Islas del Guadalquivir

Si lo hicieron Isabel y Fernando en el siglo XV, no entiendo el motivo de la inacción de Europa en el siglo XXI

El Ministerio de Sanidad no tiene dinero para financiar a los enfermos de ELA. Es lógico. El dinero público se derrocha en chorradas.

Hay dinero para establecer «talleres de masturbación», pero no para aliviar a los que sufren una enfermedad tan brutal como irremediable. Hay dinero para Almodóvar, Casanova y los Bardem. Hay dinero para los que llegan a centenares todos los días a nuestras costas. Hay dinero para alojarlos, vestirlos y trasladarlos en avión a hoteles de la península, pero no para equiparar los sueldos de los guardias civiles y policías nacionales con las nóminas de los policías autonómicos. No hemos llegado –todavía– a la situación de Francia, el Reino Unido o Suecia, pero el porcentaje de inmigrantes musulmanes ilegales en España es ya inasumible. Las devoluciones «en caliente», como se les llama ahora a la repatriaciones inmediatas, están muy mal vistas por las izquierdas histéricas y analfabetas. En España hay sociedades con barcos en propiedad que practican el tráfico de esclavos. Pero no son esclavos. Son soldados del Islam. Fuertes, bien alimentados, agresivos y exigentes desde que pisan territorio español. No llegan ni a Gibraltar ni a Portugal. Lo hacen a las playas españolas del Mediterráneo y las islas Canarias.
El canciller alemán Scholz se ha dado cuenta de la política suicida de Europa. La señora Meloni en Italia lleva tiempo actuando contra la invasión, y le dicen «fascista». Scholz lo ha reconocido al fin: «Tenemos que deportar a gran escala». Con los medios que cuentan hoy en día las poderosas naciones europeas, la inacción recomendada por la Agenda 2030 y obedecida por la estúpida y demagógica izquierda socialista y comunista, Europa no se atreve a llevar a cabo lo que tardíamente ha recomendado Scholz. En el siglo XXI no se atreven a culminar lo que lograron los Reyes Católicos en el siglo XV. Con sus limitadísimos medios devolvieron a África a los descendientes de los que nos invadieron en el siglo VIII. Algunos quedaron, claro está, pero sin riesgo para la civilización cristiana. Esto no es racismo. Esto es una cuestión de mapas. Usted en su mapa y yo en el mío. En España, la tranquilidad se explica con un refrán: «No hay moros en la costa». El gran poeta y ganadero de Morón de la Frontera, el poeta de las Marismas, Fernando Villalón, lo dejó escrito en una soleá:
¡Islas del Guadalquivir!
¡Donde se fueron los moros
Que no se quisieron ir!
A España llegan todos los días batallones de soldados del Islam en cayucos. Muchos cumplen la travesía en barcos de negreros, y cuando se acercan a nuestras costas, embarcan en los cayucos que llevan a remolque y los abandonan en la cercanía de nuestras costas. Aquellas imágenes dolorosas de las mujeres y niños arribando a las costas españolas, son imágenes de la memoria. Ahora llegan soldados, hombres fuertes y jóvenes, a cumplir con Alá y Mahoma, su profeta. España e Italia son los puntos de encuentro del islamismo inmigrante y la civilización europea. Italia ha reaccionado, pero en España la permisividad y la colaboración con los negreros es absoluta. La Guardia Civil y la Policía Nacional ven menguadas sus presencias cada día. Terminarán por ser desarmados sus agentes por orden del ministro o del Gobierno, que es lo mismo. De nuevo, la manifestación, el reconocimiento del error del canciller Scholz: «Finalmente tenemos que deportar a gran escala».
Si lo hicieron Isabel y Fernando en el XV, no entiendo el motivo de la inacción de Europa en el siglo XXI.