Procesión republicana: tirotear a la Virgen

Una imagen de una procesión de Semana Santa en Sevilla durante la II República

 

En la Semana Santa de Sevilla de 1932 se produjo un incidente cuando un joven comunista disparó contra la Virgen de la Estrella en medio de un clima de anticlericalismo bolchevique

« ¿ ¿‘‘Vivan los soviet’’?? –dijo Manué–. Eso está mal escrito». «¿Qué dices?», contestó el interfecto. «Le falta una s al final. Es “soviets”. El resto, bien». «A ver. Repaso», anunció Manué tomando perspectiva. «Mueran los fascistas. No queremos Semana Santa. Queremos pan y trabajo. Vivan los soviets». Los dos amigos se separaron dos metros del muro blanco. Faltaba algo, pensó Manué. «Vamos a dibujar la hoz y el martillo, que quede claro quién vela por el pueblo», dijo por fin el gramático. «Ya, ¿pero la hoz es hacia la izquierda o hacia la derecha», dijo el portador de la pintura moviéndose al compás de la frase. «Saca el carné del partido y lo vemos, Pepe», apuntó el ideólogo. «Qué carné y qué na de na. Soy comunista por amor a la humanidad, aunque para eso haya que liquidar a los que se opongan», empezó Pepe. «Venga, no me des un discurso y pinta».

Sevilla era un hervidero de miedo y fervor. Aquel marzo de 1933 todavía estaban muy presentes los incidentes del año anterior. Las cofradías habían decidido no salir a la calle. Las amenazas tenían más peso que los esfuerzos del alcalde por volver a la normalidad, o que la ayuda económica que se daba a los cofrades. En la Semana Santa de 1932 solo salió La Hermandad de La Estrella, fundada en Triana en 1560. Nada más cruzar el umbral de la iglesia de San Jacinto, un grupo de personas ocupó el camino gritando «Viva el comunismo libertario». Casi no se oyó por el bullicio del gentío. Al ser la única procesión, las aceras y los balcones estaban repletos de devotos y curiosos.

Los cofrades de La Estrella continuaron hacia la plaza del Altozano. Les seguía un francés con una cámara de cine. Los chiquillos prestaban más atención al camarógrafo que al paso de la procesión. «¡¡Revisionistas!!», gritó en Sierpes un cafre al tiempo que tiraba una piedra que impactó en el Cristo. «¡¡Somos violentos por la estructura de clases!!», dijo uno con el puño en alto. «¡¡Abajo la dialéctica cultural opresora de siglos!!», soltó otro. Los cofrades, que no estaban duchos en marxismo universitario, aceleraron el paso. La Virgen de la Estrella se alzó sobre un empedrado de gorras y sombreros dando tumbos, con cara de dolor, llorando.

Una mujer salió a un balcón a cantar en la plaza de San Francisco y la cofradía se detuvo. Era la Niña de la Alfalfa. La Reina de la Saeta la llamó Alfonso XIII. La voz dulce y desbocada de Rocío Vega, la saetera, pareció devolver la procesión a su cauce religioso. No muy lejos, en la pasada Sierpes, se oían voces que decían «¡Que lo cuelguen! ¡No se tiran piedras al Cristo!». Las gorras de plato de los guardias de asalto aparecían entre el gentío como una bandada de patos emigrando.

La pasión política

La Virgen decidió volver a casa. Los cofrades parecían aliviados. El cámara francés pensó que había conseguido el reportaje de su vida. Todo el pintoresquismo sevillano, a lo Carmen, de Bizet, con su color y furia, el peso de lo religioso, la pasión política y la tensión. Y todo en unos metros de celuloide. El público parisino quedaría satisfecho viendo a esa gente curiosa en el noticiero de la sala de cine, justo antes de ver el estreno de «L’Atlantide», basada en la famosa novela de Pierre Benoit. El camarógrafo francés ya pensaba en el mundo de la monstruosa y sensual reina Antinea cuando sonaron unos disparos.

La gente echó a correr como pudo. La devoción y la curiosidad se transformaron en comprensibles empujones, atropellos y pisoteos. «¡Han disparado a la Virgen!», anunció una mujer. Un joven alzó una pistola ante el estupor de la concurrencia. Luego se supo que era carpintero, de 22 años. Un comunista llamado Emiliano. Los guardias de asalto le dieron el alto, pero el atacante llevaba dos cargadores. Ahí no se había acabado la cosa. No se trataba solo de tirotear a la Virgen, sino de poner punto final a las procesiones, a la Semana Santa, a la Iglesia, a todo. Apuntó a las fuerzas del orden y reculó para escapar.

Los guardias lo atraparon entre los vítores de los feligreses. La Virgen de la Estrella entró en su casa con el manto roto. Emiliano ingresó en prisión, donde estuvo cuatro años, hasta 1936. Es posible que la amnistía de ese año lo pusiera en la calle. Es probable que así el pistolero comunista viera a los cofrades sacando de las catacumbas las imágenes para la Semana Santa del 36, poco antes de que Sevilla se convirtiera en un trágico campo de batalla.

Fuente

https://lectura.kioskoymas.com/la-razon/20240329