana. Se trata de saber hasta qué punto entendemos que hay momentos en que el progreso y la libertad están bajo amenazas contra las cuales es menester dar la cara. La discusión política es engañosa porque se basa en las necesidades presupuestarias, cuando en realidad la interrogante no es sobre dedicar más o menos dinero a dotación militar sino sobre la determinación de usarla si la situación lo demanda.

Dicho de otro modo, el asunto de fondo afecta a la capacidad de renuncia y de sacrificio de unas sociedades refractarias al esfuerzo moral y al peligro físico, donde abundan espíritus biempensantes partidarios hasta de negociar con el terrorismo. Subcontratar el pelotón de Spengler ya no es una opción, y no resulta fácil ni agradable sustituirlo por otro constituido por nuestros hijos. Aquella metáfora de Kagan sobre Marte y Venus (América y Europa) vuelve a sobrevolar el destino colectivo. Y asumir un retroceso al orden áspero, violento, del pasado siglo cuesta tanto como aceptar que el curso de la Historia no ha seguido el rumbo de optimismo panglossiano que creíamos haber merecido.

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