En varios países de la UE está ganando enteros la posibilidad de recuperar el servicio militar obligatorio como parte de las nuevas necesidades de defensa. Desaparecido en España hace 24 años, ahora ha vuelto a la conversación de la sociedad
Recuperar la recluta universal favorecería la implicación de los españoles en los asuntos de defensa, que es una tarea de todos, pero, en las actuales circunstancias, antes que una militarización exprés de la población civil necesitamos un proceso de mentalización colectiva para dotar a las Fuerzas Armadas de los medios para cumplir su función en el presente estado de desorden internacional. El servicio militar aporta otros beneficios, pero las batallas no se deciden hoy por tener más o menos soldados, sino por el nivel tecnológico de los sistemas de armas y de su empleo táctico en escenarios de guerra híbrida.
El servicio militar puede socializar el conocimiento de las necesidades de la seguridad nacional, fortalecer la cultura de defensa y, si se organiza con cabeza y medios, resultar útil también para la operatividad de los ejércitos, que son organizaciones complejas con una amplia gama de tareas, muchas de las cuales pueden ser ejecutadas por personal de reemplazo.
Si el proceso de decisión sobre el servicio militar se hiciera en una campana de vacío, habría pocas dudas sobre su conveniencia porque, además de los aspectos militares, supone una escuela de convivencia, amplía el conocimiento de la diversidad de España, y contribuye a la vertebración de un proyecto común y compartido. Pero… somos hijos de nuestra historia, y cualquier propuesta de servicio militar choca ahora con los tópicos de la memoria/leyenda de las “historias de la mili”. El rechazo que se aprecia en la reciente encuesta de 40dB. para EL PAÍS y la SER es, en parte, consecuencia de la demagogia y de las noticias falsas sobre el servicio militar, y refleja la comprensible resistencia a aceptar una obligación personal, más costosa que pagar a otros (los militares) para que lo hagan por nosotros.
Aunque no estemos ante un toque a rebato, se han encendido alarmas en el panorama internacional que nos alejan del anhelado sueño de un mundo en paz y libertad basado en el derecho internacional, y cunde una vaga sensación de inseguridad que quizá aconseje ralentizar ahora cambios en la legislación sobre el servicio militar para evitar el riesgo de adoptar medidas excesivamente coyunturales, pegadas al presente, en detrimento de la definición de un sistema estable y duradero que vertebre hacia el futuro la organización de unas Fuerzas Armadas de carácter mixto, con militares profesionales y de reemplazo, algo que debería hacerse con una perspectiva anticíclica.
Ese modelo de Fuerzas Armadas, con militares profesionales (de general a soldado y marinero) y de reemplazo, que es el que entiendo idóneo para España, fue aprobado por amplísima mayoría como ley orgánica en el Congreso en diciembre de 1991, pero luego, tras el triunfo del PP en 1996, Jordi Pujol, con la investidura de José María Aznar en su mano, sentenció: fins aquí hem arribat, es va acabar. Y así, el primer presidente de Gobierno del PP hizo de la necesidad virtud, que diría Pedro Sánchez, y mandó al desván la ley que antes había apoyado sin reservas. En 2001 acabó la breve historia de un modelo flexible de servicio militar que, probablemente, hubiese resultado social y psicológicamente útil en la actual situación.
¿Hay que desempolvar la ley de 1991 y reimplantar el servicio militar? Mirando adelante, sería conveniente retomar de aquella norma la voluntad del legislador y buscar el mayor grado de acuerdo posible para diseñar un proyecto de servicio militar flexible compatible con la estructura actual de las Fuerzas Armadas, que abra el cauce al ejercicio del derecho y el deber constitucionales de defender España, un compromiso personal con la defensa de la soberanía nacional, las instituciones democráticas y el Estado de derecho.
Con las cautelas apuntadas, me parecería positivo recuperar el servicio militar por recluta universal, que no es un invento de los militares, sino una conquista democrática que parte de la Revolución Francesa, para que los ciudadanos participen en el mantenimiento de su seguridad, no porque no podamos dejar la guerra en manos de los generales, como decía Clemenceau, sino porque no debemos echarla solo sobre las espaldas de los militares. Al final, como dice Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios.
Laureano García es periodista y ex director general de Reclutamiento y Enseñanza Militar.
Fuente:
https://lectura.kioskoymas.com/el-pais/20250409