Ahogados por el fango… o no

Nuestro presidente del Gobierno podría pasar a la pequeña historia de nuestro lenguaje posmoderno como un magnífico impulsor del mismo, al ser sus aportaciones rápidas, eficaces y con vocación de permanencia, convirtiéndolas asimismo en indispensables para comprender los entresijos de la política y sus acciones derivadas, sean estas de gobierno, oposición, comunicación o sencillamente coloquiales. Porque, no lo olvide el lector, desde que la democracia nos ampara a todos –al menos en teoría– absolutamente todo es política o se deriva de ella o está condicionado por ella. (…)

Alguna de estas aportaciones incluye nuevos términos, pero la mayoría no. En un ejercicio inteligente los conserva actualizando su sentido, poniendo así en un brete a filólogos y lingüistas que, obligados por la necesidad “científica” de poner nuestra lengua al día, recorren el camino para que las nuevas acepciones sean incorporadas de forma oficial a nuestro cajón de sastre que es el Diccionario de la Lengua Española.

Un ejemplo de sus magníficas aportaciones está en el término “fango” que, olvidando su acepción más común y ancestral de «Lodo glutinoso que se forma generalmente con los sedimentos térreos en los sitios donde hay agua detenida», o sea, de “lodo” por abreviar, pasa a ser algo así como el entorno político y cultural que aglutina partidos políticos, medios de comunicación y público en general, que no está de acuerdo o discrepa en todo o en parte con o de sus propios postulados políticos o forma de gobernar o de comunicar.

Lo que nos lleva, a los ciudadanos del común, a tener que realizar un ejercicio de autocomprensión para después poder definir de qué manera o en qué medida está uno “enfangado” y, de ser así, qué acciones, propias o ajenas –es decir autoacciones u otras sobrevenidas de los múltiples ámbitos de poder con capacidad legal–, serán necesarias, voluntarias o impuestas, para poder “limpiar el fango” que, en ese caso y aunque no de forma muy clara, nos encontremos.

Esta disquisición –que no elucubración– no debe cegarnos ante una realidad que tiene antecedentes históricos perfectamente tasados y debidamente documentados y conocidos, si bien tengo que reconocer que esto último no lo es tanto, dado el vapuleo de distorsión y olvido de nuestra historia no tan lejana en las últimas décadas.

Aun así, conviene recordar que cuando la idéntica coalición que hoy gobierna España –encabezada por el señor presidente actualizador del lenguaje–, lo hizo en tiempos de la añorada Segunda República, terminó, cortando por lo sano, dejando fuera del propio Estado y de su paraguas protector al entorno político y cultural que en aquellos malhadados tiempos no estaba de acuerdo o discrepaba de sus postulados políticos o forma de gobernar. Con las consecuencias que todos conocemos o, en todo caso, deberíamos conocer.

¿Estará usted enfangado? Eso tampoco va a depender de usted…

Juan M. Martínez Valdueza
15 de junio de 2024
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