JUAN DE OÑATE, EXPLORADOR DE LAS GRANDES LLANURAS EN ESTADOS UNIDOS
El interés de la Corona al norte de Nueva España había decaído después de la expedición de Vázquez de Coronado (1540-1542). Algunos lo intentaron, como Sánchez El Chamuscado y el fraile Agustín Rodríguez (1581), el portugués Gaspar Castaño de Sosa (1590) y Francisco Leyva de Bonilla y Antonio Gutiérrez de Humaña (1594) sin obtener el éxito que pretendían. Por ello, el rey Felipe II decidió nombrar a una persona preparada y con medios económicos para explorar dicho territorio.

Primeros años
El elegido por el monarca para explorar esa zona fue Juan de Oñate y Salazar, nacido el año 1550 en Pánuco, Zacatecas, hijo de Cristóbal Oñate –descubridor de las minas de Zacatecas– y de Catalina Salazar, descendiente de un tesorero real en Nueva España y sucesor de combatientes en las Navas de Tolosa (1212). Por su matrimonio con Isabel Tolosa Cortés Moctezuma, el criollo Oñate estaba ligado, por un lado, a Hernán Cortés, abuelo de Isabel; y por otro, al soberano azteca Moctezuma, del que ella era biznieta.
Con catorce años luchó contra los indios chichimecas en Nueva España e intervino en la explotación de minas de plata en Charcas y San Luis Potosí, en línea con la dedicación paterna, lo cual, junto con la milicia, forjó el interés del explorador.
Preparativos de la expedición
El permiso para explorar y evangelizar Nuevo México y Texas fue concedido a Oñate por el Rey en 1595, y esa responsabilidad caía sobre una persona adinerada, prestigiosa y con una larga trayectoria militar. Pese a todo, no le fue fácil cumplir lo encomendado, ya que desde el principio los funcionarios le pusieron innumerables trabas en su camino a la gloria, toda vez que disponía de dinero y títulos: los de adelantado, gobernador y capitán general.
El contrato de su misión en la actual Norteamérica incluía el reclutamiento de personal, que ascendía a 200 hombres con sus familias, más franciscanos, indios y negros, así como siete mil cabezas de ganado vacuno, ovino y caballar; aparte de víveres, armas y municiones. A la vez, se le concedía el derecho a otorgar encomiendas a los nuevos pobladores que le acompañaran, quienes tendrían el título de hidalgos.
Uno de los motivos del retraso de la expedición del adelantado fue el cambio de virrey en Nuevo México, por cuanto su mentor, Luis de Velasco, fue destinado al virreinato de Perú y sustituido por Gaspar de Zúñiga Acevedo, quien tenía otro favorito y no admitía la relación directa de aquel con el soberano español. El asunto llegó a ser grotesco porque, aun cuando disponía de la orden expresa de Felipe II, el nuevo virrey se encargó de dilatar los trámites y la salida de la expedición.
El personal, ganado, víveres, equipos y un gran etcétera estaban preparados en Chihuahua, todo a costa del explorador y pendientes de la orden de marcha. Así y todo, Gaspar de Zúñiga ordenó una inspección minuciosa y torcida para impedir la salida. El criollo se exasperaba por la situación, y más todavía cuando algunos hombres abandonaron la empresa y tuvo que alistar a otros.
Llegada al Paso del Norte
Por fin, el 15 de enero de 1598, con más de dos años de retraso, la expedición inició la marcha desde las minas de Santa Bárbara (estado de Chihuahua) hacia el septentrión con la ilusión de ocupar las Grandes Llanuras norteamericanas. Las 83 carretas y las unidades militares avanzaban en fila ocupando más de una milla de longitud. Todo un espectáculo. En el viaje marchaban dos sobrinos de Oñate, los hermanos Juan y Vicente Zaldívar, y Gaspar Pérez de Villagrá, cronista de ese viaje y autor del poema épico Historia de la Nueva México (1610).
El itinerario fue distinto al de otras expediciones que le precedieron puesto que eligieron uno directo a río Grande y el Paso del Norte, que ahora linda con las ciudades de Ciudad Juárez y El Paso, situadas a ambos lados de la frontera de México y Estados Unidos, respectivamente. La prolongación de esa ruta con rumbo norte conducía a Santa Fe y otros enclaves, y sería el futuro Camino Real de Tierra Adentro, columna vertebral de la comunicación entre Ciudad de México, capital de Nueva España, y los asentamientos centrales de Estados Unidos.
Tras cruzar el tórrido desierto de Chihuahua, y cuando corría el 30 de abril de 1598, ocuparon la ribera norte del río, paraje denominado «La Toma» porque allí tomaron posesión del lugar en nombre del Rey de España y se celebró el Día de Acción de Gracias.

Fundación de ciudades
Avanzaron hacia el norte y penetraron en Nuevo México. Tras la «Jornada del Muerto»; o sea, 160 km sin una gota de agua, en junio llegaron al poblado de Socorro, nombrado así por el maíz que les proporcionaron los indígenas. En dicho lugar encontraron a dos aztecas, convertidos al cristianismo por el explorador Gaspar de Zúñiga, que hicieron de intérpretes durante el trayecto. Los expedicionarios pasaron por Guipi, que llamaron Santo Domingo Pueblo, al sur de Santa Fe, en donde entablaron acuerdos con los indios pueblo en julio de 1598. Por indicación de estos, se establecieron en la encrucijada de los ríos Grande y Chama, el caserío San Juan de los Caballeros (antes San Juan Pueblo).
Eso ocurrió en agosto y fue el primer poblado español en Nuevo México y la primera fundación europea en las Grandes Llanuras. Transcurridos unos días, se comenzaron a construir acequias para canalizar el abastecimiento de agua y la iglesia de San Francisco con su correspondiente misión. El 9 de septiembre se consagró la iglesia y muchos nativos hopi y zuñi se declararon súbditos de la Corona española. Después levantaron otro asentamiento próximo designado como San Gabriel, que sería capital de esa región hasta que en 1610 el gobernador Pérez de Peralta fundó Santa Fe.
Acoma
Juan de Oñate quiso reconocer el entorno y con ese propósito despachó varios destacamentos. Uno de ellos, al mando de Juan Zaldívar, siguió rumbo al poniente y llegó al poblado de Acoma, en donde una pequeña comisión fue recibida de modo pacífico por los indios pueblo y, a la vez, prometieron entregar víveres al día siguiente. El paraje del caserío era idílico, en lo alto de una mesa orográfica con altos escarpados en sus bordes, solo accesible por estrechos y encajonados caminos de tierra.
En ese bello lugar de Nuevo México, el día acordado se arrimaron Juan Zaldívar y 14 soldados a Acoma y observaron que las calles estaban desiertas. De súbito, feroces hordas de indios atacaron y mataron a los españoles sin piedad, incluido al propio jefe del destacamento. Solo pudieron evadirse cinco soldados, acorralados contra los escarpes del montículo que tenían no menos de un centenar de metros. Un soldado se tiró al vacío y murió estrellado contra las rocas; los otros cuatro, de forma increíble, cayeron encima de bancos de arena y se salvaron.
Al enterarse Oñate de lo acaecido, quiso dar un escarmiento para evitar que el hecho se repitiera y pensó hacerlo personalmente, mas los religiosos le persuadieron de que no fuera. Se encargó el hermano del jefe caído, Vicente Zaldívar. Unos setenta hombres se apostaron frente al pueblo de Acoma y solicitaron por tres veces la entrega de los autores de la muerte del jefe anterior, pero no lo aceptaron. Antes bien, al acercarse, recibieron lluvias de flechas, lanzas y piedras de indios pueblo y navajos que caían sobre sus cuerpos protegidos. Intentaron ascender el cerro por el lugar más intrincado, las paredes verticales de la muralla natural.
Algunos soldados lograron introducirse por una grieta de las rocas y ascender despacio; y otros saltaron al lado opuesto de un precipicio para agarrar el tronco de un árbol y tender una pasarela. Lo lograron y permitieron el acceso a varios compañeros. Al final, al cabo de cuatro días de lucha, entre el 21 y el 24 de enero de 1599, el éxito de los españoles fue rotundo.
Muchos indios murieron en el combate y el poblado fue destruido. Unos 500 prisioneros fueron llevados al campamento de Oñate y la sentencia fue severa, aunque a todos les conmutaron la pena de muerte: los jóvenes fueron condenados a trabajos durante 25 años y los llevaron a San Juan de los Caballeros, y los ancianos, mutilados; en tanto que los 60 niños menores de 12 años fueron trasladados a la capital de México para que recibieran una educación cristiana. Por esas acciones, Oñate fue duramente acusado años después.
Expedición al Pacífico
Prosiguieron los reconocimientos del territorio y el propio explorador estuvo varios meses cabalgando por Oklahoma y Kansas (la mítica Quivira del viaje de Coronado, hoy Lindsborg), Nebraska y Misuri, en donde localizaron las manadas de cíbolos (búfalos). Cuando regresó a San Gabriel, se encontró con la sorpresa de que una parte sustancial de los expedicionarios había vuelto a la seguridad de su lugar primigenio. La falta de riquezas y las penurias cotidianas no respondían a las expectativas iniciales. Así y todo, Oñate no se intimidó; todo lo contrario, despachó una comisión a Nueva España para conseguir personal y él mismo emprendió otra expedición al Pacífico en busca de perlas o riquezas para satisfacer las ansias de su hueste. Atravesó el estado de Arizona y siguió el río Colorado hasta la desembocadura en el Mar de Cortés en enero de 1605.
Ya en ese lugar, él descubrió un puerto marítimo que le podría servir para comunicar el interior continental con el océano Pacífico. Antes de volver a San Gabriel, Oñate pasó por El Morro, al oeste del estado de Nuevo México, y escribió en una roca: «Pasó por aquí el Adelantado don Juan de Oñate al descubrimiento de la Mar del Sur. A 16 de abril de 1605». Volvió a San Gabriel y muchos españoles esperaban buenas noticias, quizá el hallazgo de algún yacimiento de plata; sin embargo, solo llevaba grandes dosis de experiencias personales y de lucha, en su caso, con los nativos.

Al año siguiente, Oñate fue llamado a la capital mexicana para declarar por las acusaciones de sus subordinados, de modo que renunció a las expediciones previstas. Pese a ello, se mantuvo en Nuevo México para construir el poblado de Santa Fe, aunque oficialmente no se celebró hasta 1610, con el nuevo gobernador. No obstante, aquel trazó el Camino Real de Tierra Adentro que conectaba dicha capital con Santa Fe y discurría a lo largo de 2.500 kilómetros, el más largo de Norteamérica durante muchos siglos.
Condena y redención a Oñate
El explorador estaba preocupado por la denuncia de varios soldados contra él por la gestión de la expedición y otras acciones. Un total de 29 cargos se le imputaban y una amenaza del virrey, de manera que prefirió dimitir de sus funciones e ir personalmente a la metrópoli de México para informarse de lo sucedido y defenderse de las infamias. Y en ese traslado precisamente murió su hijo Cristóbal con 22 años a causa de un ataque de los apaches.
Al adelantado se le acusó de crueldad con los indios y de haber empleado una dureza excesiva en la represalia de Acoma, entre otros cargos. El resultado de todo se conoció en 1613, con la condena a Oñate al destierro a perpetuidad de Nuevo México y cuatro años de la sede del gobierno en Nueva España. Al mismo tiempo, se le condenó a pagar 6.000 pesos y se le desposeyó de todos los títulos y nombramientos.
Oñate, con el espíritu de lucha que siempre le caracterizó, continuó la lucha en un frente que nunca hubiera deseado. Desde Madrid trató de recuperar el dinero perdido en la empresa de las Indias con actividades mineras; y para eso apeló al rey Felipe IV y al Consejo de Indias. Al principio ganó la batalla de los 6.000 pesos de la multa pagada y, a continuación, le absolvieron de todos los cargos imputados. Recuperó los títulos y honores que antes poseía, y fue nombrado en 1625 Caballero de la Orden de Santiago e Inspector de la Reales Minas de España. Falleció el 3 de junio de 1626 en Guadalcanal (Sevilla) como consecuencia de la caída del techo en una mina.
Conclusiones
Juan de Oñate, descendiente de conquistadores y dotado de un buen patrimonio, organizó una gran expedición al norte de Nueva España. No encontró riquezas ni yacimientos minerales, pero descubrió un amplio territorio en las Grandes Llanuras; fundó San Juan de los Caballeros, primera ciudad en ese territorio; San Gabriel –primera capital del entorno–, y Santa Fe, nueva capital diez años más tarde; implantó nuevos cultivos en tierras norteamericanas e introdujo el ganado vacuno, ovino y caballar. Oñate dejó su sello personal en una inscripción que se conserva en El Morro (hoy Monumento Nacional), y el reconocimiento de su labor podemos verlo en la escultura ecuestre erigida en El Paso, Texas.
La huella de la presencia española en el interior estadounidense ha sido grande, máxime en Nuevo México, la «Nueva España del Norte», una de las provincias más españolizadas de Estados Unidos. Por sus tierras cruzaba el Camino Real de Tierra Adentro, puerta de entrada de víveres, cultivos, ganados, la cultura hispana y costumbres que todavía perduran; y ese Camino llegaba hasta Santa Fe, capital del estado de Nuevo México y también la segunda ciudad más antigua del país, seguida de San Agustín, en la Florida. A mayor abundamiento, Santa Fe es igualmente la primera capital estatal del mismo territorio.
Jose Garrido Palacios
Teniente coronel del ET (R). Doctor en Filosofía y Letras.
Asociación de Escritores Militares de España