La cumbre debe tener tres principios irrenunciables: respetar la opinión de Kyiv, negociar en igualdad de condiciones con EE UU y no premiar al agresor
«Los americanos siempre hacen lo correcto, tras haber intentado antes todo lo demás», constataba con sorna Winston Churchill. Washington cometió un error estratégico garrafal, que parece repetir ahora, al retirarse de Europa tras la victoria sobre las potencias centroeuropeas (los imperios alemán y austrohúngaro) al final de la Primera Guerra Mundial. Abandonó así a las naciones europeas a sus rivalidades geopolíticas y sus enfrentamientos ideológicos, que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. Dicha equivocación la corrigió tras la victoria sobre la Alemania nacional socialista de Hitler, quedándose en el continente europeo como garante de la seguridad occidental frente a la amenaza soviética (Alianza Atlántica) y motor de la recuperación económica europea (Plan Marshall).
De este modo, desde 1945 hasta nuestros días se abrió en Europa el período histórico más dilatado de paz y prosperidad, en torno al proyecto impulsado por Estados Unidos de integración política europea en la parte occidental del continente, al que se sumaron los países del Este tan pronto se sacudieron el yugo soviético.
Pero el proyecto europeo nació cojo, sin defensa propia, pues la Comunidad Europea de Defensa embarrancó en la Asamblea Nacional francesa en agosto de 1954, malogrando la creación de unas fuerzas armadas europeas que excluyan la capacidad de los Estados miembros de dotarse de ejércitos autónomos nacionales al margen de aquella. Su hundimiento frustró toda iniciativa de cooperación militar continental hasta la entrada en vigor del Tratado de Ámsterdam en 1999, que lanzó una tímida PESD (actual PCSD). Europa renunciaba así a su autonomía estratégica y a su soberanía militar, arrendando su seguridad al amigo norteamericano y a su paraguas nuclear. Un paso más en la senda de cesión de soberanía europea se produjo como consecuencia del fin de la Guerra Fría con la victoria occidental, al decidir los europeos que no habría más guerras en el continente y a prestarnos a disfrutar de los llamados «dividendos de la paz». Redujimos drásticamente nuestro gasto en defensa y desmantelamos en la práctica nuestras capacidades militares, trasladando los recursos presupuestarios así liberados a financiar las políticas sociales de nuestro generoso Estado del Bienestar. Y en esa cómoda zona de confort estábamos hasta ser sacudidos por la injusta y criminal invasión de Ucrania por parte de la Rusia de
Putin en febrero de 2022. Después de tres largos años de cruel guerra de desgaste con enormes sufrimientos humanos, pérdidas de vidas y destrucción material, el papá norteamericano nos anuncia que se va de casa, dejándonos huérfanos, para dedicarse a sus asuntos. Y nos abandona de nuevo a los europeos como en 1999.
Las élites norteamericanas, no solamente Trump, piensan que su actual destino manifiesto consiste en frenar el ascenso incontenible de China, tratando de yugular sus avances económicos y tecnológicos. Craso error, pues desde el exterior no se puede detener a China en su marcha hacia la hegemonía. China se parará ella sola a medio plazo como consecuencia de su suicida política de control de natalidad de «un solo hijo» aplicada durante décadas. De hecho, su población ya comenzó a decrecer en 2023. Los chinos serán viejos antes de ser ricos.
Así las cosas, Trump ha decidido negociar directamente con Putin el fin de la guerra de Ucrania sin tener en cuenta a los europeos y tampoco a los propios ucranianos, a los que exige aceptar dolorosas perdidas territoriales y su renuncia a ingresar en la OTAN como precio a pagar para poner fin a la guerra. En esta coyuntura existencial para Europa, cabe preguntarse ¿qué podemos y debemos hacer? A mi juicio los líderes europeos deberían convocar con premura una cumbre extraordinaria para acordar un Plan Europeo de Asistencia y Ayuda a Ucrania, que debería basarse sobre tres principios irrenunciables, a saber:
1. Ninguna solución sin la aquiescencia de los propios ucranianos libremente expresada. Lo contrario sería inmoral e ineficaz.
2. La Unión Europea debe estar presente en cualquier mesa negociadora internacional, en pie de igualdad con EE UU, Rusia y Ucrania. Siendo como somos los principales suministradores de asistencia militar,
La UE debe estar presente en cualquier mesa negociadora
económica y política a Kyiv, así como los futuros financiadores de la reconstrucción de Ucrania, a la que hemos reconocido el estatus de candidato a la UE, tenemos adquirido el derecho de configurar los términos de la paz.
3. No se puede premiar al agresor, en este caso la Rusia de Putin, con una victoria política o estratégica. Ahí afuera hay muchos dictadores y autócratas esperando a ver si avalamos que mediante el uso de la fuerza bruta y de la agresión se pueden conseguir objetivos políticos. No podemos permitir que las relaciones internacionales se rijan por la ley de la selva.
A partir de estas premisas irrenunciables, los líderes europeos habrían de presentar su propia Hoja de Ruta, tras acordarlo con el presidente Zelenski, que contendría al menos los siguientes elementos:
1. La voluntad expresa y decidida de los Veintisiete de continuar apoyando política, económica y militarmente a Ucrania hasta que el pueblo ucraniano y sus representantes legítimos decidan proseguir la lucha por su libertad, integridad territorial, soberanía e independencia, tanto suyas como nuestras.
2. Dotar al fondo de asistencia a Ucrania con hasta 100.000 millones de euros para este año.
3. Emitir bonos de defensa europeos, respaldados por el presupuesto de la UE, por valor de 500.000 millones de euros a reembolsar durante los próximos diez años.
4. Reformar los Estatutos del Banco Europeo de Inversiones y hasta entonces permitir una interpretación flexible de los actuales, para permitirle financiar inversiones en tecnología de doble uso y capacidades militares, provocando así un efecto tractor sobre la banca privada.
5. Exonerar del IVA a los proyectos conjuntos de defensa europeos.
6. Desarrollar una verdadera base tecnológica e industrial europea, que garantice nuestra autonomía estratégica, bajo el principio de la «preferencia europea» en el desarrollo y adquisición de capacidades.
7. Identificar incentivos positivos para impulsar la participación de todos los Estados miembros en proyectos conjuntos de armamento.
8. Crear un verdadero Estado Mayor europeo de mando y control de operaciones militares y misiones civiles.
Ha llegado la hora de Europa y hemos de estar a la altura del desafío. La inacción, el desistimiento o la pasividad no pueden ser opciones válidas.
Nicolás Pascual de la Parte es eurodiputado y coordinador del PPE en la Comisión de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo
Fuente:
https://lectura.kioskoymas.com/la-razon/20250217/281814289585941/textview