El jueves 21 de noviembre de 2024 el presidente ruso, Vladimir Putin, realizó un nuevo mensaje especial a sus ciudadanos y al personal militar del país en el que anunció el empleo de un novedoso misil balístico de alcance medio contra una instalación industrial del sector de defensa ucraniana ubicada en el oblast de Dniepropetrovsk, que recibió el impacto de al menos seis ojivas hipersónicas armadas con explosivos convencionales. Nada nuevo en esta guerra, si no fuera por el supuesto tipo de misil enunciado en esa declaración. Sin embargo, es un detalle significativo porque su uso sería una consecuencia del abandono en 2019 por parte de los Estados Unidos del Tratado de Misiles de Corto y Medio Alcance (tratado INF) de 8 de diciembre de 1987, que prohibió por primera vez toda una categoría de armamentos nucleares (misiles con base en tierra con alcances entre 500 y 5500 kilómetros) en los arsenales de las dos grandes potencias -véanse las entradas SE CONSUMA EL ABANDONO DEL TRATADO INF, de febrero de 2019, y “THE GAME IS OVER”: EL FIN DEL TRATADO INF de agosto de 2019 -. También de la ruptura de la moratoria unilateral anunciada por el mismo presidente ruso en septiembre de 2019 sobre no desplegar este tipo de misiles en Europa a pesar de la caducidad del tratado, si los Estados Unidos hacían lo mismo. Como sabemos, esto no se cumplió con el despliegue de sendos lanzadores MK-41 del sistema de defensa antimisiles balísticos americano (BMD) primero en Rumanía y más recientemente en Polonia. ¿Por qué despiertan tanto recelo estos sistemas en el Kremlin? Pues, precisamente porque ponen en peligro la disuasión o, dicho en otras palabras, la capacidad de responder a un ataque nuclear en caso de conflicto, circunstancia que, llevada al extremo, incentivaría a un agresor a ejecutar un primer ataque de descabezamiento. Pero, además, Putin mencionó ojivas hipersónicas, es decir, altísimas velocidades que impiden la efectividad de cualquier tipo de armamento antiaéreo existente en la actualidad, es decir, estaba diciendo que, a pesar de toda la ayuda militar de Occidente, Ucrania está indefensa ante la superioridad de las armas estratégicas rusas (recordemos el discurso de Putin a la Asamblea Federal el 1 de marzo de 2018 anotado en la entrada EL PODER DOMINADOR DE LAS ARMAS NUCLEARES Y LA AMENAZA DE LA GUERRA, de marzo de 2018). Entonces, si Ucrania está indefensa, ¿Qué sentido tiene la resistencia? Solo la muerte de más militares y civiles y el aumento de la destrucción del país, lo que en Occidente se da por descontado (tesis de la guerra por delegación). Pero, este por si mismo no es un argumento decisivo cuando los dirigentes rusos saben que han recuperado la iniciativa estratégica en la guerra en Ucrania y, además, creen que no se la van a arrebatar de nuevo de las manos, salvo que… los países de la OTAN se impliquen directamente en la guerra. En este enfoque puede ser decisivo (piensan en Moscú) el próximo cambio de gobierno en los Estados Unidos, con un presidente experimentado (es su segundo mandato no consecutivo) que llega con tres ideas fundamentales: primera, que los militares mienten a los políticos; segunda, que el complejo militar-industrial está ganando dinero a manos llenas con esta guerra a costa del contribuyente americano; y tercera, y más importante, que ninguna otra, que el presupuesto de defensa es insostenible porque llevará al país a la ruina (Trump o alguien de su entorno han leído Auge y caída de las grandes potencias de Paul Kennedy). Se abre entonces, un escenario que puede plantear una negociación donde una gran potencia nuclear negociará con la otra sobre el futuro de un territorio determinado (en este caso Ucrania), lo que ha sido y continuará siendo una constante de la historia de las relaciones internacionales. Por tanto, el misil empleado (ya sea de nueva producción y un arma en servicio) así como la velocidad de sus ojivas no son significativos, lo es el mensaje estratégico que ha lanzado el Kremlin. Como en todas las ocasiones anteriores primero hacen una declaración y luego emplean los medios. ¿Cuál es la declaración? Nada menos que la anunciada actualización de la doctrina de empleo de armas nucleares que estaba vigente desde el 2 de junio de 2020, aunque sin introducir cambios sustanciales que permitan afirmar que Rusia ha cambiado su política nuclear: sigue sin adherirse a una política de no primer uso (NFU), las armas nucleares continúan siendo la garantía de la seguridad del Estado y serán empleadas contra cualquiera que intente un curso de acción similar al que llevó a cabo en 1941 la Alemania de Hitler contra la Unión Soviética. Son los mismos fundamentos que sostienen la doctrina de suficiencia estratégica de Francia, la cuarta potencia nuclear del mundo, al menos por número de ojivas en su arsenal. Según el decreto presidencial Nº 991, de 19 de noviembre de 2024, se podrá activar una respuesta nuclear cuando se produzca una agresión por parte de un Estado no nuclear con el apoyo de un Estado nuclear considerado como un ataque combinado; una agresión de este tipo por parte de cualquier país que forme parte de un bloque militar (léase la OTAN) se considerará como agresión de todo el bloque, que en consecuencia sufrirá las consecuencias colectivamente; se apela a una respuesta nuclear como reacción al uso de armas de destrucción masiva contra Rusia o sus aliados; y cuando exista una amenaza crítica a su soberanía e integridad territorial o a la de Bielorrusia. Por tanto, estos cambios están estrechamente relacionados con el desarrollo del conflicto actual y la necesidad (a ojos del Kremlin) de fortalecer la disuasión nuclear frente a los intentos de Occidente de entrar en Ucrania. Rápidamente el aparato de propaganda ruso comenzó a desarrollar las ideas expuestas por el presidente Putin. El mismo 19 de noviembre el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, afirmó que “el uso de misiles no nucleares occidentales por parte de las Fuerzas Armadas de Ucrania contra Rusia según la nueva doctrina puede conducir a una respuesta nuclear”. Por su parte, el vicesecretario del Consejo de Seguridad ruso, expresidente ruso y reconocido hooligan en Telegram y X (Twitter), Dimitri Medvedev (en la imagen), declaró que “el uso de misiles de la OTAN de esta manera ahora puede calificarse como un ataque de los países del bloque contra la Federación Rusa. En este caso, surge el derecho a tomar represalias con armas de destrucción masiva contra Kiev y las principales instalaciones de la OTAN, estén donde estén. Y esto ya es la Tercera Guerra Mundial”. Puede gritarlo, pero no decirlo más claro. En esta declaración hay una doble amenaza: por un lado directa contra el gobierno de Kiev (“ríndanse, están indefensos”) y también contra Occidente (“en caso de confrontación directa el mundo tal como lo conocemos dejará de existir”). ¿Cuál es el contexto que ha provocado esta nueva amenaza nuclear del Kremlin contra Occidente? El 15 de noviembre de 2024 el presidente Putin mantuvo una conversación telefónica con el canciller alemán, Olaf Scholz, donde una vez más afirmó que Rusia está lista para negociar, pero solo sobre la base de sus propios intereses, no de los de Ucrania o los de Occidente. Esto, en el realismo político, se llama una política exterior racional. Por tanto, esa conversación solo sirvió para concretar las exigencias de cada una de las partes de cara a una futura negociación. Dos días después, el 17 de noviembre de 2024, las Fuerzas Armadas rusas retomaron la campaña de bombardeo estratégico contra las instalaciones energéticas ucranianas (denominado Operación Estratégica de Destrucción de Destrucción de Infraestructuras Críticas o OPEDIC en la doctrina militar rusa) con un ataque masivo de más de 200 misiles de todos los tipos (terrestres, navales y aéreos) y municiones merodeadoras de largo alcance del tipo Geranio-2 (también sus parodias empleadas como señuelos contra la menguante defensa antiaérea ucraniana) interrumpido desde agosto de 2024, muy probablemente para hacer acopio de municiones para mantener una campaña sostenida en invierno basada en sus capacidades adquiridas de targeting dinámico. También, en este caso, el Kremlin transmitió el curso de acción que iba a seguir con vuelos de adiestramiento de bombarderos de la Aviación Estratégica hasta zonas de lanzamiento predeterminadas que, por supuesto, están infinitamente lejos del alcance de las defensas antiaéreas ucranianas. Se trató, por tanto, de un mensaje de firmeza por parte de las autoridades rusas en la luchas por sus objetivos político-estratégicos en Ucrania. El 18 de noviembre, el vicepresidente de la Comisión de Defensa del Consejo de la Federación, Vladimir Dzhabarov, declaró que “Occidente ha decidido alcanzar un nivel de escalada que podría resultar en la pérdida total de su condición de Estado por parte de los restos de Ucrania”. De nuevo, a buen entendedor, sobran las palabras. De este modo, el anuncio de retirada (parcial) de restricciones a Ucrania para que emplease misiles de largo alcance americanos contra objetivos en profundidad en territorio ruso estaba más que descontado en Moscú, el Kremlin tenía la retórica preparada y los medios listos para ser empleados. ¿Cómo reaccionó la contraparte del régimen de estabilidad estratégica? El 21 de noviembre de 2024 la portavoz de la Casa Blanca declaró simplemente que “el lanzamiento del misil no afectará la política de Washington hacia Ucrania”. Sin embargo, el canciller Scholz musitó que el empleo ruso de un misil de aquellas características era una “escalada terrible”. Al día siguiente, el primer ministro polaco, Donald Tusk, aseveró que “el riesgo de guerra global es serio y real” (hay que destacar que Polonia comenzó a actuar de forma independiente en esta guerra desde agosto de 2024) y el primer ministro húngaro, Víctor Orban, reconoció que “Rusia ha cambiado las reglas sobre el uso de su fuerza nuclear. No es un truco y actuarán”, porque quizás no solo leyó el decreto del presidente ruso de 19 de noviembre de 2024 sino también los trabajos de los académicos rusos Sergey Karaganov y Dimitri Trenin sobre la restauración de la disuasión por el miedo. La escenificación de una reunión del presidente Putin con los altos mandos militares rusos el 22 de noviembre de 2024 para hablar de las “nuevas armas milagrosas” tipo Oreshnik (el lector avezado entenderá el sentido de esta frase) fue la culminación de las acciones para transmitir otro mensaje estratégico dirigido a los Estados Unidos, en concreto a la nueva Administración Trump, que debe tomar posesión el próximo 20 de enero de 2025. Por consiguiente se ha llegado al punto de o bien negociar según los términos de Rusia o continuar la destrucción de Ucrania, siempre con el riesgo latente de escalada hasta el umbral nuclear. Si se cruza entonces habrá poco de lo que preocuparse porque probablemente solo quedará un mundo muerto. Se puede llamar imprevisibilidad estratégica, pero también, pura y simplemente estupidez.