El Debate publica un muy actual articulo sobre la situación en SIRIA, al que se le han hecho 81 comentarios de los lectores, entre ellos el del Coronel de Intendencia del ET, r D. Francisco Galache Valero, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, asociado de AME y AEME, que publicamos al final de este articulo.
Siria: una baza menos en la mano de Putin
Si el nuevo gobierno sirio decide echar a los rusos de las bases, Rusia no estará en condiciones de defenderlas
Hace solo tres años, la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán fue una excelente noticia para Vladimir Putin. Hay quien ha defendido que esa palpable demostración de impotencia por parte de una Alianza Atlántica cansada tras 20 años de combates estériles fue la gota que desbordó el vaso de la confianza del dictador ruso. La derrota de su enemigo le convenció de que la invasión de Ucrania era un riesgo que podía correr.
Como donde las dan las toman, Putin acaba de tragarse en Siria una cucharada de la misma medicina. Desde el punto de vista militar —que desde luego no es el más importante— hay muchos puntos en común en ambos escenarios. La rapidez de la caída de las fuerzas gubernamentales —poco más de tres meses en Afganistán y apenas dos semanas en Siria— en absoluto responde a la definición de campaña relámpago, tan del gusto de los medios generalistas. Ni los talibanes ni la Organización para la Liberación del Levante encontraron resistencia digna de tal nombre.
Lo ocurrido en Siria y Afganistán es, más bien, fruto del desplome de unos regímenes sostenidos exclusivamente por la fuerza de aliados extranjeros. El gobierno impuesto por los EE.UU. en Afganistán y el apoyado por Rusia e Irán en Siria eran de corte diferente, teóricamente democrático el primero y totalitario el segundo. Pero ambos eran laicos, incompetentes y corruptos y no podían sobrevivir privados de sus valedores. Los dos han sido desplazados por movimientos radicales islámicos suficientemente ilusionantes para despojar a los ejércitos regulares que se les oponían del primer ingrediente imprescindible para el éxito en cualquier campaña militar: la voluntad de vencer.
Por desgracia, ahí terminan las coincidencias. En Siria hay ya algunos perdedores de la guerra civil: el régimen baazista, la Rusia que se desangra en Ucrania y el Hezbolá exhausto tras la guerra del Líbano. Pero todavía quedan tres grandes bloques —el islamismo radical que ha protagonizado la caída del régimen, el movimiento kurdo de ínfulas democráticas en el noreste y el nacionalismo apoyado por Turquía en el norte— a los que solo ocasionalmente unía la lucha contra Bashar al-Asad. Por si eso fuera poco, todavía está viva la amenaza del Estado Islámico y se mantiene la presencia de las fuerzas norteamericanas —algo menos de un millar de soldados, que posiblemente retire el presidente Trump— que luchan contra el ISIS.
El riesgo de que la guerra civil siria continúe está ahí, como lo está el de la división del país. A pesar de la maldad del régimen —también eran malvados Gadafi y Saddam Hussein— es difícil asegurar que Siria está hoy mejor que ayer. Desde la perspectiva de su sufrido pueblo, quizá solo cambien las personas que sufren en las cárceles del régimen: algunos serán liberados y otros ocuparán su lugar.
Supongamos que el islamismo radical consigue formar un gobierno estable y pacificar el país. ¿Cómo afectará este gobierno a Europa o Israel? Es pronto para asegurarlo pero, si juzgamos por lo ocurrido en Afganistán, hay motivos para contemplarlo con un cierto optimismo. El régimen Talibán, a pesar de su victoria, no parece querer volver a enfrentarse a Occidente. Ellos han ganado, pero les ha costado 20 años de guerra. El nuevo régimen sirio, perdido el contacto con el eje del mal, bien pudiera mostrarse moderado, al menos de cara al exterior. Con todos los enemigos que tiene en casa ¿por qué crearse otros nuevos? Yo, por lo menos, apostaría por ello.
Un peón menos en el eje del mal
Quizá lo único que en este momento podemos asegurar tras la caída de Damasco es que Rusia e Irán están peor. Centrémonos ahora en Rusia. De los único cinco regímenes —que no países— que votaron en contra de la resolución de condena a la invasión de Ucrania en la Asamblea General de la ONU —Rusia, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y, un poco por sorpresa, Eritrea— ha caído ya el primero. Pero no es solo ese voto lo que Putin ha perdido. Recordará el lector que la rápida derrota del Gobierno afgano tuvo lugar después del anuncio de la retirada de las fuerzas de la OTAN. Sin embargo, los avances de la insurgencia en Siria se produjeron entre los bombardeos de los aviones rusos. Solo un día antes de la huida de Bashar al-Asad, un Lavrov más malhumorado de lo habitual —no es poco decir— todavía prometía el apoyo militar del Kremlin al tambaleante régimen. Si la sangrienta conquista de Alepo en 2015 reforzó la imagen de Rusia en Oriente Medio y el continente africano, la impotencia demostrada estos días habrá borrado buena parte de lo conseguido entonces.
El futuro de las bases rusas en el Mediterráneo
Conviene recordar ahora que en el fuego de Ucrania ya se había quemado la compañía Wagner, la mejor herramienta de Putin para extender su influencia en África y Oriente Medio. Pero ahora puede perder algo todavía más importante: sus bases en Siria, el único símbolo de poder exterior que conserva desde la derrota de la URSS en la Guerra Fría.
¿Cuáles son esas bases? En los años 70, el Gobierno de Hafez Al Asad acordó con la URSS la cesión de una parte del puerto de Tartús para crear una base naval permanente en el Mediterráneo. La presencia rusa en este puerto decayó tras el fin de la Guerra Fría, pero fue creciendo en importancia a medida que Putin adoptaba una posición más desafiante frente a Occidente. En 2015, ya en plena guerra civil siria, se acordó con Bashar Al Asad la cesión de una parte del aeropuerto internacional de Latakia para crear la base aérea de Khmeimim.
¿Cuál será el futuro de estas instalaciones? Existen acuerdos firmados por el gobierno de Bashar Al Asad en 2017 que ceden el uso de las bases, por tiempo ilimitado en el caso de Khmeimim y por 49 años en el de la base naval. Rusia, que niega validez al memorándum de Budapest sobre las garantías de seguridad dadas a Ucrania a cambio de ceder sus armas nucleares porque «el gobierno con el que lo firmó fue depuesto por un golpe de Estado», sostendrá que ese criterio no se aplica en Siria. ¿Quién espera coherencia del ministro Lavrov? Pero está por ver lo que dice la otra parte sabiendo que desde la base aérea de Khermeimim salían los aviones que les bombardeaban hasta hace pocos días.
No sabemos cómo acabará esto, pero si el nuevo gobierno sirio decide echar a los rusos de las bases, Rusia no estará en condiciones de defenderlas. Otra vez el destino se muestra irónico con el dictador. Ya había ocurrido con la entrada en la OTAN de Suecia y Finlandia como resultado de una guerra que Putin justificó como necesaria para alejar las fronteras de la Alianza. No quieres caldo, pues toma dos tazas.
Lo que ocurre ahora también tiene algo de justicia poética. La conquista de Crimea, que muchos explicaron por la necesidad de recuperar la histórica base naval de Sebastopol para poder mantener la presencia naval en el Mediterráneo, deja a Rusia sin capacidad de defender la de Tartús. Cerrados los estrechos turcos mientras dure una guerra que va para largo, los buques rusos tendrán que reducir su presencia en el Mare Nostrum a lo que les permita su autonomía logística desde los puertos del norte. Pero de esto nadie le pedirá cuentas a Putin. Después de todo, sus prisiones son cada vez más, y por desgracia para la ciudadanía rusa, su mejor argumento.