Infiltrados con el EZAPAC, la fuerza de élite del Ejército del Aire: “Sólo merece vivir quien por un noble ideal esté dispuesto a morir”

Radicado en la base militar de Alcantarilla, el Escuadrón de Zapadores Paracaidistas, la fuerza de operaciones especiales del EAE, invita EL ESPAÑOL | Porfolio a conocer sus ejercicios militares y operativos en el frente.

 

El Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC) está compuesto por unos 220 soldados cuyo centro de operaciones está en la base aérea de Alcantarilla, en Murcia.

 

El cuarto creciente brilla como un foco a medio gas rodeado de temblores plateados. Son las 4:30 de la madrugada. Los plomizos 39 grados de la tarde anterior son ahora una agradable brisa estival. La pick-up blanca de Pizarro, capitán del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC), cruza a toda velocidad la verja coronada por concertinas de la base aérea de Alcantarilla, en Murcia. Adentro, en un pabellón al aire libre, decenas de soldados, suboficiales y oficiales equipan sus mochilas cargadas de paracaídas, revisan sus altímetros y máscaras de oxígeno, ajustan sus chalecos portaplacas, comprueban los cargadores de sus G36, aprietan los broches de sus brújulas de muñeca y, en los enganches de sus cascos de protección balística, las gafas de visión nocturna que les permitirán desplazarse por el terreno a estas horas intempestivas que seducen a los supervivientes de la medianoche con su embrujo de peligros y resplandores.

Sólo merece vivir quien por un noble ideal esté dispuesto a morir“. El lema del escuadrón, bordado en tela en los parches y banderas de la unidad, resuena como un mantra en los corazones de sus militares. Se ponen en pie, pertrechados con sus bultos de más de treinta kilos. A lo lejos, rompen el silencio las hélices de un T-21, el Airbus C-295 que los pilotos del Ala 35 del Ejército del Aire y del Espacio, aliados indisociables del EZAPAC, vuelan con una destreza insólita. La cáfila armada pone rumbo a toda prisa a la pista de despegue, donde el leviatán del aire, con sus compuertas abiertas de par en par, desvela, seductora, sus metálicas entrañas.

“¡Preparados!”, grita el comandante, y todos los hombres y la única mujer de la escuadrilla, teniente y JTAC del equipo, firmes, se colocan las máscaras de oxígeno. Nada más subir a bordo, deben conectarlas a unas consolas que distribuyen el gas a sus respiradores a través de unos tubos negros, porque la aeronave está despresurizada y cuando llegue a los 4 kilómetros de altura, unos 13.000 pies, esa será la única forma de respirar sin sufrir barotraumas ni desmayos. Una vez arriba, las bombonas tienen capacidad para permitir la respiración de los tripulantes durante casi diez horas. No necesitarán tanto.

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