Cambiar el concepto de defensa por el de seguridad no es sólo un eufemismo: es el truco malabar para fingir un compromiso
HAY algo de irreflexivo, si no de precipitado, en este urgente vértigo europeo del rearme, provocado por Trump con la intención de convertir a su país en beneficiario de las inversiones militares. Como mínimo falta un debate sobre la escala de riesgo y los detalles del programa de necesidades. Aunque el marxismo está algo desprestigiado como método de análisis, quizá resulte inevitable pensar en la motivación económica de aprovechar la retirada americana como acicate del impulso industrial recomendado en el informe Draghi; al menos coinciden las cantidades, esos ochocientos mil millones cuya financiación concreta tampoco ha explicado aún nadie. Y en cualquier caso, se va a necesitar un potente esfuerzo de convicción para mentalizar a unas opiniones públicas desacostumbradas a los esfuerzos morales, relajadas en un pensamiento débil que minusvalora la entereza, la resistencia y el coraje. Quizá no baste con la evidencia de que Putin es un tipo muy poco fiable, estimación que por otra parte cabría aplicar a la mayoría de los actuales gobernantes. En particular a ése que ustedes saben.
Y sin ese debate necesario, sin esa clarificación quizá imposible por falta de tiempo, el arrebato por lograr resultados inmediatos otorga campo libre a los aventureros. Sánchez, por ejemplo, quiere obtener réditos de la perentoriedad para colarle a la Comisión un incremento de gasto sin Presupuestos y sin pasarlo siquiera por el Congreso. Ante la falta de apoyo de sus socios y su propia negativa a pactar con la oposición, pretende usar trucos de prestidigitación contable para alcanzar, incluso superar, el dos por ciento exigido como nivel mínimo de compromiso. Se trata de cambiar el concepto de defensa por el eufemismo de ‘seguridad’, con el objetivo de hacer ejercicios malabares a base de cambiar partidas de sitio sin aportar un arma ni un euro más de lo previsto. Es decir, sin romper su ficticio discurso de progresismo pacífico.
La estafa colará si doña Ursula la permite, sabedora de que a efectos reales no puede contar con España. A Pedro, su galán de confianza, lo necesita para mantener el respaldo de una socialdemocracia que atraviesa en toda Europa horas más bien bajas pero es imprescindible para cerrar el paso a las fuerzas ‘trumputinianas’. Ya le exigirá a la derecha, si llega el caso de que gobierne, una aportación suplementaria. El grueso del rearme a corto plazo va a corresponder a las naciones bálticas y escandinavas, en primera fila de la amenaza, y sobre todo a Francia, que para eso es potencia nuclear, y a Alemania, donde hasta los ecologistas se han reconvertido en prosélitos de la doctrina atlántica. El presidente español tiene carta blanca para hacerse el remolón y eludir al Parlamento con unas cuentas maquilladas al punto de contar hasta las reservas de medicamentos como mecanismos de respuesta rápida. Imaginación no falta.