«El desembarco de Alhucemas trajo consigo consecuencias sobresalientes. Fue el principio de la derrota final de Abd-el-Krim que, tras la proclamación del fin de la guerra de Marruecos el 8 de julio de 1927, abriría la puerta a la fase menos conocida de España en su protectorado: la civil, una vez relegada a segundo plano la militar, y que como tal acabaría contribuyendo al tránsito del Estado marroquí fallido de 1912 al pleno de 1956»
VIVIMOS época de tergiversación ideologizada de la historia. Nos inficiona bastante la versión falsificada de una historia más deformada por los prejuicios ideológicos que cimentada sobre hechos reales. Pero esta deformación no se agota en alterar ciertos hechos, también consiste en enterrar otros en la tumba del olvido. Esto puede ocurrir con el episodio histórico del desembarco de Alhucemas, cuyo centenario se cumple este año y que puede correr el riesgo de ser ignorado oficialmente.
Al Hoceima, que significa en árabe lavanda o espliego, es la capital de una provincia del norte mediterráneo del Rif marroquí. Fundada por España en 1926 como Villa Sanjurjo, en la República pasa a denominarse Villa Alhucemas, recupera su nombre inicial bajo Franco, hasta que en 1956 pasa a llamarse como hoy. La huella española, de la mano sobre todo del militar, arquitecto y etnógrafo Emilio Blanco Izaga, es apreciable en un trazado que combina exigencias urbanísticas de la época con lo propio de una ciudad árabe. De entre sus edificios descolla el bello y con trazas de arquitectura neonazarí que hoy ocupa el Instituto Español Miguel de Jovellanos y que antes de 1956 albergaba la residencia del general español gobernador de la zona. Más llamativa es la huella del cementerio español, que relativamente bien conservado, con sus mausoleos de azulejos blancos y pocas estatuas entre las que sobresale la de una mujer joven arrodillada con los brazos cruzados en su regazo, recoge enterramientos de españoles que dejaron su vida allí cumpliendo distintos cometidos. Visitándolo hace pocos años en compañía del diplomático Javier Jiménez Ugarte me topé con un nicho de la familia Wagner, la del destacado jurista y polígrafo Francisco Sosa Wagner.
Las aguas apacibles de la recoleta bahía de Alhucemas no podían imaginar a principios de 1925 que iban a presenciar un hecho importante tanto para la historia de España como para la de Marruecos, notable para la de Francia y relacionado con un episodio crucial de la II Guerra Mundial.
Varios acontecimientos influyeron directa o indirectamente en la entrada en escena del mariscal Philip Petain, proclive a entenderse con los militares españoles en contraposición a sus antecesores, Hubert Lyautey y su subordinado el general Naulin. Destaco alguno de ellos. La cadena de sangrientos episodios bélicos que, con aldabonazos previos en Abarran e Igueriben, se desencadenó en la loma de Annual en julio de 1921; la subsiguiente proclamación oficial en julio de 1923 de la República del Rif encabezada por Abd-el-Krim; la necesidad de España de recuperar el dominio de lo que había sido violentamente desalojada en la parcela oriental de su protectorado y de que no volviera a ocurrir algo semejante, y, por fin, la desmedida ambición de un Abd-el-Krim que el 12 de abril de 1925 cometió el error de atacar a las tribus protegidas por Francia y a los mismos destacamentos franceses hasta acercarse peligrosamente a Fez y ocasionar el ‘Annual francés’, con aproximadamente 6.000 bajas en las filas de este Ejército, «amenazando incluso la ciudad de Fez, capital del Protectorado francés entre 1912 y 1925», señala Ramón Diez Rioja en una interesante tesis doctoral.
Petain viaja a la zona española del protectorado para reunirse con Miguel Primo de Rivera y plasmar en hechos los estudios del general Gómez-Jordana Sousa y los seis acuerdos de cooperación franco-española firmados en Madrid desde el 22 de junio al 25 de julio de 1925. El mariscal francés y el dictador español vuelven a reunirse en Algeciras el 21 de agosto, y el primero, como escribe Martín Windrow, queda convencido del acierto de una operación anfibia, «que desembarcaría una fuerza española de tamaño división en la bahía de Alhucemas».
Después de varios dimes y diretes, la playa de Ixdain es la escogida para el desembarco a partir del 8 de septiembre de 1925 de 18.000 militares bajo bandera española en una operación terrestre, naval y aérea en la que, con algún apoyo naval galo, desempeñó el mando único Primo de Rivera, inmortalizado pasando revista sobre el torpedero número 12 en el épico cuadro de José Moreno Carbonero. El sobre el terreno quedó en manos del general José Sanjurjo, capitaneando dos grandes columnas, la procedente de Melilla, dirigida por el general Fernández Pérez, y la de Ceuta, por el general Saro, además del despliegue naval de 108 navíos dirigido por el vicealmirante Yolif.
Esta operación trajo consigo consecuencias sobresalientes. Fue el principio de la derrota final de Abd-el-Krim que, tras la proclamación del fin de la guerra de Marruecos el 8 de julio de 1927, abriría la puerta a la fase menos conocida de España en su protectorado: la civil, una vez relegada a segundo plano la militar, y que como tal acabaría contribuyendo al tránsito del Estado marroquí fallido de 1912 al pleno de 1956; sirvió para modernizar la estrategia y los medios del enmohecido Ejército español, pues, como añade Díez Rioja, «no se trató de una de tantas acciones militares en el Protectorado español, sino que fue la gran operación del Ejército en muchos años»; facilitó el asentamiento de Francia en su protectorado y el impulso de su aportación civil; además, «la operación –como aduce José Luis de Mesa– constituyó tal éxito en sí que sirvió de base y precedente para la actuación de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en el desembarco de Normandía y en las operaciones anfibias llevadas a cabo por los norteamericanos en el Pacífico»; por último, algo muy olvidado a pesar de ser trascendental para la historia del Marruecos moderno: zanjó de raíz la posible fragmentación del Reino alauita en la que se habría acabado si la República del Rif se hubiera consolidado.
Un hecho histórico de esta dimensión, como apuntaba, puede correr el peligro de ser ignorado en esferas oficiales. Como no me cabe duda de que a las Fuerzas Armadas les gustaría que se recordara con el alcance que merece y con todos los matices que se quiera, podría verse en ello el temor a que supusiera un obstáculo en las siempre delicadas relaciones con Marruecos. Si acaba siendo así, considero que se cometería un error. Me declaro amigo de Marruecos, país al que mi familia paterna debe mucho. El interés y el conocimiento derivado de esto, abonado por fructíferos contactos personales, entre los que recalco la amistad que me honra con Driss Dahak, extraordinario jurista y hombre de bien, me han ayudado a destilar dos reglas para mí capitales en las imprescindibles buenas relaciones con el país vecino: el acentuado trato respetuoso y de igual a igual, por un lado, y, por otro, que la parte marroquí perciba en la española convencimiento y determinación en lo que defiende y hace. Ignorar oficialmente el centenario de un hecho histórico de tanto calibre como el desembarco de Alhucemas, además de relegar una realidad histórica, creo que beneficiaría poco al segundo de estos dos factores.
Luis María Cazorla Prieto es académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España
Fuente:
https://lectura.kioskoymas.com/abc/20250302