El presidente de EE.UU., como axiomático tendero, juega a comprar y vender. Compra a sus enemigos y vende a sus amigos
La aproximación de la ‘raspútitsa’ otoñal y los fríos invernales propician la intensificación de la batalla, de drones y misiles, en Ucrania. Para Kiev, las refinerías e infraestructuras gasísticas son objetivos prioritarios para debilitar la economía de guerra rusa. Pero los resultados son poco decisivos por la carencia de vectores de largo alcance. Moscú ataca las infraestructuras energéticas, subestaciones eléctricas, sus redes de distribución y centros ferroviarios por toda Ucrania, tratando de paralizar este país. El lanzamiento continuado de oleadas de drones artillados, en una profundidad de hasta 40 kilómetros a la espalda de las posiciones defensivas ucranianas de primera línea, ha innovado la clásica noción de que la retaguardia, en el frente, ya no es una zona de movimientos y despliegues resguardados para la logística de campaña. Eso ha incentivado el uso de drones aéreos de carga y de sistemas autónomos de combate, que ensanchan la puerta hacia la robótica militar. Nos acercamos a una formidable transformación orgánica y operativa, para constituir las Fuerzas de Sistemas no Tripulados (FUSINT).
El trinomio Trump-Putin-Zelenski protagoniza el escenario. El pasado jueves, los dos primeros, por teléfono, concertaron una cumbre bilateral de negociaciones de paz en Ucrania, a celebrar en Budapest. Al día siguiente, Zelenski se reunió con Trump en la Casa Blanca. Con ambos eventos, Trump se regocijaba proyectando una imagen de pacífico intermediario entre Putin y Zelenski. Sin embargo, sorprendentemente, el martes se anunció la suspensión de aquella cumbre, en base a la falta de avances en las negociaciones. Déficit deducido de los infructuosos contactos preparatorios entre los ministros de Exteriores, el ruso Lavrov y el estadounidense Rubio.
Trump no quiere que el conflicto escale. Sigue teniendo prisa por acabar las hostilidades. Aunque anhela un alto el fuego, del tipo que sea, no quiere «perder el tiempo» con reuniones inútiles, como sería desplazarse hasta Budapest sin la previa convicción de resultados positivos.
A Putin, por el contrario, no le corre prisa dar el cerrojazo a las hostilidades. Él no quiere una tregua rápida que permitiría a Ucrania rearmarse sin antes haberse abordado lo que llama las «causas profundas del conflicto». La suspensión de la cumbre de Budapest, aunque desbarate el regodeo del líder ruso por moverse impunemente por el interior de la UE, le proporciona tiempo para que sus tropas, lenta pero incesantemente, continúen ganando territorios ucranianos. Putin, quizás, aceptaría un alto el fuego con tres condiciones esenciales. Una, que ello no permitiera a Ucrania ni rearmarse ni incrementar su reclutamiento de tropas. Dos, que Ucrania aceptase la anexión a Rusia de los ‘oblast’ ucranianos de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. Y tres, el alivio inmediato de las sanciones, especialmente a las ventas de crudo/gas y su transporte. En el haber de Putin figuran no haber obstruido el plan de Trump para Gaza y su reciente propuesta, de alcance geopolítico planetario, de construcción de un túnel ferroviario (personal y carga) bajo el estrecho de Bering, entre las regiones de Chukotka (Rusia) y Alaska (EE. UU.).
Zelenski rechaza cualquier cesión de t erritorio mientras busca que Trump, con Europa de pagano, permita que le provean misiles de crucero de largo alcance (Tomahawk o, al menos, Barracuda 500), con las consiguientes inteligencia y techo satelital, para atacar objetivos profundos en Rusia. Esa provisión de armas fue la finalidad de su visita a la Casa Blanca, el pasado viernes, y de la que Zelenski salió chamuscado tras una borrascosa reunión con Trump. El líder ucraniano, apoyado por la UE, piensa ilusoriamente ser capaz de derrotar a Rusia en una guerra en la que los europeos tendríamos poco que ganar y mucho que perder. Además, ¿quién operaría esos sofisticados sistemas ofensivos que demandan tiempo de aprendizaje, hasta que los ucranianos estuvieran en condiciones de emplearlos? ¿Serían tropas norteamericanas, o de algunos países de la OTAN?
Con su visita a Washington, Rutte trataría de aclarar el papel de la Alianza Atlántica en ese complejo y peligroso escenario, que supondría una mayor implicación norteamericana en el conflicto; justo lo contrario de lo que persigue Trump. Éste, como axiomático tendero, juega a comprar y vender. A veces, incluso, compra a sus enemigos y vende a sus amigos.
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