No suelo seguir el Festival de Eurovisión, pero con tanto revuelo por nuestra canción me lancé a verla en YouTube. Lo dejo en vergüenza ajena. Ya recelaba antes cuando el ministro de Cultura afirmó que «es rompedora, es fresca, es nueva» y que nos representaría «estupendamente». Gran profeta. Entiendo que veía reflejada a la España actual, como la parodia del Festival que hizo aquel Chikilicuatre, el que nos representó en 2008, en tiempos zapateriles. Ahora ha ido en serio.
Otro ministro admitió, a propósito de la canción, que «la cultura normalmente tiene otro léxico, otro vocabulario». Algo es algo. Pero eso lo dijo el de Interior, no el de Cultura y en él me centro, porque al tiempo que se identifica con esa zafiedad festivalera, desahucia a la tauromaquia del mundo de la cultura, de su cultura. Ve en los toros tortura (sic) animal y, ejerciendo de CIS, asegura que la mayoría piensa como él, aunque visto su tino eurovisivo intuyo que el olfato demoscópico lo tiene algo taponado.
No soy aficionado a los toros, me aburren, pero si me explican pacientemente qué sucede en el ruedo y por qué, el grado de interés crece y capto que es algo con mucha miga, pero a la afición no llego. No me gustarán los toros, pero sí la libertad y, además, nuestras tradiciones, nuestras señas de identidad como país, algo que no captan aquellos que identique fican gobernar con prohibir, o instruirnos en cómo divertirnos o qué comer o se empeñan, con odio, en deconstruir España, para hacer del nuestro un país tan apasionante como pueda serlo Luxemburgo.
Pero no quiero liarme así que le recuerdo algunas ideas al ministro -ojo- de Cultura. Podría apelar a Picasso, Lorca, Unamuno, Ortega y Gasset, Goya y más conspicuos fascistas que han ensalzado a la tauromaquia. En su lugar, por deformación profesional, apelo a la jurisprudencia. Porque, pese a que le indigne al ministro, ojo, de Cultura, tanto el Tribunal Constitucional como el Tribunal Supremo han reiterado -por si no lo sabe eso es jurisprudencia- que la tauromaquia es cultura. Para un ministro, insisto, de Cultura, eso debería significar algo, aunque sea para limitar sus rayaduras mentales, personales e ideológicas.
Por ejemplo, en 2016 el Tribunal Constitucional anuló la ley catalana antitaurina, la que prohibía los toros en Cataluña. Declaró que la tauromaquia tiene presencia en la realidad social española y que como manifestación cultural tiene amparo constitucional; considera los toros como «fenómeno histórico, cultural, social, artístico, económico y empresarial» e integrante del «patrimonio cultural inmaterial». Seguro que conoce esa sentencia, es la 177/2016, porque promovió un manifiesto contra ella en la que se calificó a la tauromaquia como «actividad injusta, sádica y despreciable».
Y el Tribunal Supremo así lo ha declarado también. Le facilito el dato por si desea comprobarlo. Me refiero a las sentencias de 21 de febrero y de 7 de marzo, las dos de 2019. En ellas se declaró la ilicitud de las consultas populares promovidas por algunos ayuntamientos que no tenían cosa mejor que hacer que preguntar a sus vecinos si les parecía bien el ayuntamiento organizase festejos taurinos. Uno no sorprendía, San Sebastián; otro sí, el madrileño de Ciempozuelos. Pues bien, lo que se planteaba era si el mero hecho de organizar esas consultas contravenía el deber de fomento y protección de la tauromaquia como manifestación que es del patrimonio cultural, legalmente protegido. Y en ambas sentencias el Tribunal Supremo responde que la duda municipal delataba un profundo desconocimiento de que la tauromaquia es patrimonio cultural inmaterial y que debe protegerse por mandato legal y constitucional, luego esas consultas son un obstáculo.
Y acabo con otra más, la sentencia de 4 de febrero de 2023. Esta vez lo que se enjuiciaba era la regulación del llamado «bono cultural», ese invento dirigido a los jóvenes para pagarles sus inquietudes culturales. Pues tras relacionar qué actividades financia y cuáles no, entre las excluidas estaban, vaya, los espectáculos taurinos. No negaba a las claras su relevancia cultural y amparaba su ninguneo alegando que ya se fomentan por otros medios. La sentencia lo rechaza y repasa todo el entramado jurídico cultural de los toros.
Comprendo que quienes arrastran un lastre ideológico como el del ministro, ojo, de Cultura, son incapaces de digerir lo que declaran los tribunales y a diario lo demuestran; pero apelo al muy rico vocabulario taurino, habitual en nuestro lenguaje, y entiendo que el ministro, ojo, de Cultura, ha pinchado en hueso. Para evitar la pitada y que le lluevan más almohadillas, le aconsejo leer la exposición de motivos de la Ley de 12 de noviembre de 2013, la que regula la Tauromaquia como patrimonio cultural y quizás entienda por qué lo es, por qué es cultura y, en fin, capte que él es ministro, ojo, de Cultura.
Fuente
https://lectura.kioskoymas.com/la-razon/20240521/281638195316639/textview