La batalla de Gembloux marcó la Reconquista hispánica de los Países Bajos, que inició Don Juan de Austria y culminó Alejandro de Farnesio
La batalla de Gembloux (31 enero de 1578) es una de las más importantes de la historia de España por ser el punto de inflexión hacia una Reconquista hispánica de los dominios naturales de Felipe II en los Países Bajos. El héroe de Lepanto, don Juan de Austria, se vio puesto en jaque por las tropas orangistas, quienes se aprovecharon de la retirada de los Tercios del territorio escasos meses antes. La llamada de nuevo a los veteranos soldados para la reinstauración del catolicismo en las 17 provincias empujó al medio hermano del rey a usar las armas junto a un viejo amigo, Alejandro de Farnesio. Juntos idearon un ataque contra los rebeldes que amenazaban la paz en los territorios heredados del emperador Carlos V.
El 4 de noviembre de 1576 supuso un antes y un después en las guerras de Flandes tras la furia de Amberes, magnificada por la propaganda protestante. Las tropas realistas emplazadas en el castillo de Amberes pidieron el socorro a sus compañeros de las ciudades más cercanas, puesto que había noticias de que el enemigo estaba preparándose para sitiar la fortaleza. A este auxilio acudieron -entre otros- los soldados amotinados en Alost que, según el cronista Famiano Strada, caminaron 24 millas para llegar a la ciudad donde destrozaron la resistencia orangista, apoyada por una parte del pueblo. Algunos de los habitantes se refugiaron en el Ayuntamiento, al que, según este narrador, dos leñadores arrojaron fuego. Los saqueos fueron continuos durante tres días, tanto por españoles, como por flamencos, italianos, y alemanes. Esto generó un resentimiento en las 17 provincias, sobre todo en Flandes y Brabante, por lo ocurrido a sus compatriotas.
Este deterioro de la imagen de la gobernación hispánica impulsó el Edicto Perpetuo (1577), que tuvo como objetivo sacar de los Países Bajos a los Tercios españoles para que no se repitieran estas situaciones, a cambio de que las 17 provincias respetaran la religión católica. Además, don Juan de Austria sería aceptado como nuevo gobernador de los territorios (debido a la muerte de Luis de Requesens). Este pacto fue firmado con Guillermo de Orange, que no tardaría en incumplirlo, ya que su posición de poder en las provincias de Holanda y Zelanda, hacían prácticamente impensable una reconquista católica de estos dos condados, desde los cuales, los orangistas podían dirigir ejércitos contra las tropas del rey Felipe II.
Otro de los requisitos del acuerdo fue la entrega del castillo de Amberes, cuya ciudad todavía recordaba lo perpetrado por las tropas felipistas en el interior de sus murallas. Guillermo de Nassau también tomó la fortaleza de Gante y alcanzó la antigua capital de Bruselas, recibido por una parte de la población con aplausos, mientras la otra, callada por miedo a la opresión, esperó inquieta el devenir de los acontecimientos. Los nobles católicos, al ver que la opción de don Juan de Austria, defensora de la rama Habsburgo española, no era bien aceptada por la población, decidieron llamar al archiduque Matías, hermano del emperador del Sacro Imperio Rodolfo II, para defender su postura en estas tierras bajo la misma dinastía, pero con el linaje de Viena.
El nuevo gobernante Don Juan de Austria no estaba seguro ni en Bruselas, ni en Malinas, ni en Namur, ya que había un complot de asesinato contra su persona. Esto le motivó a retirarse hacia Luxemburgo con la compañía del conde de Mansfeld, tan leal como su provincia a la Monarquía Hispánica, con el objetivo planear una estrategia de emergencia ante una situación tan adversa.
Los Tercios vuelven al rescate
El rey Felipe II siguió las noticias desde la distancia, pero en cuanto supo de la complicada deriva de los asuntos, mandó la orden de que los Tercios volvieran a las 17 provincias en ayuda de su hermanastro. Con estas tropas arribaba uno de los generales más reputados de su tiempo, Alejandro de Farnesio, conocido como “El Rayo de la Guerra”. Amigo íntimo del gobernador, con el que había sido educado en Castilla, donde compartieron aficiones por las cuestiones bélicas, junto al príncipe don Carlos. En tan solo doce días, llegó desde Parma a Luxemburgo.
Mientras tanto, Guillermo de Orange, el 17 de diciembre de 1577, desde Bruselas declaró que Don Juan había roto el tratado, ya que los temidos Tercios volvían a las 17 provincias. Por otro lado, el archiduque Matías ya había llegado a Amberes, donde fue bien recibido, al igual que el líder rebelde que acudió a la ciudad para pactar con el recién llegado, al que le prometió ser gobernador general de aquellos estados.
Don Juan de Austria, en la crónica de Famiano Strada
Batalla de Gembloux
Don Juan, al mando de alrededor de 20.000 hombres, movió ficha y penetró en la provincia de Namur, lo cual causó estupor en un oponente que se estaba preparando para el combate y no esperó esa determinación de plantar batalla de los Tercios. El enemigo, superior en número, contaba entre sus generales con el hijo de un viejo conocido: el conde de Egmont. Según recoge Strada, el estandarte del dirigente español tenía escrito: “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”.
La noche del 31 de enero, el ejército hispánico preparó sus formaciones para el ataque, con su general situado en una colina para observar el transcurso de la batalla. Primero, la caballería contactó con la enemiga ganando ese primer choque para la llegada de la infantería por detrás. En un terreno poco propicio para el combate, puesto que se trataba de una vaguada, los realistas atacaron en pendiente al contrario provocando un caos sobre el terreno. Aquello -según Strada- parecía “más un foso que un camino”, ya que las lluvias propias de esta época invernal provocaron pendientes de agua convirtiendo el escenario en un auténtico barrizal.
Entre tanto, el general Alejandro de Farnesio tomó la decisión de abalanzarse como un rayo con un caballo sobre el enemigo. De tal forma que, según los cronistas de la época, pidió que se le comunicara a Don Juan: “Decidle, que Alejandro, acordándose del antiguo Romano se arroja en un hoyo, para sacar de él, con el favor de Dios, y con la fortuna de la casa de Austria, una cierta y grande victoria hoy”. Detrás de él le siguieron prestigiosos soldados en Flandes como Bernandino de Mendoza o Cristóbal de Mondragón, que no dudaron ni un instante en seguir al afamado líder. Los infantes orangistas, despavoridos por el sorprendente ataque, dieron la espalda a los jinetes huyendo hacia la fortaleza de Gembloux. El choque con las tropas desorientadas enemigas, que su general Goignies no supo poner en orden, provocó un reguero de sangre que inundó el campo de operaciones.
Julio Albi Cuesta en su célebre libro De Pavía a Rocroi (Desperta Ferro, 2017) comparte que “la de Gembloux se puede citar también como ejemplo del potencial del Arma. Los jinetes españoles, derrotan a las tropas montadas enemigas, que en su huida chocan con su propia infantería, la desorganizan y la arrastran consigo. En hora y media, el ejército de los Estados fue aniquilado, sufriendo millares de bajas y perdiendo treinta y cuatro banderas, toda la artillería y todo el bagaje. Los de España no tuvieron veinte bajas. Ese día, «rara vez se verificó mejor cuánto penden los buenos y malos sucesos de la caballería».”
Alejandro de Farnesio, en la crónica de Famiano Strada
El cronista el Duque de Carpiñano asegura que “ganó el señor Don Juan una gloriosa victoria, con sola pérdida de dos soldados, habiendo perdido los Estados, según la opinión de algunos, cerca de 6.000 entre prisioneros y muertos, entre ellos fue preso Giogni, su general”. La historia cuenta que el jefe rival se arrodilló ante Don Juan para besarle las manos y este le respondió que así castigaba Dios a los que se rebelaban contra el rey. Otro narrador de los hechos en el siglo XVII, Antonio Carnero, escribe que “no se habiendo visto otra tan grande -batalla- en Flandes hasta entonces, ni con menos daño para el vencedor”.
Consecuencias
Carlos J. Carnicer, autor de La batalla de Gembloux 1578 (ALMENA, 2015), explica que “de manera inmediata, la victoria del pequeño ejército de don Juan de Austria en Gembloux desató el pánico en Bruselas, que abandonaron Guillermo de Orange y el archiduque Matías”. Para el escritor, esta victoria no fue explotada al máximo en un medio plazo, ya que “hubiera sido necesario un ejército mayor que aquel del que disponía Juan, como se demostró cuando aquel intentó avanzar sobre Bruselas unos meses después y fue frenado en Rijmenan”.
A largo plazo, Carnicer asegura que lo sucedido en Gembloux “se puede considerar el inicio de lo que se denominaría después la reconquista española de los Países Bajos”. El legado del medio hermano de Felipe II, que murió con 31 años en extrañas circunstancias, fue continuado por Alejandro de Farnesio, quien culminó la Reconquista iniciada por su amigo de la infancia con la toma de Amberes, siete años más tarde. El catolicismo en los Países Bajos del sur había sido reinstaurado y con este, la lealtad hacia su señor natural: el rey español Felipe II.
Fuente:
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/la-victoria-mas-desconocida-de-los-tercios-en-flandes.html