Cristo se quedó en Medinaceli. Ussia

 

Una pena que el actual Gobierno no posea la sensibilidad para felicitarnos a todos los creyentes este tiempo tan especial de la Cuaresma y sí estimen oportuno hacerlo con el Ramadán. Un Gobierno contra el pueblo

 

En estas tardes de este extraño marzo madrileño, donde la fértil lluvia se ha convertido en un incordio para quienes confunden las bendiciones del cielo con desgarros de las nubes convertidas en bóvedas de la ciudad, en días así, en tardes grises, lejos del azul madrileño, la desesperanza parece crecer. Es posible que no todos nuestros insomnios se deban al ocupante de la Moncloa. Hasta es posible que algún día, no sé si el azar, la providencia divina o la sabiduría del pueblo español, nos retire esta carga emocional que representa el peor gobierno de la historia reciente. Mientras eso no llega, algún amigo me ha recomendado rezar.

Para un sector de la sociedad actual rezar no está de moda, incluidos muchos que se declaran creyentes. No es fácil hacerlo. Un conocido teólogo me explicó que lo que mejor escucha Dios es el silencio. En eso coincide con mi admirado Gabriel Albiac, del que tanto aprendo y tanto me fio. También Anselm Grün con su elogio o Pablo D’Ors con su biografía nos animaron a orar en silencio. Son las palabras que no pertenecen a ningún idioma. De hecho no se pueden verbalizar. San Benito recomendaba humildad, oración y silencio. Hoy somos todos hijos del ruido, envuelto en ocasiones en comunicación o en periodismo falso. Por eso reconforta poder escribir, cuando el vespertino cansancio hace su entrada, acerca de la tradición de la Casa Real española de visitar en un día como el de ayer, desde 1682, el templo madrileño que acoge a Jesús de Medinaceli.

La población española es mayoritariamente católica. Las últimas estadísticas fijaban en un setenta por ciento el porcentaje de españoles que se declaraban católicos. Por su parte, España se declara oficialmente un Estado laico y aconfesional. Ahora bien, eso no quiere decir que la sociedad libre no pueda tener sus creencias y ese Estado aconfesional no deba garantizar la libertad de culto y el derecho de los católicos a tener una presencia en la vida de nuestro país. Hasta el Rey puede tener sus creencias. Su silencio en tantas ocasiones se compensa con sus gestos. Ayer don Felipe estuvo al lado de los millones de españoles creyentes en la fe de un Dios bueno, que no distingue linajes ni estirpes, que está con los humildes, con los niños, con los que sufren, con los pobres… un Dios que no se detuvo en Éboli, sino que sigue adelante por toda la Tierra, presente en todos los lugares, aunque como Jacob no nos demos cuenta, y consagra lugares como ese templo madrileño, donde en silencio tantos y tantos creyentes acuden, como ayer el Rey Felipe, a pedir la misericordia divina. Consuelo para quienes creemos.

Una pena que el actual Gobierno no posea la sensibilidad para felicitarnos a todos los creyentes este tiempo tan especial de la Cuaresma y sí estimen oportuno hacerlo con el Ramadán. Un Gobierno contra el pueblo. Menos mal que nos queda el Rey, aunque sea con sus sonoros silencios, esos que llegan a lo alto como rezos.

Fuente:

Bieito Rubido | Cristo se quedó en Medinaceli