«Al fin y al cabo, qué importa una pequeña fundación, sin apenas influencia en la sociedad». «No obstante, alguien se dará cuenta de que lo que realmente está en juego no es la Fundación, sino la libertad».
En desgarradora Tribuna titulada «Respeto a la Constitución española», publicada por La Razón el lunes 7 de octubre, el general de Infantería de Marina en situación de retirado Juan Chicharro, en su condición de presidente de la Fundación Francisco Franco, reflexionaba sobre la inminente disolución de la misma, incentivada por el Gobierno y que ha encontrado apoyo incluso en el PP. Su diputado Jaime de Olano, tras mezclar en sede parlamentaria churras con merinas, justificó la decisión de su grupo de sumarse a los 314 votos a favor de la Proposición, contra los 33 en contra de Vox. Chicharro aún confiaba en el apoyo del Grupo Popular, aunque hubiera sido inútil, ante la mayoría de votos del Gobierno y sus coaligados.
Conozco bien al General. Y sé que es hombre tenaz, valiente, honesto, consecuente. Y no recurre al insulto ni a la denuncia de cobardías. «No, mi argumento va por otra vía más sencilla y comprensible para el lector». Se conforma con recordarnos el Capitulo Segundo de nuestra Constitución que «garantiza la libertad ideológica» (Artº 14), «a expresar y difundir libremente pensamientos ideas y opiniones» (Artª 20) y que «reconoce el derecho de asociación» matizando que «solo podrán ser disueltas o suspendidas en sus actividades dichas asociaciones, en virtud de resolución judicial motivada». (Artº 22)
Llega Chicharro a una primera conclusión: «La Constitución me ampara y protege, les guste o no». Cuando añade: «el lector debe saber que hay otras fundaciones que difunden el pensamiento histórico de Largo Caballero o de Juan Negrín entre otras; gustarán o no gustarán, pero son expresión del pluralismo social y político, que es un valor superior de nuestro ordenamiento constitucional».
Ya imaginan el trámite, siguiendo el curso utilizado habitualmente por el Gobierno. La Ley de Memoria Democrática de 2022 daba un año para la reforma de la Ley Reguladora del Derecho de Asociación. No lo cumplió, como también es habitual. A cambio, su Grupo Parlamentario impulsó su modificación a través de una Proposición de Ley. De esta manera evitó los informes consultivos preceptivos y a los grupos parlamentarios su capacidad legislativa. La reforma incluirá una disposición adicional para incluir a las asociaciones que realicen «actividades que constituyan apología del franquismo». Punto.
Se une esta iniciativa a la campaña emprendida por el Gobierno contra la presencia de una orden religiosa en Cuelgamuros. No le busquen más explicaciones a la visita de su presidente al Vaticano. Lo que no pudo conseguir de los obispos españoles lo fía a sus dotes de seducción ante Francisco. Omito mi opinión sobre la posible decisión de nuestro Papa.
Quiero ponerme en la piel del General. Comprobar con él, la debilidad de las promesas y la hipocresía de muchos abrazos, junto a la cobardía sumisa de muchos diputados.
Es consciente de que el Tribunal Constitucional no entrará en el dictado del Capítulo Segundo de nuestra Carta Magna y lo interpretará a su manera. Como tampoco espera grandes manifestaciones en la calle, ni meditados editoriales en su apoyo. Él, que representa una línea moderada, nada apologista, se niega a enterrar un pasado que existió. Sabe que inicia una larga carrera judicial, a la vez que debe asegurar la custodia de todo un legado histórico, temas que en su carrera militar jamás contempló.
Sabe que quienes decidan esta reforma de una Ley Orgánica por la puerta de atrás no representan a la España real. Si los que la promoviesen fuesen gentes honestas, preparadas, con vocación de servicio al Estado y no sumisas a las siglas de un partido, podríamos dar crédito a la necesidad de esta reforma. Pero lean las encuestas y comprueben la valoración que hacen los españoles de su clase política, tanto de babor como de estribor.
Y si soy sincero les diré que la disolución en sí de la Fundación Franco no forma parte de mis preocupaciones. Sé que hombres libres del periodismo, la literatura o la historia, la rescatarán en su pensamiento, por supuesto señalando luces y sombras. Estoy preparado hoy para ver a un etarra convicto y confeso ministro de mi gobierno, o de ver como Cuelgamuros se convierte en refugio a la albanesa de migrantes o sede permanente de un movimiento por la paz en Gaza.
Yerran quienes piensan que le va a temblar el pulso al General. Porque cree en lo que repetidamente defiende y a lo que sí me adhiero sin condiciones: «lo que está en juego no es la Fundación, sino nuestras libertades».