Los aviones estadounidenses hundieron la flota japonesa en 1944 como una venganza por el ataque de Pearl Harbour
El 17 de febrero de 1944 centenares de aviones estadounidenses vengaron en el atolón de Chuuk o Truk, en las Islas Carolinas, el ataque japonés a Pearl Harbour que forzó la declaración de guerra de Roosevelt. En pocos minutos, 60 barcos y 250 cazas japoneses fueron destruidos desde el aire gracias a una aplastante superioridad aérea. Los aparatos despegaban de cuatro portaaviones americanos y algunas unidades auxiliares para bombardear la que fue la mayor base naval del Imperio del Sol Naciente en el Pacífico.
Hoy la gran bahía del atolón de Chuuk, parte de Micronesia, es un cementerio naval que evoca la debacle de la otrora poderosa flota nipona y el cambio de signo de una guerra que Japón ya no podría ganar. A una profundidad entre 30 y 40 metros, cualquier buceador puede observar los restos oxidados, cubiertos de algas, de los cruceros, los destructores, los submarinos y los aviones destruidos en aquella jornada. Nada quedó de la base naval construida por Japón en aquel atolón, donde antaño había un hospital y un campo de prisioneros.
Las imágenes captadas por los buceadores muestran objetos insólitos como el interior de los barcos, donde se conserva la vajilla de sus tripulantes, un coche, cuya estructura permanece intacta, varios carros de combate y aviones en cuyas alas todavía se puede observar a simple vista el símbolo del sol naciente. Una debacle en la que murieron 4.500 soldados japoneses, la mayoría, sepultados en el mar. No es difícil encontrar calaveras humanas en el atolón, donde algunas placas recuerdan la masacre.
«Fue un infierno. Los aviones americanos aparecieron en el cielo y en unos instantes las llamas ascendían a 50 metros de altura. Todo ardía. El estruendo era horrible. Aunque pudimos derribar algunos aviones del enemigo, la flota fue tragada por las aguas», testimonió Shinzo Okamoto, un teniente japonés, tras el final de la II Guerra Mundial. Aunque el impacto inicial fue brutal, pese a que los japoneses estaban preparados tras ser avisados por la inteligencia naval, los cazas estadounidenses siguieron castigando la base durante más de 24 horas hasta reducir todas sus instalaciones y su aeródromo a cenizas. No falta algún historiador que escribió que Chuuk no sólo pretendía eliminar una amenaza militar sino también advertir a los japoneses del futuro que les esperaba si no deponían las armas.
Seis cruceros, cuatro destructores y buques de abastecimiento, en total, unas 200.000 toneladas, se fueron a pique aquella jornada, que pudo haber sido peor porque unos días antes el almirantazgo japonés había dado la orden de partir a un portaaviones. Todos los navíos y submarinos que intentaban huir fueron abatidos con torpedos en unas aguas donde no era posible esconderse.
Aquel ataque ha pasado a la historia militar como la ‘Operación Hailstone’, posterior a la derrota de Guadalcanal en la que la flota japonesa había sufrido un durísimo golpe. Un Gruman Avender, proveniente de un portaaviones, lanzó una bomba de 250 kilos que penetró en el casco de un transatlántico reconvertido. Cayó junto al compartimiento donde se guardaban explosivos de alto impacto, lo que provocó una deflagración que causó la muerte de toda la tripulación.
Un navegante español llamado Álvaro de Saavedra pisó el atolón pacífico en 1528. Las Islas Carolinas fueron posesión española hasta que Alemania se las anexionó en 1885. En 1914, fueron cedidas al Imperio japonés, que convirtió el enclave en un lugar de aprovisionamiento y, dos décadas más tarde, en una base naval que fue creciendo a partir de 1940.
Hoy los turistas pueden visitar este cementerio naval y los buceadores aficionados sacar fotos de los restos de aquella debacle, de la que los jefes de la Armada sacaron la lección de que la guerra estaba definitivamente perdida.