La disuasión occidental no infunde temor

El fracaso de la disuasión occidental, primero en el Este de Europa con la invasión de Rusia a Ucrania y luego en Oriente Medio con la respuesta militar directa de Irán a Israel en respuesta al ataque de este último a la misión consular iraní en Damasco (una violación flagrante de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas y de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares), corre el riesgo de extenderse a otros escenarios, especialmente a la región del Asia Pacífico. La cuestión clave aquí es: ¿estamos ante el colapso general de la disuasión militar occidental?

Si este es el caso, el actual panorama internacional tendrá irremediablemente implicaciones críticas tanto para los países occidentales como para los socios de estos. Pues, la pérdida de la capacidad de disuasión occidental no solo compromete la determinación y la credibilidad de EE UU y de la OTAN en los referidos escenarios, sino que acerca aún más las líneas de fricción, aumentando el riesgo de la confrontación directa entre actores occidentales y emergentes. Este cuadro complicaría aún más la ambivalente posición de la UE y sus Estados miembros en la escena internacional y regional, particularmente en el vecindario oriental y en el vecindario sur.

La determinación de EE UU para garantizar la seguridad de sus aliados de la OTAN está fuera de duda. Sin embargo, el fracaso de su estrategia de disuasión primero en la guerra en Ucrania y el posterior fracaso de los principales actores de la Alianza (EE UU, Reino Unido y Francia) para impedir las represalias de Irán en contra de Israel se traduce en una evidente merma en términos de disuasión militar. En un contexto de dudas y de profundas divisiones internas –al que cabe añadir la incertidumbre propia del horizonte político y electoral–, un eventual colapso de la disuasión occidental comporta para EE UU la pérdida de cuotas de hegemonía y proyección global. Asimismo, en un escenario de estas características no sería descartable que EE UU emprendiera un proceso de ensimismamiento y posterior reordenamiento de intereses y prioridades en el ámbito internacional, dando preferencia a alianzas entre países anglosajones con aperturas puntuales para la conformación de coaliciones de voluntarios cuando la situación requiera la concurrencia de otros actores del bloque occidental.

Lo cierto es que los conflictos en el Este de Europa y en Oriente Medio no solo han desafiado el actual orden internacional (pax americana), sino que lo han alterado por completo. La capacidad de disuasión militar del bloque occidental ha dejado de ser, en cierto sentido, una garantía absoluta para los socios occidentales. Para la OTAN, comporta, por una parte, una pérdida de preeminencia internacional, extremo que comprometerá su enfoque global. Por la otra, deja al descubierto no solo el alcance de la dependencia estructural del conjunto de los miembros de la Alianza respecto de EE UU, sino que hace evidentes los titubeos de ésta ante las cuitas coyunturales de la realidad política estadounidense.

Para la UE y sus Estados miembros el asunto es todavía más sensible. En primer lugar, existen serias dudas sobre la capacidad de éstos para gestionar y resolver problemas de carácter regional (Libia, Sahel). En segundo lugar, la relevancia del bloque comunitario en los asuntos globales que requieren capacidades estructurales es meramente discursiva. Todo ello ocurre, además, en un momento en el que los problemas y los desequilibrios se suceden de manera simultánea en el Este, en el Sur y en Oriente Medio.

Ante esta delicada coyuntura internacional, no son pocos los países aliados que observan con desconfianza el hipotético desarrollo de una OTAN a dos velocidades: la configuración de una suerte de alianza dentro de la Alianza. Cabe preguntarse si la reciente puesta en escena del eje París-BerlínVarsovia ha sido una respuesta a este temor, al temor de la conformación de un eje Washington-Londres-Varsovia para el Este de Europa del cual queden fuera las potencias continentales tradicionales.

En el caso específico de España, no es sencillo dar con una fórmula que le permita salvaguardar sus intereses permanentes en el Mediterráneo, sin por ello desatender los compromisos contraídos con sus aliados en el Este. Mientras refuerza su posición en el Flanco Este, en el Flanco Sur las dos principales potencias del Magreb se encuentran en plena carrera armamentística. Más allá del lógico impacto sobre la percepción en materia de seguridad, este hecho mantiene sugestionados a los principales actores nacionales respecto a una eventual alteración del equilibrio regional en detrimento de la capacidad de disuasión militar española. A esta percepción contribuyen otros elementos de índole puramente domésticos: tamaño de las fuerzas armadas, número de los cuadros de mando y presupuesto destinado a gasto militar.

Fuente:

https://lectura.kioskoymas.com/la-razon/20240502